Los dos dosis
Durante la primera mitad de 2021, transcurrieron en Latinoamérica dos elecciones presidenciales (Ecuador y Perú, ambas de dos vueltas) y una elección de constituyentes nacionales (Chile). El país trasandino y Nicaragua elegirán nuevo presidente y representantes parlamentarios en noviembre. Y habrá tres elecciones legislativas (Argentina, México y El Salvador).
En la primera vuelta ecuatoriana, el correísta Andrés Arauz obtuvo el 32,72% de los votos, mientras que Guillermo Lasso, un liberal conservador, logró el 19,74%, con lo que superó apenas a Yaku Pérez (indigenista) y por poco a Xavier Hervas (liberal, debutante). La segunda vuelta aportó a la reflexión ciudadana y nuevas alianzas partidarias.
Lasso incrementó su caudal al 52,5%, frente al 47,5 % de Arauz, aunque la “foto” del Parlamento ecuatoriano, tomada en la primera vuelta, señala fragmentación. La Unión por la Esperanza (correísmo), con 49 de los 137 escaños, es la primera mayoría; el oficialismo cuenta con apenas 12 representantes.
En Perú, desde que Pedro Pablo Kuczynski inició su gobierno (2016), la crisis horadó la resistencia de las instituciones y la tolerancia ciudadana. Se desbarrancaron Kuczynski, su vice Martín Vizcarra y el congresista Manuel Merino –reemplazado por Francisco Sagasti–, con graves estallidos sociales.
El desplome de credibilidad se tradujo en una oferta de 18 candidatos que representaban a coaliciones de diversa extracción y de alcance corto. La primera vuelta dejó en el primer lugar a un emergente de la izquierda conservadora, Pedro Castillo, con el 18,1% de los votos, seguido por la referente de derecha Keiko Fujimori, quien enfrenta una denuncia por 30 años de prisión, acusada de haber recibido aportes ilegales de Odebrecht. Pero la “instantánea” del Congreso peruano –unicameral– muestra representación de 10 partidos políticos; ninguno obtuvo siquiera el 20% en la primera vuelta (que definió los escaños). Será complicado.
Las constituyentes chilenas (coincidentes con la elección de gobernadores regionales y municipales) dejaron una certeza: la crisis total de representatividad. De los 155 miembros que compondrán la Asamblea (17 cupos reservados para representantes indígenas), 48 convencionales (31%) arribaron mediante listas independientes de los partidos políticos. El presidente Sebastián Piñera confiaba en alcanzar el 30% que permitiera a su grupo vetar iniciativas, y quedó 15 escaños debajo de la expectativa, con apenas 37 convencionales.
La centroizquierda, unida en la lista Apruebo –que aglutina a parte de la ex-Concertación, que gobernó Chile entre 1990 y 2010–, obtuvo 25 escaños, por debajo de la lista de izquierda Apruebo Dignidad, conformada por el Partido Comunista y por el Frente Amplio, con 28 bancas.
La cantidad de convencionales independientes hace prever serias dificultadas a la hora de realizar alianzas, mientras que en la ex-Concertación admiten que de aquellas pueden surgir figuras progresistas que disputen espacio en la próxima presidencial, como también un probable divorcio entre el socialismo y la Democracia Cristiana –no olvidemos que el expresidente Frei (padre) apoyó la caída de Salvador Allende en 1973–, propensa a defender intereses más conservadores y, quizá, articularse con el “piñerismo” en algunos planteos.
Las Paso son necesarias
En Argentina, se acaba de votar una ley que, a la vez de postergar por única vez el calendario electoral, lo ratifica en dos rondas electorales: las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (Paso) y la elección general definitiva. Como se recordará, el sistema fue sancionado en 2009 y rigió por primera vez en 2011.
En este régimen, confluyen lecciones de la experiencia histórica, partiendo de la grave crisis de 2001, cuando la elección legislativa de medio término selló el desplome de la presidencia de Fernando de la Rúa. Una elección de una sola ronda no permitió amortiguar la profunda decepción popular, que encontró en el llamado “voto bronca” (nulos y blancos) una alternativa de expresión.
Mientras el promedio de “voto positivo” entre 1983-1999 fue del 95,93% (76% si consideramos las inasistencias), para la elección de 2001 fue de 76,70% (apenas el 57%, sumando a quienes no fueron a votar). El promedio nacional del voto en blanco fue del 9,99%, con picos del 30% (Santa Fe). El voto nulo alcanzó el 13,31%, y alcanzó el 24,46% en Caba y 18% en Chubut. Claro está: el “voto bronca” fue primera fuerza en varias jurisdicciones.
El llamado “voto castigo” no tenía un canal de manifestación: imágenes de Alberto Olmedo, de Diego Maradona, de Mafalda, de Evita o de José de San Martín aparecían en muchos sobres.
La trágica experiencia, que culmina con la semana de los cinco presidentes en diciembre de ese año, traerá en el gobierno provisional de Duhalde una primera reforma a la actividad política, incluido el régimen de primarias abiertas, que se suspendió en 2003.
Recordemos que en las presidenciales de ese año se produce la definitiva fracción del Partido Justicialista (no volvió a competir como tal en ninguna elección nacional) y asume la presidencia el segundo en la primera vuelta (Néstor Kirchner), cuando el vencedor de aquella (Carlos Menem) renunció al balotaje.
Este régimen se deroga en 2006, pero se retoma en la agenda política inmediata. Y si bien las “primarias” se entendieron primero como una suerte de encuesta, su aplicación en el tiempo ha estructurado mejor la oferta y permite a los electores ir construyendo su opción electoral en cada ronda.
El sistema puede mejorar, en cuanto a la eliminación de “vicios” como las listas colectoras, y queda mucho por aprender en el uso de estas alternativas para partidos y votantes, pero, en situaciones como las actuales, el acuerdo político logrado entre la oposición y el oficialismo para mantener las dos rondas, indispensables en este contexto, distingue a la Argentina en la escena continental comparada. Ojalá pudiera trasladarse a otros planos.
Es que, como frente a la pandemia, bien vale en la ocasión aplicar las dos dosis en varios campos de la agenda.
* Docentes universitarios
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