La pelea por ser “el pluma” del pabellón terminó en un crimen: seis presos a juicio
El conflicto se inició como, generalmente, se inician los conflictos en las cárceles: la lucha por el poder. Es decir: qué grupo controla un pabellón. Sucede en todas las cárceles.
Más allá del control (o el descontrol) que arbitre un servicio penitenciario, en los pabellones de una prisión existe siempre un líder. Se lo conoce como “el pluma” o el “capanga”. Es el preso que puertas adentro maneja todo: quién paga, cuánto paga, cómo paga, quién limpia, cómo se cocina, qué se ve en la TV…
Llegado el caso, este recluso decide cómo se hacen las llamadas desde celulares para concretar las estafas y a cuánto se paga la droga y cómo se la paga, de ser necesario.
El “pluma” es quien maneja “la homeostasis” de un pabellón. Eso sí, siempre hay un bando contrario que espera el momento justo para dar el zarpazo y derribar al “capanga”.
Las cosas en el pabellón B2 del Módulo MX 1 de la Cárcel de Bouwer, a pocos kilómetros al sur de la ciudad de Córdoba, no estaban bien en aquel abril de 2023.
Tanto así que un grupo de internos, que respondía a un preso, se “sublevó” y quiso desbancar al jefe del pabellón y a su grupo de “perros”, como se llama a quienes lo siguen. Dicho de otra manera, querían “correrlos” del pabellón.
La situación incluyó un ataque coordinado por parte de un grupo de internos que, con púas carcelarias, encaró a la banda rival y la atacó.
En ese marco, un recluso de aparente ascendencia de esta última facción terminó asesinado. Recibió múltiples puntazos en tórax.
Se llamaba Nicolás Alejandro Baigorrí, tenía 28 años y, pese a estar condenado por robo, seguía en Bouwer y no en la Cárcel de Cruz del Eje.
A un año de aquel crimen, uno más registrado en la Cárcel de Bouwer, seis presos fueron enviados a juicio por decisión del fiscal de instrucción Guillermo González.
Lo llamativo de la acusación es que, si bien uno supuestamente fue el autor material del crimen, todos responderán por lo mismo. Para el funcionario judicial se trató de un plan preparado y ejecutado con un fin y del que, según su resolución, todos tomaron parte.
La figura penal es homicidio simple y prevé una pena de entre 8 y 25 años de cárcel efectiva.
Ahora bien, el juicio no está tan cerca. Un defensor ya se opuso. Planteó que no existió tal plan. Dijo que todo fue algo espontáneo.
“Púas”, ataque y asesinato
Todo sucedió el 2 de abril de 2023 al filo de las 14 en el pabellón B2 del Módulo MX1 del presidio de Bouwer.
Aquel domingo, según la acusación, el recluso Lucas Ezequiel Gigena (20) decidió llevar adelante un plan que presuntamente ya había acordado con sus presuntos cómplices: Claudio Luciano Calderón (28), Brian Nicolás Ponce (25), Fabio Alejandro Peñaloza (23), Sergio David “el Keko” Maldonado (36) y Cristian Damián Romero (39).
¿Cuál era el plan? En boca de la fiscalía: forzar el egreso del pabellón de un grupo rival mediante el empleo de armas impropias. En la práctica, desbancar al “pluma” con púas.
Así las cosas, y previa división de roles y tareas, Gigena fue hasta un salón de uso común del pabellón y, con una púa de 29 centímetros de hoja, se acercó desde atrás hacia donde estaba Nicolás Alejandro Baigorrí, quien miraba la televisión.
En segundos, siempre según la causa, Gigena le dijo algo al oído al rival y lo hizo ponerse de pie.
Sobrevino entonces una violenta pelea entre ambos que terminó cuando Baigorrí recibió un puntazo cerca del corazón.
Tras esa agresión, Gigena lo arrastró hasta la puerta del pabellón y, a los gritos, llamó a un guardia para que se lo lleve afuera, según la Justicia.
Fue en ese momento que los otros presuntos cinco cómplices, conforme al plan, se dividieron y encararon hacia donde estaban sus otros rivales. Aquellos respondían a Baigorrí, de acuerdo a la acusación fiscal.
Usaron el mismo mecanismo: llevaban púas o facas caseras en mano.
En cuestión de segundos, cada recluso redujo a uno o varios rivales que estaban en el pabellón, ya sea mirando TV o bien en sus celdas.
De manera coordinada, fueron atacados, cortajeados y amenazados para que se marcharan del B2.
A todo esto, otro preso, con un palo en la mano, controlaba que nadie se acercara e intercediera.
Baigorrí, en tanto, fue atendido en la misma cárcel y terminó derivado al Hospital Príncipe de Asturias, adonde llegó muerto.
Los demás internos atacados fueron atendidos en el mismo hospital del presidio.
Conocida su muerte, desde el Servicio Penitenciario de Córdoba (SPC) se llamó a la Policía y a la Justicia.
Efectivos de un grupo especial del SPC ingresaron para evitar nuevas peleas. Varios presos pidieron ser enviados a otro sector del presidio por su seguridad.
El “pluma del pabellón, a todo esto, se encontraba con una visita en otro sector del presidio.
Compleja pesquisa
Al cabo de una hora, arribaron los primeros investigadores de la División Homicidios de la Policía.
Conocedores de esta clase de episodios, lo primero que hicieron los pesquisas fue pedir y secuestrar (ya con orden judicial) los registros fílmicos de las cámaras de seguridad.
Una de estas filmaciones era clave: se veía la manera orquestada del ataque en el pabellón.
Nunca es fácil esclarecer un hecho criminal en una cárcel. En consonancia a lo que sucede en algunos barrios, lo que impera es el código del silencio: “Yo no vi”, “yo no sé”, “no sé que pasó” o “no sé de qué me estás hablando”, son algunas de las respuestas más escuchadas.
Con este cuadro de situación, los pesquisas de Homicidios iniciaron una ronda de averiguaciones que incluyeron análisis de filmaciones y la toma de testimonios a guardiacárceles y a jefes penitenciarios, entre otros. Finalmente, algunos internos comenzaron a aportar datos.
No fue sencillo armar el rompecabezas de la causa.
Sin embargo, una pesquisa puntillosa y paciente de los detectives permitió ir obteniendo apodos, nombres, fisonomías… Luego, la tarea compleja fue armar el cuadro del ataque y el crimen en sí.
Un problema para la causa fue el no hallazgo de las armas caseras usadas en el homicidio.
Desde el arranque de la investigación, todo hizo vislumbrar que había sido un ataque coordinado y ejecutado con divisiones de roles.
El avance de la causa, tanto de los policías como del personal de la fiscalía, permitió identificar a los acusados y definir los presuntos roles.
En el marco de las consultas se llegó a entrevistar a la madre del fallecido. La mujer declaró que su hijo nunca le comentó que hubiera tenido problemas con alguien. Dijo que tenía buena conducta, que era fajinero y que había aprendido a fabricar osos de peluches en el penal.
Tras analizar todo el cuadro, la fiscalía acusó a los seis imputados por lo mismo: homicidio simple.
Todos los acusados negaron los hechos. Uno de los defensores declaró que no hubo plan, sino que todo fue una pelea del momento. La causa pasó a manos de una jueza.
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