La necesidad de una mirada federal de largo plazo
No resulta para nada novedoso recordar que la Argentina, ya desde los albores del siglo XIX, fue construida como una suerte de capricho cartográfico. Un país con regiones ampliamente favorecidas por la naturaleza y otras –no pocas– francamente desvalidas, sometidas tanto a sus carencias como a los caprichos de un caudillismo cuya sombra abarca más de dos siglos de historia.
Quizá por eso los gestos asociativos que han escaseado por décadas aparecen como tardíos reflejos, prácticas infrecuentes en un escenario en el que la falta de visión de conjunto ha sido la constante.
Uno de esos gestos tan escasos como dignos de mención ha sido el último encuentro de los gobernadores de lo que alguna vez intentó ser la Región Centro, otrora promotora del Corredor Bioceánico y hoy deslucida por una falta de continuidad en la que los anuncios suelen reemplazar a los hechos. Los mandatarios de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos coincidieron en un fuerte mensaje a la Nación referido a la necesidad de un modelo productivo hoy inexistente y la de entender la macroeconomía como un escenario de regiones, más allá de las caprichosas líneas de los mapas que marcan límites arbitrarios.
La ocasión es propicia para repasar otra vez las consecuencias de un proyecto federal inacabado, en el que las distintas jurisdicciones trabajan desde hace décadas en la convicción de que hay un solo modo de relacionarse con los sucesivos gobiernos nacionales: las alianzas circunstanciales o la sumisión. Al margen de que, como en el caso que nos ocupa, sean esas provincias las aportantes de los recursos que la Nación distribuirá luego de manera caprichosa, a despecho de que esto se corresponda con algo parecido a la equidad. El escenario subsecuente es el de unos pocos favorecidos y muchos perjudicados, en el que algunos no reciben lo que les corresponde y otros reciben lo que no merecen.
Más allá de un federalismo de ocasión que se declama y no se practica, el telón de fondo de todo esto sigue siendo un país que se reprograma de gestión en gestión, sin continuidad alguna, sin objetivos estratégicos permanentes y atravesado por el culto de la precariedad de casi todo, en el que las urgencias del corto plazo no permiten siquiera levantar la vista hacia el horizonte. En otras palabras, lo urgente devora diariamente lo necesario.
Empero, nadie debería justificarse en los errores ajenos a la hora de las explicaciones, por la sencilla razón de que lo que nos sucede en grande también nos ocurre en pequeño. Para decirlo con claridad, los mandatarios del interior argentino deberían entender que la hora de los anuncios ha pasado hace mucho en un país que ya no admite fotos de ocasión y que se trata de ocuparse de las cosas de manera firme y sostenida, para que dentro de cuatro años otros mandatarios no deban relanzar una Región Centro paralizada.
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