La Voz del Interior @lavozcomar: Las cuatro etapas en la perpetua del profesor Luis Marcial

Las cuatro etapas en la perpetua del profesor Luis Marcial

Entramos al complejo carcelario de Bouwer. Nos revisan el auto, pasamos por dos controles de identidad, invocamos al alcaide que tenemos como contacto, nos llevan al módulo 2, allí otra vez DNI y requisa, nos pasan otro escáner, esta vez corporal, y en cuartitos como los de diagnóstico por imágenes en los hospitales, con dos puertas y un perchero, nos “cachean”. Luego cruzamos una reja pesada, descolorida de un amarillo alguna vez y atravesamos un largo pasillo con huecos largos y finos de luz, que recrean el efecto de los barrotes con las sombras. Luego de unos 50 metros de pasillo, llega otra reja pesada más y estamos en el primer panóptico, ese espacio sin puntos ciegos, de visión 360 grados, que para el filósofo Michel Foucault representaba la metáfora viva del hipercontrol social. A la izquierda del panóptico, en una sala que usan los abogados cuando van de visita, esperamos a Luis Alberto Marcial, el primero de los presos condenados a perpetua que aceptó, tras recibir la invitación por una carta medida por el Servicio Penitenciario, una conversación mano a mano.

Está condenado por matar, junto con el psiquiatra Rodolfo Sayavedra, a Gustavo Romay, un profesor de Filosofía, en 2004.

“Tengan mucho cuidado”, es lo que nos decían, invariablemente, todos a quienes les comentamos del proyecto.

Cuando llega Luis, con el cuerpo encogido dentro de una campera deportiva, las manos juntas como si estuviera esposado, aunque no lo estaba, nos saluda, se sienta y confiesa:

–Tengo un “cuiqui”.

Él nos tiene miedo.

En la conversación informal anterior al juego de preguntas y respuestas, cuenta que se afeitó muy rápido, porque a pesar de que la entrevista estaba concertada desde hace tiempo, recién le avisaron que se concretaba ese día un poco antes de que llegáramos.

Es media mañana. Le pedimos que para el video se presente.

“Mi nombre es Luis Alberto Marcial, estoy detenido desde el 2004″.

–¿Y cuál es su edad?

–Tengo 53 años ahora.

Tiene un montón de papeles doblados en la mano. Dice que es un machete. Él también tiene un plan para esta entrevista.

–Luis, ¿cómo es un día normal suyo acá, en el M2? ¿Cómo es su rutina?

–Todos los días me levanto, voy a la fajina, trabajo en industria, en la parte de administración, lo cual hace que me deslice por todos los talleres, por las oficinas. Al mediodía vuelvo, a veces tengo facultad a la mañana, interrumpo la actividad laboral, voy, estudio, tenemos acompañamiento virtual, rendimos las materias libres, y después regreso al pabellón. Cuando puedo, como algo y vuelvo al trabajo hasta las 5, a veces las 7 y a veces las 10 de la noche.

–Cuéntenos cuál era su formación antes de ingresar aquí, y qué hace aquí, si sigue estudiando, si sigue formándose.

–Soy médico cirujano y ejercí la docencia, sin ser docente. El título te habilita; daba en dos colegios clases, lunes y viernes, un total de 32 horas cátedra. Daba Física, Química, Biología y Psicología, y en este momento me encuentro cursando la carrera de Ciencias de la Educación, parte del programa de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Estoy cursando materias de segundo y algunas de tercero.

Luis Alberto Marcial era médico, pero ejercía como docente en secundarios. Estudia psicopedagogía en prisión. (José Gabriel Hernández / La Voz)

–¿Desde cuándo está detenido?

–Desde el 6 de noviembre de 2004.

–Cuénteme un poco cómo fueron las etapas, si es que puede identificarlas así, cómo transitó los primeros años, qué pasó después, cómo ha llevado estos 20 años.

–Yo considero que fueron cuatro etapas; no sé si es una clasificación psicológica, pero la primera, bueno, fue el miedo, el miedo al contexto de encierro, a estar privado de libertad, porque nunca había estado privado de libertad en mi vida, nunca me habían detenido para nada, y encontrarme privado de mi libertad fue bastante duro, con lo cual clasificaría esa primera etapa como la del miedo.

–¿Cuánto duró, aproximadamente?

–Hasta el juicio, inclusive. Desde 2004 hasta 2007. Después vino una etapa que fue la vergüenza, dado que si bien yo estaba acá adentro, mi familia fue la que puso la cara ante la sociedad, los vecinos, los parientes. Esa etapa fue un poquito más corta. Después le siguió el arrepentimiento, y sumado a eso vino otra etapa, a los 15 años, aproximadamente, que es la de la culpa. La culpa por el daño causado a una familia, culpa por el daño causado a la sociedad. (Toma aire, hace una pausa, un silencio). A tal punto que me llevó a un intento de suicidio. Estuve internado en el hospital de Villa Dolores por ingesta de plaguicida y estuve un tiempo prolongado de terapia intensiva. Después me derivaron acá, a este módulo, para una rehabilitación que duró aproximadamente un año y medio. Posterior a eso, me empecé a sentir mejor, con lo cual comencé la facultad y a trabajar nuevamente. Tengo apoyo emocional y estoy contenido, se podría decir, por mi asistente social, que es Gustavo Luna; y mi psicóloga, que es Carola Pedrone; junto con una persona en la calle, que es Manuel Rivera, presidente de la Fundación Gracia.

Rivera es presidente de una fundación asociada a una comunidad judío-mesiánica. Escribió un libro, en el que imagina que la última cena es solamente la celebración de Pesaj, la Pascua judía. El Seder de Pesaj presidido por Yeshua se publicó en 2017. En varios tramos de la conversación, aparece Rivera, quien le habría propuesto a Marcial, cuando egrese del penal, ir a trabajar como médico y educador voluntario “a Cuba o a Angola”. Es su zanahoria. La posibilidad de imaginarse útil y libre. Estas cuatro fases y Rivera son las cosas que tenía escritas en el machete. De lo que quería hablar.

Luis Alberto Marcial, con sus

–¿Conoce a otras personas en este módulo o en su anterior experiencia con los demás lugares donde transitó que hayan tenido también la condena de prisión perpetua? ¿Puede ver en ellos estas fases por las que usted mismo transitó, si hay elementos en común? ¿Cómo llevan esa situación?

–Sí, por supuesto, conozco mucha gente que está en prisión perpetua. Cada día hay más gente acá adentro con ese tipo de condena. La forma en que cada uno lo lleva es muy personal. La experiencia en sí no te deja aprendizaje; depende de cada uno que sepa aprovechar este tiempo y que pueda aprender algo. En sí, el contexto de encierro no te resocializa ni te reinserta. El tiempo en la cárcel es propicio para una mirada interior, para el arrepentimiento y edificación del alma. Yo he tenido bastante tiempo a lo largo de estos 20 años para pensar y uno está arrepentido. Sé que la sociedad en sí está muy resentida con los presos, en la calle el índice delictivo está muy elevado y acá adentro también estamos sobrepoblados. Pero, bueno, hay personas que creo que son dignas de volver a la sociedad porque tienen mucho para aportar en sí.

Volvemos a su vida en prisión. Al día a día.

–¿Cómo se lleva con las cuestiones cotidianas? ¿Extraña algún tipo de comida? ¿Puede tener algún tipo de gusto más personal?

–Sí, sí, en el pabellón hay una cocina con cuatro anafes. Hay herramientas para cocinar. Uno de mis compañeros de celda cocina todos los días, así que comemos comida distinta o mejorada, digamos.

–¿Es cocinero?

–No, le gusta, le gusta la cosa. Yo no soy muy buen cocinero, en realidad, así que me agarró esa oportunidad de comer bien. Por lo menos mejoramos la comida y no comemos lo mismo todos los días. Y en cuanto a la comida, siempre hay algún interno que te convida un “sanguchito” que le trae la visita. Eso sale de ese contexto de lo rutinario que comemos todos los días.

–¿Cómo es su celda? ¿Qué elementos personales tiene ahí?

–Bueno, tengo muchos libros. La celda es de seis metros cuadrados, aproximadamente de 3 por 2, en la cual se encuentran tres camas, una bacha, un sanitario y una mesa amurada a la pared. Dado que la población carcelaria se ha visto incrementada en un 30%, han tenido que poner una cama más y esto significa estar en hacinamiento, lo que trae problemas para dormir y para poder estudiar. Si bien estoy en un pabellón que somos todos fajineros, porque algunos son estudiantes y otros son ovejas, como dicen acá, que son gente que está en la palabra, el problema son las tres camas. Es difícil la convivencia, porque cuando uno quiere estudiar, el otro quiere dormir y el otro quiere escuchar radio, o alguno quiere fumar y otros dos quieren tomar mate. Estamos viviendo en un baño, o algo así.

Es el tamaño, seis metros cuadrados, y queda justo un espacio para pasar entre las dos camas.

–¿Eso era así también en el resto de los penales? ¿Estuvo en otras unidades, además de la de Villa Dolores?

–No, en Villa Dolores era de a dos. Celdas de dos y hay otras nuevas que son de cuatro. Estuve en Bouwer durante el proceso, hasta 2010. Cuando quedé con sentencia firme, me llevaron al penal de San Martín. Saltó la enfermedad de mi madre y decidí quedarme ahí. Estuve un año y medio, falleció mi madre, estuve un año y medio más después que murió, y ante el inminente cierre del penal de San Martín, decidí irme a Villa Dolores. Allí estuve alojado otros seis años, cinco o seis años, y luego, como ya conté, me transfieren aquí, al penal de Bogotá.

–Menciona a su mamá. ¿Tenía visitas de su familia?

–No. Perdí a mi papá un día cuando yo tenía un año y medio. Mi mamá falleció en 2012. Lamentablemente, por estas circunstancias de la vida, tuve que ir encadenado a despedirme de su cuerpo. En ese momento se usaban las cadenas. Se hizo un operativo de un montón de personas que me llevaron para que pudiera estar 15 minutos con ella. Tengo un solo hermano varón.

–¿Un hermano mayor?

–Sí.

No hace falta repreguntar para saber si tienen contacto. Se nota en cómo sale despedido ese sí. Que no.

–¿Cómo es su contacto con el mundo de afuera? ¿Lee noticias? ¿Tiene contacto con amigos, con gente que le trae información del exterior de alguna manera?

–Los que más información traen son los maestros con los que me vinculo y los compañeros. Lo que te saca un poco de aquí adentro es la facultad. Eso me da la oportunidad a mí de elegir entre ser preso o ser estudiante. Y yo elijo ser estudiante.

–¿Cuántas horas por día dedica a estudiar?

–Es relativo, porque estudio cuando puedo. Hay veces que me ha tocado salir del trabajo y tener que estar en un aula universitaria, que es del Programa Universidad en la Cárcel (PUC), de la Facultad de Filosofía y Humanidades, y he tenido que estar al mediodía, entre las 2 y las 3 de la tarde, cuando no queda nadie, porque justo a esa hora se van a comer. Le comenté que ejercí la docencia sin ser docente, el título me habilitaba y, bueno, algo había quedado pendiente en mi vida y ese algo era justo la parte pedagógica. Anhelo recibirme de profesor de Ciencias de la Educación. Después quisiera hacer la Licenciatura de Educación en Contexto de Encierro. Y si se puede seguir un poquito más, seguiré. Quizá una maestría en Psicopedagogía.

–¿Mantiene expectativas de salir en libertad? ¿Qué imagina que haría si pudiera de alguna manera hacerlo?

–Si saliera, tengo en mente poner una fundación. Esto es un proyecto que tengo desde 2007 y está de la mano con Manuel Rivera, presidente de la Fundación Gracia. No solamente es una forma de devolverle a la sociedad por el daño causado, sino que es algo que me hace sentir partícipe y un legado para dejar en mi vida.

–¿Fantasea con cómo sería ese primer día de salir en libertad?

–Es algo que todo preso hace. Algo pendiente que quedó es ir al cementerio. Ese día que salga, o al otro, a la brevedad posible, ir al cementerio.

–¿A ver a su mamá?

–No, mi mamá está cremada, está en mi casa. A saludar a la víctima.

–¿Saludar a la víctima?

Asiente en silencio.

–Hay un refrán que dice que cuando mueren nuestros padres, somos huérfanos; cuando mueren nuestras esposas, somos viudos, y cuando muere un hijo, no tiene nombre. Y eso es un poco lo que pasa con la causa mía. El hecho de que bajo esta circunstancia una persona que fue hijo, que fue hermano, perdiera la vida, es triste. Pero, bueno, es un tema con el que tengo que vivir día a día, me acompaña, y mi almohada es la única testigo de las lágrimas y de los pesares de cada día.

A veces pienso que puedo generar conflicto ante la familia y si eso generaría esa decisión mía, es para pensarlo todavía. Tengo un trecho para pensarlo. Es algo pendiente que quedaría en mi vida.

Luis Alberto Marcial dice que atravesó cuatro etapas en su condena: miedo, vergüenza, arrepentimiento y culpa.  (José Gabriel Hernández / La Voz)

El reclamo por su situación actual

Luis Alberto Marcial fue condenado junto con el psiquiatra Rodolfo Sayavedra por el asesinato del profesor de Filosofía Gustavo Romay, a quien mataron para robarle y luego enterraron en el patio de una casa en Los Reartes.

“Hace 20 años que estoy privado de mi libertad, desde 2004. El próximo aniversario, que sería el 6 de noviembre, cumplo 20 años”, señala.

Dice, desde Bouwer, que la jueza de Ejecución Penal que lleva su caso no le contestó jamás una carta, un pedido, un recurso. “No la conozco ni siquiera en fotos”, asegura. Una parte de su motivación para hablar en esta entrevista es llamarle la atención: decirle que detrás del número de preso, de causa y de condena, hay una persona.

“Estoy con tercera fase, conducta excelente, desde hace 10 años, y no soy promovido a la fase de confianza. No tengo sanción en todo este período de 10 años; estoy estudiando dos carreras, trabajando todos los días, cumplo perfectamente con los requisitos”, dice.

Por su trabajo como administrativo, cobra $ 38 mil. Y recibe aportes jubilatorios, que es lo que más destaca.

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