La Voz del Interior @lavozcomar: La sobreoferta de festivales y eventos: más y más, pero no más disfrute ni conexión

La sobreoferta de festivales y eventos: más y más, pero no más disfrute ni conexión

Amo el verano, pero me siento aliviada por su pronto fin, en tanto y en cuanto significa también el fin de la sobrepoblación de festivales y otros eventos que tenemos.

La oferta ha ido creciendo y no para. Al contrario, crece en búsqueda de un techo que no existe. A los tradicionales eventos folklóricos se sumaron otros, de todo tipo, grandes y chicos. De la nada misma de la pandemia pasamos a una abrumadora y extensa variedad de posibilidades festivaleras.

Está bien, puede haber algunas características propias, tanto de personalidad y gustos como de paso de los años que llevan a esto, como mi creciente rechazo por las multitudes. Pero eso se potencia por la abrumadora multiplicación de la oferta de eventos y lo que implican.

El Festival de Jesús María potenció su perfil ATP durante sus últimas ediciones. (La Voz).

Quiero decir: ya no sólo pasa por la cantidad de eventos, sino por esa odiosa insistencia en convertirlos en “experiencias”, y así no son sólo un show o una serie de shows de artistas o del espectáculo que sea (considerando a, por ejemplo, los espectáculos de destrezas gauchas en los festivales folklóricos y excluyendo a la jineteada de la categoría de espectáculo), sino que son mucho más, innecesariamente mucho más.

Entonces, por ejemplo, para muchos hay que hacer molestos trámites antes y después para cargar saldo en un sistema particular para poder comprar comida y bebida. No basta con el sistema tradicional de transacción que manejamos en el resto de los días de la vida, no, hay que adaptarse a uno nuevo. Sin mencionar los problemas que suele haber después para recuperar el dinero sobrante.

Por otro lado, la expresión espontánea que se da en las distintas elecciones de indumentaria pasó de ser eso, una forma de expresión, a un obligado desfile con ciertas condiciones que posiblemente no existiría como tal sin la existencia de las redes sociales.

Cosquín Rock, uno de los festivales que más abrazó el formato de

De hecho, posiblemente casi nada de cómo se viven hoy los eventos sería sin la constante búsqueda de la imagen para compartir en los perfiles de Instagram, TikTok y más. La eterna y constante pose.

No, gracias. Tampoco quiero vivirlo por plataformas: si elijo pagar una considerable entrada para ir a escuchar música, quiero vivirlo lo más conectada con el momento posible y sin preocuparme de más por mi pelo y el stand de Sedal u otras cuestiones que ya son cansadoras en la cotidianidad.

Contradictoriamente, un vacío

Claro, lo mismo pasa con otras ofertas culturales. Las más obvias son la cantidad de singles que se lanzan, películas y series.

El sitio musicradar.com hizo el año pasado una investigación sobre el crecimiento de las plataformas basadas en suscripción. En ello, dialogaron con Will Page, economista especializado en el negocio musical, execonomista jefe de Spotify y de la agencia PRS for Music. En esa entrevista surgió un significativo dato: “Hoy en día se publica más música en una sola jornada que la que lanzó en todo 1989”.

Así como no quiero ir a festivales y similares, me cuesta muchísimo disponerme a ver nuevas series y películas. Cada vez más y más elijo rever series que ya vi, una práctica que siempre me gustó pero que he notado en mí misma en aumento en los últimos años, porque implica no recargar a mi cerebro con más cosas nuevas, con más estímulos nuevos y nueva información que procesar.

La otra vez hablábamos con un amigo que qué ganas de otra Shogun. Algo que aun con masividad se salga de la línea de alguna manera y nos dé esa emoción que no hemos sentido en un año, a pesar de esta abrumadora sobreoferta.

Otra amiga llega a marzo triste por no haber visto casi las películas que se disputarán los premios Oscar de este año, actividad que siempre disfrutó incluso grupalmente, la de ver, discutir, estar al tanto, intentar acertar quiénes serán los ganadores.

Y la mayoría de la gente lectora que conozco lee menos y menos.

La chaya, una celebración popular que también se vive a través de las redes. (La Voz).

A pesar de la enorme oferta de eventos y productos culturales, la oferta real de disfrute es cada vez menor. La espiral de producción no está llevando a más conexión y debate o alegría o cualquiera de los efectos que pueden producir la cultura y sus múltiples expresiones.

No quiero más y nuevo. No quiero ir a festivales y los evito. Consumo cada vez menos series y películas nuevas, y lucho por seguir leyendo (campo en el que me pasa lo mismo: poco disfrute y dificultad para abrirme a libros que no haya leído ya). Y aun así, no hay más satisfacción: escapar de lo que sucede es imposible, aunque intente no consumirlo en redes. El no-fomo no alcanza: hay un vacío y no se llena con más y más, evidentemente.

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