La Voz del Interior @lavozcomar: Leo Genovese, perla argentina de la banda de Residente: La curiosidad y el reto hacen a mi escuela

Leo Genovese, perla argentina de la banda de Residente: La curiosidad y el reto hacen a mi escuela

Leo Genovese jerarquizará con su presencia a la nueva edición del Festival Bum Bum, a realizarse en el sector Norte del estadio Mario Alberto Kempes el sábado 11 de enero.

Es que el pianista santafesino pisará ese escenario festivalero luego de años de experiencia en el circuito jazzero de Nueva York, en el que agigantó el amor por nuestra música pese a interactuar con gigantes como la contrabajista Esperanza Spalding y el saxofonista Wayne Shorter.

Con este último, incluso, ganó el Grammy al mejor solo improvisado de jazz por su performance en Endangered species, en la edición 2023 del máximo premio de la industria musical estadounidense.

Oriundo de Venado Tuerto, el músico pasará por la versión más suntuosa e internacional del encuentro promovido por Carlos La Mona Jiménez como director musical de la banda de Residente. “Lo conocí allá por 2014 o 2015, y por medio de Rafa Arcaute, productor de Calle 13 y de un montón de otras bandas. Él me recomendó en Nueva York para la grabación de la canción Desencuentro”, comienza Genovese en diálogo con La Voz.

“Después de eso, René se va de gira y hace ese viaje en que él sigue su ADN y graba el documental que acompañó al disco Residente (2017). Entonces, grabé ese tema y quedamos en contacto, pero no fue hasta 2017 que él arma su banda y que me convoca para para ser parte de ella”, añade el músico mientras busca reforzar la conexión en ese paraíso que es la localidad cordobesa Río de Los Sauces.

“Vengo acá desde que nací, prácticamente. Mi abuelo venía acá todos los años. Un destino de siempre para mi familia”, precisa antes de predisponerse a un ida y vuelta sin red.

–¿Te pareció fascinante el mundo de Residente en primera instancia o tuviste que adaptar algunas cuestiones a métricas del hip hop y a unas nuevas resoluciones musicales?

–Sí, toda nueva propuesta significa eso, el adaptarse. Pero me considero un ser bastante adaptable. No obstante, fue una nueva forma de encontrar esas funciones. Es como entrar a un equipo de fútbol: bueno, conocés tu rol, pero tenés que saber cómo juega el equipo y qué pensamiento tiene el técnico. Fue un poco eso, entrar a un nuevo equipo que, además, era un nuevo equipo en sí, porque Residente armó una nueva banda de cero. Convocó a la gente que él quería y en la que creía más compatible con un resultado final imaginado. Fue como La Scaloneta y la decisión de llevar a Enzo (Fernández) y a Julián (Álvarez).

–Interesante.

-Claro, porque sabés que son jugadorazos pero está la incógnita popular de cómo pueden rendir en citas máximas. Hay un punto en que sólo el entrenador tiene plena confianza para optimizar el potencial de estos nuevos valores y hacer explotar al equipo.

–Y ya que trazás ese paralelismo, ¿quién serías vos dentro de esa Scaloneta?

–Sería Cuti Romero (risas). Rústico pero elegante. Así juego al fútbol también. Soy defensa y, te juro, no me pasa nadie. Es probable que no meta un gol, pero pasar, no me pasa nadie.

–¿Era inexorable que fueras músico teniendo en cuenta que tu familia había pianistas, violinistas y guitarristas? ¿Tu destino estaba marcado?

–En verdad, cuando me fui a Rosario a estudiar, lo hice después de haberme anotado en otras carreras. La historia es media loca, en realidad, porque fui a una escuela agrotécnica. Hice seis años de estudios agrotécnicos con compañeros que, hoy, trabajan en algo relacionado al campo. En alguna instancia, pensé que ese iba a ser mi vocación también. Pero al final de la carrera, me di cuenta de que no, de que no era por ahí y me mudé a Rosario a estudiar administración de empresas… También me había anotado en Ciencias Políticas. Duré poco en ambas. En la que me enganché, claro, fue en la de Música de la Universidad Nacional de Rosario. Me pasé varios años estudiando música clásica y con la gran pianista Ana María Cué. Ahí conozco a unos amigos que eran como las ovejas negras de la facultad Clásica.

–¿Y qué pasó con ellos?

–Eran los chicos a los que les gustaba el jazz y que querían armar bandas, experimentar con repertorio e investigar el estilo. Así que cada uno por nuestra cuenta tomaba clases por afuera de la facultad y, de vez en cuando, hacía viajes a Buenos Aires para estudiar con grandes con otras datas. Y así, de a poco, remando sin YouTube ni Internet, nos fuimos armando una pasión. Eran tiempos en donde nos circulábamos la música en casetes. Todo fue al final de los ‘90, y muy artesanal y paciente. Pero me decidí a ser músico más adelante. Y lo hice al sentir que era un poder, un súper poder, tener la opción de hacer esto.

–¿Pero en tu caso no había un piano, entonces?

–Sí, claro que había. En mi casa todos tocan. Mi mamá toca el piano; mi hermano, el bandoneón; mi otro hermano, la guitarra; mi padre, el violín; mi hermana, también la guitarra. Cada vuelta nos une mucho la música y, puntualmente, el folklore y alguna que otra música que nos gusta a todos. Tenemos una conexión artística espiritual, más allá de las decisiones desconocidas de la genética. El piano de mi madre este sigue estando ahí en la casa viste.

Al jazz, por el camino contrario

–¿Entraste al jazz por una vía alternativa o de lleno?

–Le entré de a poco. Y en particular, te diría que le entré por Spinetta. Y por las bandas de Spinetta en las que tocaban Jota Morelli (baterista también oriundo de Venado Tuerto), Mono Fontana (tecladista), Claudio Cardone (tecladista), Javier Malosetti (bajo). Y ni habla de Spinetta Jade, donde tocaban tecladistas como Diego Rapaport, Leo Sujatovich, Juan del Barrio. Los pianistas y los músicos que Spinetta tuvo tocando sintetizadores a su lado representaron una puerta de entrada para mí al jazz. Porque en una banda de secundaria hacíamos temas de Fito, de Charly, de Los Cadillacs y de Los Decadentes. Pero cuando nos pegan estas formaciones de Spinetta, con otras armonías, otros desarrollos y demás, nos dimos cuenta de que había otra data ahí, otro mundo. Eso me llevó a Weather Report; Joe Zawinul a Cannonball Adderley. Quizás he recorrido un camino inverso.

–¿Cómo sería eso?

–Quiero decir que no estudié el jazz desde Charlie Parker o Louis Armstrong sino que lo hice buscando de a poco y como deshilachando el pulóver, ¿viste? Así fui encontrando esas joyas que tienen que ver con algo histórico, con la fundación de esta música. En mi caso, todo fue una invitación al estudio y a la profundización. Quise encontrar las raíces de esta música viste y eso me llevó a Scott Joplin, James P. Johnson, Horace Silver, Richie Powell, Bud Powell, Thelonious Monk… Todo desde Spinetta.

Para Genovese, Alma de Diamante, de Spinetta Jade, es un disco fundamental: “Se publicó en 1979, el año en que nací. Con mis amigos tocábamos Alma de Diamante (el tema), tocábamos (el instrumental) Amenábar… Eso fue escuela, sigue siendo escuela. El otro día me senté con Jota Moreli en el auto y él me cantaba las métricas del tema. ¡Y es una locura! ¡Me parece aún hoy una locura!”

–¿Le has hecho escuchar esta música a Wayne Shorter y Esperanza Spalding, por ejemplo?

–Con Speranza hacíamos un arreglo de Barro tal vez. Ella conoce Spinetta y le encanta. A Wayne Shorter no tuve la oportunidad de tocarle esta música. Pero pasó algo muy loco con amigos españoles: Spinetta sonaba de fondo y ellos creían que él cantaba en inglés. Spinetta cantaba en una de nuestras madres lenguas y sucesores de ella no lo entendían. Hay algo muy tanguero en esa expresión, muy de Buenos Aires… Y también algo muy cósmico que hace trascenderlo todo, aunque sin dejar de conectar con aquellos que nos ha interpelado. Nos marcó a fuego. Es un tatuaje que llevamos y que se nos ve desde muy lejos.

–¿Y sentís que tu toque tiene ese indisimulable rasgo argentino?

–Sí, sí y sí. Se me filtra por todos lados. Es algo que se me acentuó una vez que dejé el país, que me fui a vivir lejos, donde no tenía la sombra de los árboles de mi infancia, ni los cantos de los pájaros, ni el acompañamiento de mi familia, ni el de mis amigos, ni los recitales de las bandas que amaba. Una vez que me alejé todo eso, floreció en mí un gajo argentino muchísimo más fuerte. Cuando me fui, investigué más a fondo las músicas que se creaban o se crearon acá. Investigué al Cuchi (Leguizamón), a la obra de Remo Pignoni y así pude conocer manifestaciones artísticas que se habían realizado a pocos kilómetros de mi casa y que habían adquirido proporciones míticas por su belleza. Respondí a esa condición humana de querer lo que está lejos. Entonces, me encontraba cuando estaba en Venado escuchando Herbie Hancock y cuando estaba en Boston escuchando al Cuchi y a Eduardo Falú.

–Teniendo en cuenta tus contribuciones a la música popular, está claro que no sos un dogmático.

–No lo soy. La curiosidad y el reto hacen a mi escuela. O el hecho de ponerme en una situación de vulnerabilidad. Me me gusta estar al servicio de la música siempre y, para para lograr eso, es importante buscar a los viejos y a las viejas maestras de las músicas. Del jazz, del chamamé, de la zamba, de lo que sea. Y tratar de aprender codo a codo con ellos; tratar de escuchar sus discos; y si están vivos, tratar de ser su amigo, de ir a su casa a tomar mates, a buscar historias, a buscar el repertorio escondido u olvidado. Hay que aprender desde ahí, ya que no estoy en ninguna escuela en este momento, porque la vida no me lo permite.

–¿Por qué no?

–Porque estoy mucho de viaje y estoy siempre en movimiento, entonces la calle y el mundo son mi escuela y si voy a Macedonia, busco a los gitanos y trato de aprender los piques rítmicos con ellos. Y si estoy acá en Córdoba, trato de ir a Villa Tulumba para compartir algo con Suna Rocha. Ayer a la noche estuve en Santa Fe, en mi querida Santa Fe, para charlar con el maestro Orlando Veracruz. No quiero perder el hilo de la gente que siempre canto cosas verdaderas y realmente fuertes. La que me hace llorar y poner la piel de gallina. Busco eso y no importa el estilo. Puede ser algo elaborado con The Mars Volta, reggaetón con René, una copla con Mariana Carrizo o lo que sea con mi amiga Maryta de Humahuaca… Mientras esa llama esté viva, quiero cocinar mi carne ahí.

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