La “desgracia” de ser argentinos
Este artículo pretende desplegar una perspectiva internacional, fruto de haber sido un emigrante de Argentina; he “paseado”, si cabe, por el mundo. Uno se preguntaba: ¿qué nos diferencia? ¿Qué hace de Argentina algo atractivo? Espero que estas reflexiones sirvan a quienes se quedan y a quienes piensan en irse.
Me remonto a la crisis de 2001. En ese momento, tenía una propuesta de una universidad mejicana para trasladarme. Era uno de tantos que se iban. Lo obvio para muchos.
Los “baby-boomers” argentinos hemos conocido crisis varias: 1989, 2001, etcétera. Algunos recordarán la frase famosa de aquel profesor de Economía que abría sus cursos de Macroeconomía diciendo: “Hay tres tipos de países: los normales, Japón y la Argentina” ¡Qué originales que somos! Huelga hablar de los comentarios de tantos economistas que no entienden cómo un país con tantos recursos humanos y materiales puede haber retrocedido tanto a lo largo de décadas. Somos un fenómeno económico lamentablemente único en el mundo.
Irse
Vamos a quienes se van. No conozco estadísticas sobre la suerte de argentinos en el extranjero. Se ven casos varios de ejecutivos, artistas o profesionales argentinos (no hablemos de fenómenos globales como Lionel Messi o Diego Maradona) que tienen éxito fuera de su país. Pero siempre encontrás un argentino en las más variadas circunstancias. Recuerdo a uno que un domingo dejaba pasar el tiempo en una estación del metro de Nueva York. No parecía, precisamente, alguien a quien solemos denominar “exitoso”. Panorama variopinto si lo hay.
Las redes de contactos son esenciales para cualquier desarrollo profesional. Las escuelas de negocios de espectro internacional (por ejemplo, Harvard, MIT, etcétera) enfatizan mucho esta ventaja. La confianza que se gana compartiendo “años” de vivencias no es comparable con ningún otro medio de “contacto”.
Cuando se sale del país, se pierde mucho de eso. Parece natural que muchos busquen su futuro fuera de su tierra; somos descendientes de inmigrantes. Pero ser extranjero tiene sus cuitas. Hay países más receptivos que otros a la inmigración.
Los Estados Unidos, con todo su dinamismo económico, ciertamente ve como normal a los llegados del exterior. Pero aun en un supuesto paraíso de inmigración, las carencias afectivas siguen existiendo. Desde nuestros principios como nación, nos ha marcado la internacionalidad; quizá nos seduce demasiado lo que no es argentino, como un talismán mágico.
Juan Carlos de Pablo tiene una frase bastante redonda, que más o menos dice “no te vayas, porque este es tu rollo; sos de acá, esto es lo tuyo”. Y tiene bastante de sentido común.
Los promotores de la globalización ensalzan la enorme movilidad que se ha dado en el mundo en las últimas décadas (no describen el enorme sufrimiento de tantos que se movilizan buscando un mejor destino).
A no dudar que la emigración puede tener un valor profesional per se, una mejora económica evidente y aun un crecimiento en maduración personal. Pero lo que no se suele contar es lo difícil que puede ser dejar tus raíces, tanto en lo emocional como, en algunos casos, en materia de salud.
Hay bastante casuística de bullying al extranjero en el mundo. En más de un país, recelan de nosotros. No somos “moneda de cinco duros que a todos gusta”, como dicen los españoles. Salir de tu país no es una panacea universal que todo lo resuelve.
Volver
“Argentina es el país de la amistad”. Es la frase de un argentino connotado a quien admiro profundamente y que mira el mundo desde una atalaya global. Tomamos con mi familia la decisión de volver a “la Docta” por cierta mayor plasticidad profesional y por los amigos que habíamos dejado (y con un activo de jubilación).
Más de uno me habló de “locura” por haber decidido volver. Desde que tengo memoria, Argentina ha estado mal. ¿Qué nos hace diferentes? ¿Tiene sentido la pregunta? Para mí, lo diferente de Argentina es el modo de vivir la amistad. Amistad hay en todas partes, sin duda. Pero aquí se siente diferente.
El cariño de años, la generosidad de los amigos, el aliento de quienes simplemente te quieren porque te conocieron, los asados interminables… Realidades que sutilmente reflejó nuestra selección en el Mundial de Qatar: un equipo de amigos y de familias empujando a su hijo.
La amistad es un valor que no registran los economistas. Los países no mueren, dice alguien. Yo creo que, aun en la eterna incertidumbre que envuelve a nuestra economía, lo que nos hace un país con perspectivas de desarrollo es esa inmensa red social de vínculos afectivos y sociales que tenemos, nuestra calidad y calidez humana y nuestra versatilidad. Litio, petróleo, agro son importantes, pero no determinantes.
Mi promoción 1980 del Monserrat es un ejemplo –de tantos– de cómo se vive la amistad. Mi homenaje a todos ellos. Lo esencial es invisible a los ojos.
* Premio nacional de Logística de México
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