La Voz del Interior @lavozcomar: La pobreza del Estado

La pobreza del Estado

Un sistema funciona a la perfección hasta que se lo pone a prueba. En consecuencia, se recomienda no ponderar tanto su funcionamiento en sí como su capacidad de resistencia a la presión; entiéndase, a la demanda.

Si se aplica ese concepto al Estado argentino, en cualquiera de sus niveles, el resultado es paupérrimo. La calidad de los servicios que brinda es muy pobre.

Por lo tanto, la demanda tiende a restringirse: el público usuario se reduce a aquellos que no tienen otra opción.

Hace mucho tiempo que estos servicios han quedado encerrados en un círculo vicioso: los funcionarios siempre prometen gestiones que privilegiarán a quienes menos tienen, pero ese segmento de la población padece un constante deterioro de su calidad de vida porque los servicios estatales que consume nunca mejoran sus prestaciones, sino todo lo contrario.

El transporte público de pasajeros de la ciudad de Córdoba es un perfecto ejemplo de ello.

Hoy funciona bajo un esquema de emergencia: aunque no se cumpla, existe un compromiso de que en el horario pico pasará un coche cada 10 minutos, aproximadamente. Pero si alguien necesita viajar fuera del horario de 7 a 10 y de 17 a 19 de un día hábil, o sábados, domingos y feriados, es muy probable que tenga que esperar cerca de una hora.

Para alcanzar esa mínima prestación, el Estado aporta unos 268 millones de pesos mensuales para que el boleto cueste 43 pesos. Nación pone 118 millones; la Provincia, 90 millones; la Municipalidad, 60 millones.

Por supuesto, los controles son laxos, para que no haya que sancionar incumplimientos.

Casi un tercio de las líneas registran en la actualidad una frecuencia mayor a 20 minutos entre un colectivo y el siguiente en el horario pico. Eso es un grave perjuicio para quien debe cumplir un estricto horario de trabajo o de ingreso a escuelas o colegios, por ejemplo.

Este perjuicio se agrava si el usuario necesita viajar en las 48 líneas que se declararon “estresadas” porque más de un 30 por ciento de sus coches se llenan en los primeros 10 minutos de recorrido.

Si tenemos en cuenta que en la ciudad transitan 65 líneas de colectivos, al estrés lo sufren tres de cada cuatro líneas.

Ahora bien, ese nivel de estrés se registra con un 60 por ciento menos de boletos cortados respecto de marzo del año pasado: si antes de la pandemia viajaban unos 650 mil pasajeros diarios, hoy sólo lo hacen unos 270 mil.

En otras palabras, el sistema no colapsa porque tiene baja demanda. Y no puede mejorar su calidad porque tiene baja demanda.

Parece que ya nadie puede generar alternativas, porque todos los actores del sistema estarían igualmente entrampados: el Estado no puede pedir más; los empresarios no se pueden arriesgar a ofrecer menos, y el usuario que no tiene otra forma de movilizarse está forzado a esperar en la parada.

El panorama no puede ser más sombrío.

Más información:

Casi un tercio de las líneas registran en la actualidad una frecuencia mayor a 20 minutos entre un colectivo y el siguiente en el horario pico. (Pedro Castillo)

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