La Voz del Interior @lavozcomar: La revolución silenciosa

La revolución silenciosa

A nuestros hijos, en las aulas de los colegios secundarios se les enseña sobre un período de 18 años al que se lo conoce como “Presidencias Históricas” (desde 1862 hasta 1880). Las páginas de los libros de historia nos dicen que en dichos años se fundaron las bases para que nuestro país se transforme en un estado moderno, desarrollado y con oportunidades para todos, no sólo para quienes habitaban estas tierras,sino también para muchos que vinieron desde lugares lejanos del mundo dejando todo lo que tenían por “tan sólo” una promesa de progreso y superación personal.

En dicho período transcurrieron tres presidencias de manera sucesiva: Bartolomé Mitre –desde 1862 hasta 1868–, Domingo Faustino Sarmiento –desde 1868 hasta 1874– y Nicolás Avellaneda –desde 1874 hasta 1880–. En las mismas se logró pacificar el país, iluminar a sus habitantes y crear las condiciones de previsibilidad necesarias para que llegaran las inversiones que les dieron trabajo a aquellas personas que tuviesen ganas de trabajar y progresar.

Para tener una idea de cómo se encontraba el país y de la transformación que se terminó logrando, en 1869, de acuerdo al primer censo realizado en nuestro país, el 87% de la población era analfabeta. Con ese cuadro, y para revertir semejante resultado, se pusieron todos los cañones apuntando a una política, la cual, en palabras del entonces presidente Domingo F. Sarmiento, fue “primera y prioritaria política para un siglo: escuelas, escuelas, escuelas”.

El resultado permitió multiplicar casi por cuatro la población escolar (de 30 mil alumnos se pasó a 110 mil). Otros logros importantes de este período fueron la organización del Ejército Nacional, la creación del Poder Judicial de la Nación, la sanción del Código de Comercio y el Código Civil, la unificación de la moneda, entre tantos otros que permitieron tener un estado moderno con posibilidades de integrarse al mundo.

Es decir que en 18 años de presidencias con objetivos estratégicos, se logró fundar las bases que hasta el día de hoy persisten y que nos han permitido seguir con alguna chance de transformarnos en una nación desarrollada, a pesar de las políticas erróneas aplicadas en los últimos 100 años. Si en aquel entonces se pudo lograr semejante hazaña, ¿por qué no se podría repetir esa transformación en estos instantes tristes de nuestra patria, en donde todo parece derrumbarse?

Políticas estratégicas

Más del 42% de los argentinos sumidos en la pobreza, una de las inflaciones más altas del mundo y una economía que parece no querer arrancar serían factores más que suficientes para que todo el arco político se junte y defina políticas con objetivos estratégicos que permitan torcer el rumbo actual.

Políticas sobre temas como la educación, la inflación, el déficit fiscal y la economía son los temas que se deban acordar y que ningún presidente de turno podrá modificar a su parecer y antojo. Ya no será necesario que nos venga a salvar un “súper presidente”; el camino ya estará definido en un plan previamente acordado.

Esta sería la única forma de parar el péndulo que nos viene sacudiendo desde principios del siglo pasado, que no nos deja pensar y planificar más allá de la siguiente elección y que condiciona cualquier tipo de inversión que se quiera llevar a cabo.

La tierra más fértil

A diferencia de aquellos años fundacionales de la patria, en esta época que nos toca vivir las revoluciones se hacen de manera más silenciosa y un tanto menos violentas.

Para defender nuestra patria, ya no es necesario formar un ejército y cruzar la cordillera de los Andes o montar una gruesa cadena de punta a punta de un río y apostarse a sus orillas para repeler un ataque de las potencias de aquel entonces. Hoy es un poco más sencillo: sólo se tiene que concurrir a las aulas y participar, ejerciendo nuestro poder como ciudadanos, para elegir a aquellas personas que creamos que tienen más chances de lograr esta nueva refundación de la República.

Y, paradójicamente, la revolución dará su comienzo en el mismo lugar en donde actualmente están creciendo y formándose como personas nuestras esperanzas, nuestra mejor inversión, el futuro de esta nación, quienes efectivamente podrán apreciar este cambio.

Es entonces cada aula de este país la tierra más fértil que esta privilegiada nación alguna vez ha tenido y tendrá, y el lugar que nos permitirá volver a pensar la nación que se soñó en aquellos históricos y lejanos “18 años”.

Que las fatigadas calles no bajen sus brazos y sigan siendo parte, para encarrilar de una buena vez por todas a este país, para ponerlo en una senda de progreso que permita repartir beneficios genuinos para todos sus habitantes, donde trabajar y estudiar sean las premisas inequívocas para lograr los resultados esperados, esfuerzo de una nación en su conjunto para consolidar un país un poco más normal y equitativo. Hoy la salida está en las aulas, no en Ezeiza.

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