La increíble historia de un escritor fantasma (de carne y hueso)
La existencia difusa de Émile Ajar tuvo un momento clave en 1975, año en que su novela La vida ante sí ganó el premio Goncourt, uno de los mimos más destacados en el universo literario francés.
En ese libro, Madame Rosa es una judía setentona, sobreviviente del campo de exterminio de Auschwitz, exprostituta, quien se dedica a otorgarles refugio en una pobre pensión a las criaturas no deseadas de otras trabajadoras sexuales. Momo es un chico huérfano, de origen árabe, que la acompaña en su declive, y es el que cuenta la historia.
Ajar había publicado con anterioridad la novela Gros-Câlin (1974), y después del premio sumó otras dos, Seudo (1976) y La angustia del rey Salomón (1979).
En algún momento comenzaron a correr rumores sobre la identidad del autor.
Cuando el jurado del Goncourt consagró a La vida ante sí, nadie sospechaba que Émile Ajar era en verdad una invención de Romain Gary, escritor francés de origen lituano extremadamente prolífico (firmó alrededor de 30 novelas y ya había ganado el Goncourt en 1956 con Las raíces del cielo). Dado a la práctica de la pseudonimia con ánimo serial, había jugado a ser otros bajo los nombres de Fosco Sinibaldi y Shatan Bogat. Gary se llamaba, en verdad, Romain Kacew (así firmó sus primeros tres libros).
Lo curioso del “caso Ajar”, a diferencia de otros escritores que utilizaron seudónimos, es que el autor se hizo corpóreo. Parece mentira. Roman Gary le pidió a un sobrino llamado Paul Pavlowitch que se hiciera pasar por Ajar y le hizo firmar un documento en el que prometía no contar la verdad hasta después de la muerte de su tío.
Encarnando a Ajar, Pavlowitch se contacta con un editor, da notas a la prensa, disfruta el éxito. Está (literalmente) poseído por el personaje. Para sumarle extrañeza al caso: pasa muy poco tiempo hasta que Gary empieza a sentir que ha sido desplazado, que su Golem se le está yendo de las manos. La relación entre ambos (¿o habría que decir entre los tres, sumando a Ajar?) se complica cada vez más.
Tras una disputa muy violenta, llegan a un acuerdo legal. Pavlowitch recibirá el 40% de las ganancias generadas por las novelas de Ajar y se compromete a no revelar el secreto.
El 2 de diciembre de 1980, una de las piezas de esta increíble trinidad literaria se hunde en la nada. Romain Gary se mete un tiro en la cabeza.
Poco tiempo después se publica Vida y muerte de Émile Ajar, libro de Gary en el que se revelan muchos detalles de la historia y que cierra diciendo: “Me divertí. Adiós, y gracias”.
Que se había divertido, no cabe duda. “La verdad es que me atacó profundamente la más vieja tentación proteica del hombre: la de la multiplicidad”, escribe en las “memorias” póstumas de Ajar. La incógnita es si el deseo de convertirse en otro no venía atado a una desesperación que lo seguía como una sombra.
Otro bucle de extrañeza: Romain Gary sufrió el hecho de haberse convertido en el escritor fantasma de su propia creación.
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