La palabra del año
Cada final de año, instituciones vinculadas a la lingüística seleccionan la palabra o expresión más representativa del estado de ánimo, de las preocupaciones o de las tendencias que predominaron en ese período.
El Oxford English Dictionary lo hace con términos de la lengua inglesa. Fundado en el apogeo de la cultura enciclopedista, hoy es referencia obligada para quienes se expresan en ese idioma.
En el mundo hispanohablante, en tanto, sobresale la Fundación del Español Urgente (Fundéu) como institución que selecciona la “palabra del año”.
Desde 2013, la Fundéu recopila millones de términos circulantes en los medios y los analiza según su frecuencia de uso; luego, una votación pública elige las palabras favoritas entre un grupo reducido y, finalmente, los términos “finalistas” son evaluados por lingüistas.
Así intenta exponer la expresión que sintetice lo más resonante en el año, como por ejemplo “escrache” (2013), “selfi” (2014), “refugiado” (2015), “populismo” (2016), “aporofobia” (2017), “microplástico” (2018), “emoji” (2019), “confinamiento” (2020), “vacuna” (2021), “inteligencia artificial” (2022) y “polarización” (2023).
En 2024, la palabra surgió por la influencia de la tragedia humana ocurrida en la región de Valencia: Dana, acrónimo de depresión aislada en niveles altos.
De lo macro a lo micro
Ciertos términos “del año” pueden coincidir con expresiones que una persona elegiría para sí.
No pocos podrían sentirse identificados a nivel personal con algo que escucharon en los medios; también, con palabras que citan sufrimientos comunes, o con neologismos repetidos.
En la vida de los chicos y chicas, ocurre algo similar.
A su alrededor circulan palabras que definen cada época; expresiones capaces de dejar en la memoria emocional huellas tales que determinan el curso de sus vidas.
Así de blanda es la arcilla durante la primera infancia; así de indelebles, la marcas que quedan.
A diferencia de la mayoría de los adultos –que suelen registrar palabras repetidas en medios de comunicación (en especial, en redes)–, los niños suelen ser influenciados por términos que llenan su entorno íntimo (familiar y escolar). Palabras fundantes que, por sostenidas, les otorgan identidad.
“Pobrecito” podría haber sido la “palabra del año” para quien, con apenas 5 años, soportó un yeso en el brazo durante meses, hasta curarse.
“Enojo” (también “tristeza”), la elegida por hijos de una pareja que decidió distanciarse.
Para aquellos que, por primera vez en su corta vida, no duermen por ese/a compañero/a de grado, la palabra “amor” es una opción ganadora.
Muchos bien podrían haber seleccionado la palabra “hambre”, indiferentes a los festejos por las estadísticas de la economía.
Cada expresión recibida durante la infancia suele tener un efecto que ni el Oxford English Dictionary y la Fundéu sospechan.
Cada una es un ladrillo que construye subjetividad; bien colocado y sellado, facilitará la construcción; mal alineado o con pobre argamasa, causará fragilidad.
“Gordito/a”, “hermoso/a”, “enano/a”, “alegre”, “panzón/a”, “generoso/a” “vago/a”, “brillante”, “caprichoso/a”, son ladrillos ambiguos que, de ser utilizados cada día, llegan a adquirir la entidad de profecías por cumplir.
En boca de adultos referentes, la “palabra del año” es la que podría haber sido interpretada como un estímulo o como una condena; como un halago o un insulto; como suave caricia o golpe feroz.
Y si es sabido que quienes definen la comunicación son los oyentes y no los emisores, resulta urgente reconocer a la infancia como territorio fértil para los apodos hirientes, las bromas equivocadas y los estigmas (aun los no intencionales).
* Médico
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