La lectura antes que la escritura
Los jóvenes no leen mucho estos días. Y se nota. Sus textos, la única forma de escritura que producen, muestran una profunda ignorancia de contenido y de ortografía.
No digo olvidar un acento o dos, o usar una “b” por una “v”. Es mucho peor. Confundir “hay” –de haber, de existir– con “ahí” –adverbio de lugar– y “ay” –expresión de dolor– es un ejemplo de múltiples.
El origen de esta falla proviene de variados caminos: la escuela, los maestros, la pandemia, entre otros, todos válidos y atendibles.
Sin embargo, nadie menciona que, para escribir bien, se debe leer mucho. Y eso, como todo en la vida, comienza en casa. La única inversión que paga a lo largo de la vida es la de libros. Un bajo costo y un enorme retorno de ganancias.
Los adolescentes y jóvenes hoy leen las noticias en sus celulares en un estilo que utiliza 140 letras; dependiendo del idioma, serían entre unas 20 y 50 palabras. Usted hasta aquí ha leído 168 palabras.
La idea original de algunas plataformas era la de usar la menor cantidad de palabras para dar un mensaje corto y directo. Esa capacidad sólo la gozan quienes han leído mucho y han practicado la escritura a tiempo completo. ¿Un ejemplo? “La ingratitud es hija de la soberbia”, dijo Cervantes en su Don Quijote, libro que escribió a los 57 años. Pocas palabras y una idea clara. Cervantes sería un ídolo en Twitter.
Los jóvenes y también los adultos se están acostumbrando a leer solo títulos y subtítulos, y no el artículo periodístico completo. Las ideas sueltas, sin contenido, son peligrosas. En otras palabras, se enfatiza el qué pasó, pero no el cómo, el por qué, las circunstancias.
Los detalles que nos ayudan a pensar sobre un tema para conocerlo y entenderlo.
Nuestro idioma es hermoso, lleno de palabras envidiables por cualquier otro. Palabras que vienen de varias lenguas y que nos dicen mucho con solo mirarlas. Pero alguien, una madre, un padre, un maestro, o hasta la televisión (pienso en Plaza Sésamo, por ejemplo), nos las tienen que mostrar, enseñar su significado y a usarlas correctamente, para que podamos aprenderlas y aprehenderlas.
En el presente, se habla de economía de palabras. Pero, al parecer, es más una economía de ideas que de palabras. Abreviar no es lo mismo que resumir.
Ambos mecanismos requieren destrezas que no se enseñan en la primaria, sino mucho más tarde en la vida.
Cuando un niño encuentra un libro y descubre palabras que revelan una historia y pide a su mamá o a su papá repetirlo hasta el hartazgo, nos está mostrando un niño abierto a la aventura de aprender. Hay muchas maneras de aprender, es cierto, pero ninguna ha reemplazado a la lectura.
Y esa es la clave. Niño y jóvenes en el presente tienen la posibilidad de leer digitalmente libros. La educación virtual debería enfatizar la lectura de contenidos. Estimular la creatividad, título tan de moda en estos momentos, es maravilloso. Pero no se puede ser muy creativo si no se sabe mucho de la vida.
Soy afortunada porque he tenido dos padres que fueron –mi madre aún lo es– ávidos lectores. Diarios, revistas y libros nos rodearon desde chicos. Mi madre aún hoy continúa leyendo religiosamente el diario, temprano por la mañana. Es la misma imagen que tengo desde mi infancia, y cuando hoy la veo por una pantalla de celular, me reconforta pensar que esa costumbre ha pasado a la próxima generación, la de mis hijos.
La pasión por la lectura comienza en casa.
* Licenciada en Sociología
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