La vida de la compositora Nenette Fitzpatrick, tras las pistas de Pablo del Cerro
“Ahora vamos a ponerla en valor, vamos a traerla al presente, vamos a hablar sobre ella, vamos a hablar sobre su rol, sobre las cosas que hizo y sobre su importancia”. Con esas palabras Melaní Luraschi se refiere a la figura de Nenette.
Nacida bajo el nombre de Antonietta Paule Pepin Fitzpatrick, Nenette firmaba con el seudónimo Pablo del Cerro las obras que compuso junto con su pareja y compañero artístico, Atahualpa Yupanqui.
Pero Luraschi, compositora uruguaya radicada en Francia que acaba de editar el disco Je suis Nenette, no es la única que está dispuesta a revisitar el legado artístico de una mujer que quedó opacada por la enorme figura de su pareja.
También lo hizo la pianista Eloisa Di Giácomo, quien participó de un titánico proyecto junto con Roberto “Coya” Chavero (hijo de Fitzpatrick y Yupanqui) que decantó en un disco llamado Nenette, flor del cerro.
Ambos materiales vieron la luz en 2024, a 34 años de la muerte de la pianista, quien falleció el 14 de noviembre de 1994.
Una vida dedicada a la música
¿Cómo fue que una mujer que nació en el archipiélago francés de San Pedro y Miquelón (frente a las costas canadienses) terminó viviendo en el Cerro Colorado, componiendo y construyendo su propia casa junto con su pareja?
La historia es larga, pero puede resumirse brevemente para entender cómo el desarraigo y el amor por la nueva tierra impactaron en la obra de Nenette.
Luego de vivir en Francia, la pianista llegó a Argentina junto con su padre, porque aquí ya vivía su hermana. La familia tenía una gran fortuna que perdió con la Segunda Guerra Mundial.
“Cuando llegó a la Argentina, le gustó Buenos Aires porque en el año 1928 la ciudad tenía un toque muy europeo, muy francés. Francia había tenido una gran influencia sobre la música, la arquitectura y sobre la vida de los argentinos en todo sentido”, dice Coya Chavero sobre su madre.
“Ella se sintió muy cómoda en Buenos Aires. Primero, vivieron en un departamento con mi abuelo por la calle Leandro Alem y Tucumán; y luego, compraron una casa en Villa Ballester. Mi madre, que ya había ganado unos premios en la región de Francia en la que vivía, siguió sus estudios en el Conservatorio Nacional”.
Cuando su padre murió, ella se mudó a San Telmo y comenzó a trabajar en una joyería para sostenerse. Varios años después, conoció en Tucumán a Atahualpa y quedó obnubilada por la figura artística de aquel hombre.
Comenzaron una relación que duraría varias décadas y que la traería “con una mano atrás y otra adelante” hasta el Cerro Colorado, huyendo junto con Yupanqui de una persecución política.
Según Coya Chavero, Nenette nunca se quejó de las carencias. Siempre supo que el sacrificio era parte del camino artístico de la familia.
“A mí me dio un ejemplo de persona luchadora en el sentido espiritual, de conservar la fuerza del espíritu. Y si había que comer fideos todos los días o comer una sola vez al día, igual se seguía en el camino del arte porque se sabe que es una siembra necesaria para modificar ciertas cosas en el mundo. Mi madre creía, como mi padre, que la música y el arte podían cambiar el espíritu de las personas”, reflexiona Chavero.
Y agrega: “Su temperamento y su personalidad no conocían declinaciones ni depresiones. Ella sabía que, tarde o temprano, el arte de su marido, y lo que ella podía aportar, iban a terminar dándole reconocimiento, como ocurrió”.
Coya Chavero asegura que su madre fue reconocida en vida por sus pares músicos, pese a haber firmado más de 60 obras en conjunto con Yupanqui bajo el nombre de Pablo del Cerro. Y aunque hoy especulemos con la posibilidad de que haya cambiado su nombre artístico porque era mujer, Coya asegura que no fue necesariamente por eso. El problema era que era francesa.
Pablo viene de su propio nombre, Paule, y del Cerro es una clara referencia al lugar cordobés. Según la versión familiar, el cambio de nombre fue una decisión que buscaba protegerla de la persecución que vivía Yupanqui por aquellos años y no algo vinculado con su género.
Esa contradicción quedó reflejada en el libro Una mujer llamada Pablo: biografía novelada, de la autora Isabel Lagger. Hasta el día de hoy, Coya Chavero se sorprende del trabajo que hizo la escritora para reflejar lo complejo de esa vida en un libro que vio la luz en el 2000, tiempo antes de que la cuarta ola feminista se dedicara a poner la lupa sobre las mujeres invisibilizadas.
“¡Cómo pudo esta mujer captar tan bien, tan profundamente, nuestra vida íntima! Realmente ese libro es una maravilla”, dice hoy Chavero.
Luego del libro de Lagger llegaron las Cartas a Nenette, compiladas por el periodista Víctor Pintos. Y es justamente ese archivo epistolar el que contiene parte de la intimidad de la pareja y la visión de mundo de Atahualpa, algo que también se pudo ver en el documental estrenado recientemente titulado Atahualpa Yupanqui, un trashumante.
Pero ese archivo está incompleto porque gran parte de las respuestas de Nenette a Don Ata se perdieron en París, según cuenta el propio Coya y Liliana Rega, la directora de Sistema de Bibliotecas de la Universidad del Salvador, organismo encargado de cuidar el archivo yupanquiano a través del Fondo Atahualpa Yupanqui, memorias en papel.
Un trabajo de archivo y preservación que lleva adelante la Universidad, y al que le quedan muchos años de trabajo sobre las postales, las cartas, las fotos y los pentagramas de la familia.
Rega asegura con pesar: “Ella no está muy representada en el archivo. Lo que sí existen son las cartas que se conocen porque publicó un libro con cartas dedicadas a Nenette. Sin embargo, las cartas escritas de ella a Yupanqui son solo una veintena”.
En palabras de Federico Randazzo, director del mencionado filme, “La vida de Nenette da para un documental aparte”.
Legado artístico
Mientras una parte de la vida y el pensamiento de Nenette está todavía cubierta de misterio, de a poco su legado musical comienza a tomar forma pública.
Los discos de Melaní Luraschi y de Eloisa Di Giácomo son completamente diferentes entre sí, pero están inspirados en Nenette. Uno es un homenaje y el otro es una grabación de las composiciones de la pianista, fiel a su estilo.
A mediados de febrero, Luraschi llegó hasta el Cerro Colorado para una residencia artística que se convirtió en la base de Je suis Nenette, un disco que vuelve a la lengua original de la compositora.
Tras investigar y valorizar la vida de Nenette, Luraschi compuso ocho canciones hermosas inspiradas en la pianista.
Sobre eso dice: “Intenté hacer un imaginario creativo sobre lo que creo que fue Nenette (…) Hay un montón de imágenes que yo las voy recobrando a medida que me van contando cosas sobre ella, entonces intenté ser muy fiel a esas cosas, pero también no pude evitar traer cosas que iban pasando o que me pasaron a mí en ese entonces”.
La uruguaya asegura que su intención fue “traerla al presente” y cuenta diferentes situaciones que la llevaron a imaginársela: poder ver sus ropas, escuchar las historias de su hijo, conocer sobre su amor al piano
“Traté de empaparme esos días en el Cerro Colorado con lo que me iban diciendo… yo creo que hay una intimidad en el disco bastante importante”, remata.
Consultada sobre el impacto en las canciones de su pareja, ella dice: “Creo que fue una parte muy importante de la obra de Yupanqui, y eso para mí está totalmente claro”.
Lo mismo opina Eloisa Di Giácomo, quien en el álbum Nenette flor del cerro llevó al piano las composiciones de la mujer de Yupanqui.
“Se reconocen los esbozos de la música clásica en el trabajo de Yupanqui. El recorrido que ella hizo por la música clásica, que fue su primera escuela, antes de estudiar el folklore, está presente en algunas cosas muy sutiles. Luego ella estudió mucho el folklore nuestro y fue muy estricta en cuanto al respeto por las formas de los giros, la métrica y todo lo referente a las danzas argentinas –dice Di Giácomo–, pero hay muchos detalles, hay melodías como en La nadita que tienen muy pocas notas y que tienen como ese dejo universal casi oriental, que es muy minimalista y que, a su vez, abre un universo”.
Varios analistas del legado yupanquiano coinciden con Di Giácomo en que la intro de Luna Tucumana es netamente pianístico. “Es como beethoveniano, como que se respira aires de la música clásica. A ella le gustaba mucho Beethoven; y bueno, puede haber rasgos ahí en las introducciones”, completa la pianista.
Di Giácomo dice, además, que en su disco intentó no intervenir tanto, no agregar arreglos, sino reflejar de manera simple la complejidad de la obra de Nenette.
“Me sigue pareciendo que la música es tan maravillosa y es tan perfecta en su concepción, en su forma, en su espíritu, que no necesita mucha intervención, más bien que se escuche, e imaginarnos un poco cómo las concibió en el piano, cómo habrá escrito las melodías. De hecho, sí hay algunos manuscritos medio borroneados, en lápiz, en sus cuadernitos, donde se esbozan esas melodías que fueron directo a la guitarra”, asegura.
Uno puede imaginársela, a ella sentada al piano componiendo laboriosamente las melodías que luego serían clásicos del folklore, como El arriero, Chacarera de las piedras, El alazán.
“Yo no fui un testigo permanente de sus composiciones porque ellos componían cuando yo estaba en la escuela. Sí, claro, en algún momento vi que mamá se sentaba al piano, tocaba algo, y mi padre escuchaba. Lo mismo mi madre opinaba sobre el trabajo de mi padre, sobre terminar composiciones o verso que escribía él. Había un trabajo conjunto”, dice Coya.
Y sobre el final, responde cuál cree que fue el legado de su madre a la música popular: “Yo creo que la obra de mi madre es para seguir trabajándola desde lo musical porque es una obra que ha sido elaborada desde una visión de la música nativa, pero con pequeños aportes la música clásica. Eso para demostrar que nuestra música nativa contiene elementos que pueden hacer que se escuche en todo el mundo, no por lo pintoresco del folklore, sino por los elementos profundamente musicales de esas melodías”.
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