La gestión de Llaryora fue el trampolín de Passerini a la Intendencia
El primer gran objetivo que tenía Martín Llaryora este año era convertirse en el sucesor de Juan Schiaretti en la Gobernación de Córdoba. Y el segundo gran objetivo -pese a los rumores de la entrega estratégica de la ciudad a Juntos por el Cambio- era consolidar al peronismo en la Municipalidad capitalina de la mano de su viceintendente, Daniel Passerini.
Por eso, de la agitada noche de las elecciones provinciales del 25 de junio pasado surgió la orden directa de consolidar la diferencia obtenida por el gobernador electo en la Capital, cuestión que quedó evidenciada anoche.
Pero esa consolidación no fue basada en el voto clientelar que quiso instalar la oposición para explicar la diferencia que había obtenido Llaryora en los barrios más populares. La subestimación de esos votantes desconoce infantilmente que esas personas tampoco eligen sin hechos concretos que respalden su decisión.
Es imposible desconocer el impacto de los miles y miles de millones de pesos que la Provincia y el municipio llevan invertidos en Villa El Libertador, barrio que en 2019 se estaba literalmente hundiendo producto de la saturación de la napa freática. Se hicieron cloacas, se recuperó la plaza, se pavimentaron decenas de cuadras y se hizo un viaducto impresionante en avenida Armada Argentina.
La también criticada utilización de los “chalecos celestes” tiene otro costado que se suele omitir deliberadamente: son personas que cobran planes nacionales y que habían sido despreciados. Hoy, esas personas cumplen tareas a cambio de un pago, y generalmente trabajan en los propios barrios donde viven. Allí ayudan a mejorar el espacio público con obras viales livianas y limpieza.
En ese paquete está la puesta en valor que se viene realizando con los cartoneros, muchos de ellos ya formalizados en cooperativas. O con los carreros, que se están convirtiendo de a poco en conductores de motos eléctricas o directamente se dedican a otros oficios.
Las máquinas viales y los camiones con grúas de los centros operativos dieron capacidad de respuesta rápida a los reclamos por las calles de tierra rotas y el alumbrado público roto. A eso habría que sumar la construcción de los cuatro hospitales modulares y la cercanía que tuvieron los dirigentes que no se olvidaron de sus orígenes al llegar a un cargo en el Ejecutivo o en el Concejo.
Otro de los elementos en esa lista es la puesta en valor de plazas barriales, que también fue subestimada por muchos que desconocen el efecto que tiene un lugar digno donde ir a pasar un rato.
Con esa base, Llaryora ordenó a la militancia que había que salir a garantizar el voto para Passerini. Y para esa militancia fue mucho más fácil hacerlo con una gestión que la respaldaba. Militar una gestión gana elecciones, militar sólo una idea, no.
Pandemia y más
Tampoco hay que olvidar el despliegue que hizo la gestión de Llaryora en las semanas más duras de la pandemia de Covid-19, para que el confinamiento no se convirtiera en una condena insoportable.
Hoy tampoco se recuerda mucho que durante ese 2020 el transporte urbano estuvo a punto de desaparecer. Estuvo meses sin circular, y cuando volvió, lo hizo con menos del 10 por ciento de los pasajeros que transportaba en la prepandemia. El sistema se redujo, pero no dejó de prestar servicio y no dejó ni un solo trabajador en la calle. Y ante la imposibilidad de que las prestatarias privadas incorporaran algo de flota, compró 210 ómnibus cero kilómetro para que la municipal Tamse pasara a controlar un tercio del sistema.
No sólo lo popular
El otro dato que seguramente reflejarán los resultados definitivos es que Rodrigo de Loredo no sólo no pudo descontar la enorme ventaja que había obtenido Llaryora en los barrios de clase media y clase baja, sino que tampoco pudo estirar la ventaja que había obtenido Luis Juez en los de clase media y media alta.
Habrá que medir cuál fue el impacto que tuvo la política de puesta en valor del espacio público que llevó adelante el actual intendente y que fue reconocida por el propio De Loredo. Los parques que recuperó la Municipalidad se mimetizaron a los ojos del cordobés capitalino con los que hizo la Provincia. En este renglón hay que sumar el museo de la plaza España y el teatro Comedia.
Llaryora, al que muchos chicaneaban con su origen sanfrancisqueño y que encima se confundió Córdoba con San Francisco en su primera apertura de sesiones del Concejo Deliberante, terminó dejando una ciudad mucho mejor de la que recibió del radical Ramón Mestre.
Por eso, De Loredo le plantó su campaña en un eje que no es de competencia municipal: la inseguridad. Lejos de esquivar el debate, la respuesta fue la implementación de una guardia municipal que ya patrulla varios corredores barriales.
Al servicio de Passerini
Toda esta descripción, a la que seguramente le faltan cosas, le terminó allanando el camino a Passerini, que mostró la capacidad de sintetizar la continuidad de la gestión de Llaryora. Demostró en el difícil terreno del Concejo Deliberante que fue capaz de contener los embates opositores, amable en su trato pero firme cuando la situación lo ameritaba.
La gestión de Llaryora fue la base sólida sobre la que se construyó la candidatura de Passerini. Pero también será la vara con la que se medirá su intendencia, que no podrá echar mano al recurso de culpar al anterior por los errores, sino que deberá hacerse cargo de sus propios atinos y desatinos.
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