La dictadura de los mensajes de audio
El mayor robo que se está produciendo en nuestra época no es el que protagonizan funcionarios corruptos, políticos ambiciosos, empresarios sin escrúpulos o santurrones que venden paraísos y vidas eternas en cómodas cuotas.
El desfalco más grave ocurre minuto a minuto, todos los días; se comete con nuestro consentimiento y al mismo tiempo lo estamos multiplicando nosotros. Se origina gracias a las tecnologías de la comunicación y en forma de inofensivos mensajes de audio que nos enviamos unos a otros, a cada momento, desde cualquier lugar.
Cientos de millones de personas en todo el planeta se dedican diariamente a alimentar este agujero negro sonoro, esta biblioteca galáctica de fonemas, con mensajes de destinatarios únicos seleccionados, a los que proceden a quitarle minutos de atención. Personas que se empeñan en malgastar fracciones de vidas ajenas para que les presten oídos a cualquier cosa que se les ocurra decir.
Terroristas del audio
Existen ya verdaderos terroristas de los mensajes de audio, capaces de teledirigir mensajes con duraciones de cinco, ocho o más de 15 minutos. Y lo peor es que esperan que los destinatarios los escuchen. Completos.
Hasta existen depravados que evacúan audios interminables y esperan hasta el final para decir lo único importante, y luego ponen a prueba al oyente preguntándole si escucharon el mensaje, como una forma de verificar si la otra persona los considera o no alguien digno de atención.
¿Qué se hace con estos ninfómanos verbales que nos envían un audio de siete minutos? ¿Se los ignora, se los cancela por unos meses, se los escucha a alta velocidad, se los denuncia por robo de parte de nuestra vida? Un audio de un minuto de duración ya es un arma de guerra prepotente que asalta el precioso tiempo de los demás.
Podemos recuperar dinero perdido, relaciones perdidas, objetos que habíamos extraviado, hasta recuerdos. Pero en nuestras existencias a plazo fijo, el tiempo es lo más valioso que tenemos. Y una vez empleado, no se recobra jamás.
Enviar audios extensos a los demás es una forma de autoritarismo personal, demuestra un desinterés por las prioridades ajenas. Y es algo todavía peor: es una falta de cortesía. Es, como se dice ahora, una ausencia de empatía.
Hablá diferente
No existe nada importante que no pueda decirse en sólo 20 segundos: Me caso. Estoy embarazada. Murió mamá. ¿Querés ser mi novia? Me están asaltando. No me bajó. ¿Nos vamos juntos de viaje? Tengo un ataque de pánico. Te extraño mucho.
Las cosas que necesitan más de 20 segundos para ser dichas son para ser dialogadas. Para eso existen las llamadas y las videollamadas telefónicas, que se realizan, estas sí, con la aceptación de los demás.
Lo que supera una extensión mínima de tiempo ya no es un mensaje. Son descargos, desahogos, reproches, divagues mentales, rencores amasados, juegos amorosos, vínculos fácticos a la Roman Jakobson, donde lo importante no está en lo que se dice sino en la propia continuidad del lazo comunicacional.
Apenas solemos hacer excepciones, y no siempre, para madres, hijos, amantes, jefes hacia quienes extendemos los segundos de tolerancia por cuestiones de necesidad afectiva, amorosa, laboral.
Julio César informó al Senado romano de su victoria en la batalla de Zela diciendo “Vine, vi, vencí”. Arquímedes gritó sólo “Eureka” cuando descubrió la ley de flotación. Descartes postuló uno de los principios de la filosofía moderna expresando “Pienso, luego existo”. A Galileo Galilei le atribuyen haber dicho “¡Y sin embargo, se mueve!” frente al tribunal que lo obligó a retractarse de su concepción heliocéntrica. Martin Luther King necesitó sólo decir “Tengo un sueño” para reclamar la superación del racismo en la sociedad estadounidense. “Piensa diferente” fue el desafío que lanzó Steve Jobs a toda una generación.
Lo importante no necesita de muchas palabras. Pero todos los días debemos enfrentarnos a personas capaces de recitar el Mahābhārata, el poema épico hindú de 200 mil versos, y que luego, con pretendida inocencia, nos preguntan: ¿escuchaste mi mensaje?
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