Los ídolos y la construcción de identidades
La conducta de varios jugadores de la selección nacional de fútbol reavivó el protagonismo que se espera de los ídolos para los chicos y las chicas; que sean referentes para observar, para comparar, para elegir, y así poder perfilar qué les gustaría ser de mayores.
En términos infantiles, un ídolo puede ser un objeto, una persona e incluso creencias. Todas con entidad propia, pero que terminan finalmente siendo construcciones de cariño y de adoración.
A diferencia de los adultos, durante la niñez se dispone de libres e insólitas elecciones como, por ejemplo, decidir que los primeros ídolos sean sus objetos de apego.
Muñecos de peluche, mantas o trapitos (nunca limpios, ya que sus propiedades mágicas dependen tanto de la textura como de la mugre) que les ayudan a separarse natural y progresivamente de sus padres, aunque sea por unos pocos metros.
Esos objetos de culto no alcanzan la consideración de deidad que otorgan ciertas culturas a una estatua, una imagen o un amuleto; son apenas instrumentos de transición, por lo que, a cierta edad, son guardados prolijamente hasta que una noche de truenos y relámpagos los vuelve a la vida (a la cama).
Cuando crecen, muchos suelen buscar ídolos por fuera del hogar. Entre los más elegidos, figuran cantantes, deportistas y youtubers famosos. Basta asomarse a los primeros grados de primaria para ver cuántos se menean como “Dibu” Martínez o ensayan coreografías de Tini.
Al inicio de la pubertad, y armados de un pudor que los invade, aparecen tendencias místicas que los aproximan a adorar figuras plenas de espiritualidad.
Ya sean íconos o ídolos, la denominación no cambia su función, que es la de remitir a la figura de los padres y de las madres, fundamentales protagonistas en esta tarea.
Los objetos de apego, los “famosos” o las deidades son diferentes formas de reiterar la cercanía de papá y de mamá; y en ocasiones, la de hermanos mayores.
Alivia saber que, por definición, todo modelo sirve tanto para ser copiado como para ser combatido; por ello, no son obligatorios los padres/madres “perfectos”; sólo se les demanda ser referentes, con sus brillos y sus sombras, con la coherencia entre el decir y el hacer, con su humanidad a flor de piel.
La sagacidad infantil hará lo suyo.
Un límite: el fanatismo
Mientras los modelos permiten crecer, la idolatría ciega adoctrina.
Los ídolos verdaderos –que, como los Reyes Magos, sabemos que son los padres– facilitan la construcción de identidades.
En contraste, la idolatría dogmática se expresa con fervores exaltados; con fanatismos que, al no poder ser cuestionados, frenan cualquier crecimiento.
Los chicos actuales disponen de infinidad de modelos; les basta asomarse a las pantallas o escuchar furtivas conversaciones entre hermanos o amigos mayores.
Lo que resulta indiscutible es el lugar que ocupan los padres como referentes, sin competencia posible en tanto hayan gestionado una buena siembra durante la (gloriosa) primera infancia.
Es entonces cuando los chicos aprenden valores sencillos y contundentes: ser honestos, no dañar, ser solidarios y, de ser posible, alejarse del enfoque mercantilista que exige siempre algo a cambio.
El final de la Copa América de fútbol –muestrario de ídolos de todo tipo y pelaje– ofreció una impensable oportunidad a niños y a adolescentes.
En respuesta, ellos alentaron hasta el delirio (insultos incluidos), festejaron rabiosamente el gol de Lautaro (burlas incluidas), pero quizás lo que atesoraron para siempre fue la imagen de Messi, acongojado; llorando por (simplemente) no poder seguir “jugando a la pelota”
* Médico
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