La nota de Talleres que querés leer pese a la derrota en la definición por el título
Talleres de Córdoba. En el sentido literal de la frase y no en el que le dan los relatores de TV de Buenos Aires. Talleres de Córdoba. Con todo el peso del vocabulario y de la historia. De la historia futbolera de acá. Talleres de Córdoba. Llevando a la ciudad al ritmo de su pasión. Al punto que nadie quede indiferente a su suerte. Todo el mundo afectado por Talleres. Los suyos, los ajenos. Talleres fue tema. Como viene siendo en los últimos años. En Córdoba. Sí. En Argentina también. En América, además. Yendo. Creciendo. Progresando.
Porque Talleres está ahí. Talleres sigue ahí. Talleres está viviendo ahí, al filo de la gloria, al extremo del éxtasis: en la delgada línea en la que un acierto destruya la barrera de los subcampeonatos y, así, finalmente, se le cambie la vida. Y a la vez le cambie la vida de millones de personas.
Que laten con la ilusión de estar en la espera de ese día indicado en el momento indicado para que se dé. Para meterle la palabra campeón al resto de la frase en la que esté incrustada la palabra Talleres.
Ayer la gente fue al estadio Kempes porque sentía que era esa jornada en la que iba a pasar todo. Y si bien no pasó nada… todo sigue igual. Talleres sigue siendo Talleres. La gente de Talleres sigue siendo de Talleres. Acaso más que ayer. Porque no hay forma de dejar de ser Talleres. De dejar de “ser” de Talleres. Y los aplausos del final fueron para la gente.
La gente siendo hincha de la gente. Y del equipo, pero de la gente. Y sí. Esa es una verdad que se iguala con la otra… la del resultado. La de la evidencia que Talleres tiene lo que tiene que tener para estar ahí. Pero no tiene lo que tiene que tener para dejar de estar ahí. Para ir más arriba que ahí.
Y por eso el terremoto de sensaciones en esas 62 mil almas en tribunas, padeciendo esos goles de Vélez que caían por la radio en el partido con Huracán en Liniers. Ese 2-0 allá en el primer tiempo fue un mazazo acá. Se sintió, se percibió. Fracturó. Dañó. Repercutió. Le pegó un patadón a la idea de hazaña a la que Talleres estaba subido… ganar seis al hilo. Y que Huracán amargue a Vélez, que se tome revancha de esa “final robada” de hace 16 años… Y no. No pasó.
Talleres perdió 1-3. Vélez ganó 2-0. Y dolió. Mal. Porque ese optimismo no era una fantasía. Porque los dirigidos técnicamente por el uruguayo Alexander Medina venían en alza. Porque el envión de la recta final tenía la fuerza suficiente como para llevarse puesto al fútbol argentino de hoy, al que Talleres cuestiona, al que Talleres le dice sin vueltas que no está de acuerdo.
El título de Talleres en la Liga Profesional era un grito contra el poder. Contra “Chiqui” Tapia, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino. Contra el “modelo”. Contra la contra. El Talleres versus todos era para la épica. Y esa aventura movilizó los latidos de Talleres hasta ayer… La cabeza sobrepensó. Y era normal. Y era imposible que no se diera esa dinámica. Y las imágenes ya daban vueltas en esas mentes hermosamente afectadas por años y años de sueños atragantados. Era la cargada. Era el meme para siempre. Era la bandera con la estrella bordada en el escudo. Y sí. Era la ilusión. No era mufa. Querer no es mufar.
Querer es poder. Y Talleres quiere poder. Quiere poder “ya”. Quiere desde hace años. Y no puede. No está pudiendo. Por razones que están a la vista. Por razones que no. Por razones que el fútbol cobija en su núcleo. O por lo que sea. En ese silbatazo del árbitro Falcón Pérez cayó ese rayo que le corta el piso a Talleres. Que no lo deja avanzar hasta el siguiente nivel. Se siente como el “no” de un patovica que no lo deja entrar el VIP de los “campeones de primera de la AFA”.
Es un rechazo. Y los rechazos molestan. Lastiman. Dejan secuelas. Aunque los rechazos también se superan. Los rechazos también muestran quién es quién. Y quién está el día después. Y Talleres, se lo mostró su gente, nunca estará solo. Y el día que pase lo del título… ahí estarán.
El video de La Voz con todo lo que pasó
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