La Voz del Interior @lavozcomar: La historia de la moza de Tribunales de San Francisco que llegó a ser abogada

La historia de la moza de Tribunales de San Francisco que llegó a ser abogada

Tarde o temprano, la vida da revancha. Se trata de una frase hecha, muy usada en la jerga futbolística pero que aplica para innumerables historias de resiliencia en cualquier ámbito. Por ejemplo, a la historia de Carolina Correa Gutiérrez, sanfrancisqueña de 41 años y madre de dos hijos adolescentes, a los que crió sola.

Nada fue gratis, pero la mujer observó venir el tren y se subió.

Hace unos días se convirtió en abogada, algo que soñaba desde muy niña cuando todavía iba a la escuela primaria: “Veía películas donde aparecían abogados y flasheaba con serlo”, admite a La Voz.

Sin embargo, cuando terminó el colegio secundario no pudo optar por esta carrera ya que en San Francisco solo puede estudiarse en una universidad privada, que su familia no podía pagar. Optó entonces por la UTN local y se anotó en Ingeniería Química. Cursó un año y recuerda que le fue “bastante bien”. Pero cuando se aprestaba a seguir la tragedia le dio una piña: su mamá murió a causa de un accidente cerebrovascular.

Carolina tenía 17 años y su hermana Fernanda, 19. Quedaron solas en la casa y debieron salir a trabajar para poder subsistir. Los libros, al cajón de un armario.

El lugar que la incentivó a soñar

Uno de los primeros trabajó que tuvo fue en un boliche en los fines de semana. Luego, desembarcó en una estación de servicios. En el medio fue madre dos veces de varones, a los que –admite sin vueltas– terminó criando sola.

El tiempo pasó hasta que consiguió un nuevo trabajo. Fue hace 10 años y esa posibilidad asomó como una ironía del destino. O no. Carolina ingresó como moza en el bar que funciona en los Tribunales de San Francisco. Desde ese lugar, la vida comenzó a prepararle la revancha.

Bandeja en mano, entre cafés y medialunas, empezó a sentirse en ese mundo que soñaba de niña: “Ver los libros, charlar con los abogados, conocer mejor ese mundo hizo que me volvieran esas ganas de estudiar”, afirma ahora.

Se anotó en la Universidad Blas Pascal para estudiar a distancia. Hizo algunas materias, hasta que se le complicó el pago de las cuotas y perdió la regularidad. Pero sabía que ese tren no iba a volver a pasar: “Me dije: ‘algo tengo que hacer’. Luego apareció la pandemia”, cuenta.

Se le ocurrió que su hermana Fernanda, a quien definió como “una gran pastelera”, le cocine productos de panificación para ella poder salir a venderlos.

“Empezó a hacer alfajores de maizena, budines y pastafrolas, y cada viernes cuando salía de trabajar a las 11 me ponía a vender en todos los pisos de Tribunales con un carrito que me prestaban. Iba oficina por oficina con la mercadería y les explicaba por qué necesitaba el dinero. Todos se pusieron contentos, me empezaron a ayudar y entonces con eso podía cubrir algo de la cuota”, dice, destacando el apoyo de quienes trabajan en los Tribunales de San Francisco.

Carolina Correa Gutiérrez, sanfrancisqueña de 41 años, en su trabajo en el bar de Tribunales. Ahora se recibió de abogada. (La Voz)

Correa Gutiérrez fue avanzando a medida que se lo permitían sus tiempos. En el último año, mientras le quedaban 10 materias para recibirse, consiguió otro empleo, por la tarde, en la UTN local como administrativa. Por la mañana seguía en el bar. En total, 11 horas diarias de trabajo.

“Mis hijos me acompañaron en este proceso. Siempre los tres estudiando, ayudándonos, venimos hace años con esto del estudio y ellos vieron la pasión que tengo por la carrera”, subraya orgullosa. Y remarca que los chicos también son estudiantes destacados: “Ellos viendo mi esfuerzo se esforzaron en lo suyo y les va muy bien. El más grande hoy estudia el traductorado de inglés, y el más chico fue escolta en la primaria de la bandera argentina”, grafica.

El momento de la nota

Hace unos días, Carolina rindió la última materia de Abogacía. Mientras se encontraba en su trabajo, la llamaron para avisarle que estaba la nota cargada en el sistema.

“Me puse tan nerviosa que no quise entrar a verla. Le escribí a mi hijo más grande para que se fije y me envíe un mensaje. Le di el teléfono a mi jefa y le dije que lo lea. Me tapé la cara, temblaba, hasta que escuché un ‘Felicitaciones abogada’. Allí fue todo llanto, abrazos, muy emotivo”, destaca.

Entre los agradecimientos, Correa Gutiérrez se acuerda de su hermana y de muchos de los abogados que le dieron una mano en Tribunales. Ahora va por más: “Vengo de abajo y no vengo de familia de abogados. La idea es seguir trabajando en lo que estoy ahora pero ya tengo pensado el año que viene hacer prácticas en estudios jurídicos. Veré si hay propuestas. Todo será bienvenido porque quiero aprender y, de a poco, meterme en un mundo que me gusta mucho. Y, además, para que valga la pena tanto esfuerzo”, piensa.

Carolina tuvo revancha. Le costó más porque debió hacer el camino a la inversa al de la mayoría de los chicos y chicas que terminan el colegio secundario y quieren seguir estudiando: “Mi consejo es que no importa la edad para estudiar”, concluye,

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