Las futbolistas cordobesas empiezan a subirse al podio
Florencia Quiñones, hace 25 años, se enfrentó a un dilema: sus 12 años eran un obstáculo que en ese entonces resultaban infranqueables para las limitaciones absolutas que la organización del fútbol imponía a las mujeres. A esa edad, ella, hija de Marcelo Quiñones, gran defensor de Racing de Nueva Italia, ya no podía jugar más con los varones, tal como lo había hecho desde que se encontró por primera vez con una pelota.
La fuerza del destino tomó para ella forma de parábola. Invitada por la realidad a bajar los brazos y a dedicarse a los menesteres de su incipiente juventud, no perdió tiempo en protestar por el ingrato presente. Su tesón fue su bandera; su perseverancia y su capacidad como futbolista fueron rápidamente recompensadas. Desde la Ciudad de Buenos Aires no perdieron tiempo. Ya en plena juventud, jugó en San Lorenzo y en Boca Juniors y, poco después, sus breves zapatillas se atrevieron a saltar el océano para instalarse en Barcelona, con cuyo equipo ganó varios títulos, entre ellos, y por primera vez, el torneo europeo de clubes.
Florencia Quiñones bien podría constituirse en la referencia a seguir del fútbol cordobés. Belgrano fue su derrotado en la final de la Copa de la Liga femenina, pero también podría ser su alumno más aplicado y su aprendiz más perseverante para desafiar e incluso superar sus límites.
Ella, la nacida en Oncativo, tuvo que sufrir un poquito como entrenadora para que su Boca Juniors pudiera vencer a las celestes. Supo, ahora, que nada es lo que era hace más de dos décadas, cuando el campo yermo del fútbol de esta provincia no le hizo girar su cabeza hacia esta o a otra ciudad del interior antes de la partida.
Florencia ahora sabe que Belgrano, por decisión unitaria de la AFA, tuvo que dar la vuelta al mundo para luego subir las escaleras de un escalón por vez en un elogiable ascenso vertical que de la nada la llevó a jugar por lo máximo, mientras que Talleres, más allá del resultado de la final por el ascenso a primera división con Newell’s Old Boys, sigue valientemente sus pasos, también perseverante, en esa grata evolución que el fútbol cordobés en general, y en esta capital y en Río Cuarto, en particular, se está produciendo.
Se supone, y ojalá ocurra, que tanto sacrificio y tanta injusticia no sean asimilables en vano. Ya llegarán los títulos y las vueltas olímpicas. Este renacimiento que en los últimos años involucró a Belgrano y a Talleres; a Instituto y a Racing; a Juniors y a tantos equipos del interior provincial que juegan los torneos de ascenso se extiende y parece tener continuidad más allá de sexos y de cualquier otra circunstancia.
En esa evolución, uno de sus aspectos más importantes es la renovada mentalidad de los dirigentes, que han incorporado definitivamente como sujeto de valor deportivo a la mujer, manifestación de esfuerzo, expresión de talento, cultora de sueños.
Ellas y ellos van avanzando. Ocurre aquí, tierra de pocas vueltas olímpicas y de muchos subcampeonatos, siempre deseosa de frenesí. El asunto es no desviar el camino. Tarde o temprano todo llegará.
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