La pobreza del debate político: quién es más ladrón
En mi cotidiano recorrido por los posteos de los dirigentes políticos en la red social X, lugar donde hoy parece dirimirse el destino de la Nación, me encuentro con un diálogo –si es que puede llamársele así– entre el ministro de Economía, Luis Caputo, y el diputado Leandro Santoro, derivado de la aprobación en el Senado de la modificación de la Ley de Movilidad Jubilatoria.
A la postura del ministro de que el déficit fiscal es innegociable, el diputado Santoro le responde: “No, innegociable es la deuda que le hiciste tomar al pueblo argentino para que ganen guita tus amigos, ladrón”.
El ministro contesta: “Hace 30 años que vivís de la política, fierita; el único ladrón acá sos vos”. A lo que finalmente el diputado responde: “El ladrón cree que son todos de su condición”. La paradoja se cuenta sola.
Preguntas
En medio de una profunda crisis social, económica, institucional y política, de ingentes necesidades insatisfechas de la población y de una decadencia que no se detiene gobierno tras gobierno, los lamentables y bochornosos episodios que protagoniza día tras día la política argentina, y que dominan como temas centrales en la dirigencia y en la opinión pública, hacen que me pregunte cuáles son las posibilidades ciertas de salir adelante.
En este marco, donde las contradicciones principales de la política son los espacios de poder y las miserias personales de sus protagonistas, donde la teatralización reemplaza a la argumentación y donde los duelos discursivos por un like en redes sociales reemplazan la capacidad de generar acuerdos plurales y representativos del conjunto, se hace muy difícil vislumbrar la salida.
La sobreactuación del discurso, que sólo sirve a objetivos subalternos e inconfesables, tiene más que ver con la forma de acumular poder que con la manera como una sociedad se sobrepone de una cadena de eslabones que enlazan el camino de decadencia en el que está inmersa la sociedad argentina.
El permanente ruido político, tanto interno del Gobierno como con sus potenciales aliados, genera más incertidumbre a una situación económica en extremo complicada. Como si la experiencia vivida en todos estos años no fuera suficiente para dar cuenta de lo que las crisis políticas e institucionales pueden ocasionar en las economías de los países.
Quizá esta sea la imagen más patética de la incapacidad de construir un proyecto de vida en común.
Movilidad jubilatoria
La pelea de los dirigentes en redes sociales por la modificación de la Ley de Movilidad Jubilatoria que aprobó el Senado se enmarca en una discusión hipócrita. Nadie puede estar en contra de una ley que impida que los jubilados sean siempre la variable de ajuste de cada gobierno.
Pero da la sensación de que se quieren hacer las cosas bien cuando se es oposición y no cuando se es gobierno. Suena más a oportunismo, a un afán por perjudicar al otro (en este caso, a la política de superávit fiscal del Gobierno) que a una intención genuina por mejorar la vida de todos. ¿O acaso el Frente de Todos y Juntos por el Cambio no licuaron también a los jubilados?
Garantizar una vejez digna a quienes trabajaron toda su vida por esta Nación debería ser una política de Estado y no objeto de manipulación constante por unos y otros, según conveniencia.
Para ello, claro, hay que dejar de lado los eslóganes y el cinismo, y ponerse a trabajar en un proyecto de Nación que defina algunas verdades comunes que se traduzcan en políticas de Estado que perduren en el tiempo y que no puedan ser rehenes de los intereses partidarios y electorales de turno.
¿De qué discutimos los argentinos?
¿Discutimos de ideas, plurales y representativas, o discutimos de chicanas, críticas y eufemismos, en el marco de un culto al doble estándar para juzgar los mismos hechos dependiendo de quien sea el responsable en una disputa irracional por pequeñas y volátiles cuotas de poder?
Quizá también este es uno de los efectos de la evolución y del avance tecnológico expresado en las redes sociales, a través de las cuales el mensaje dirigido a las vísceras produce el efecto buscado de la inmediatez de su viralización. Destruir discursivamente al enemigo es más importante que construir un proyecto común de cara al futuro.
Cuando se habla de que es necesario construir alianzas y acuerdos de gobernabilidad, no se hace referencia al reparto de cargos o de “kioscos”. Se trata de la capacidad de representar la pluralidad de intereses y de ideas que se anidan en la sociedad.
No se puede pretender uniformidad de pensamiento, simplemente porque las necesidades y los intereses de los distintos sectores de la sociedad no son los mismos. La capacidad de conducción y el liderazgo implican conducir la complejidad de una sociedad en el marco de un proyecto común.
La construcción de consensos y alianzas estratégicas debe girar en torno de las ideas y las propuestas, que deben representar a amplios sectores de la sociedad. Pero en las nuevas formas de comunicación y conducción no hay lugar para amalgamar la pluralidad y la riqueza de ideas a favor del bien común.
Podemos continuar en una lucha eterna y decadente entre los llamados entre sí “zurdos” y “vendepatrias”, si así lo decidimos. Pero, lamentablemente, si algo nos han demostrado los últimos años, es que no se sale ni por izquierda ni por derecha ni por el centro. Se sale por arriba o no se sale.
* Licenciada en Administración
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