La Voz del Interior @lavozcomar: La cuestión Malvinas

La cuestión Malvinas

Si en algo nos parecemos argentinos y británicos es en el fervor patriótico con el que procesamos todo lo vinculado con las Islas Malvinas, al punto de que unos y otros difícilmente podamos abordar la cuestión desde una perspectiva estrictamente racional.

Y en buena medida, se entiende: hay de por medio una guerra, la de 1982, que a uno y otro lado del Atlántico facilita a ambos términos de la ecuación una mirada cuasi intransigente sobre el tema.

Ha sucedido de nuevo en estos días, cuando el flamante primer ministro británico, Keir Starmer, debió sortear el acoso de los legisladores conservadores durante su presentación en el Parlamento, donde señaló enfáticamente que las islas “han sido, son y serán siempre británicas”. Y resaltó la afirmación con el dato personal de que su tío combatió en el Atlántico Sur en 1982.

Se trata de un argumento casi pueril, que otra vez reduce la cuestión a un plano puramente emocional, muy alejado de cualquier consideración política, económica o estratégica.

Por si no quedaba del todo explícito su patriotismo, Starmer agregó el peñón de Gibraltar a la lista de las posesiones que el Reino Unido se propone no devolver. Es, por si hiciera falta recordarlo, el mismo país que regresó Hong Kong a China y, recientemente, Chagos a Mauricio.

Nadie debería sorprenderse del énfasis del primer ministro, dado que el conflicto de 1982 hizo retroceder varias décadas la discusión de un asunto que se encarrilaba lentamente por la vía diplomática, a la que un grupo de militares trasnochados decidieron renunciar en aquel momento al solo efecto de encontrar una causa que galvanizara el apoyo a una dictadura que se derrumbaba.

Menos debe sorprender si se considera que la devolución de Chagos agitó hacia el interior del Reino Unido una discusión no resuelta sobre la necesidad de mantener Malvinas bajo su esfera, un parteaguas que tiene tantos defensores como detractores.

Por cierto, la cuestión de Chagos se enmarca en reclamos largamente tramitados en el ámbito de las Naciones Unidas, ámbito en el que Argentina ha ratificado una y otra vez sus derechos, y cuyas exhortaciones Londres ha ignorado por décadas, actitud empeorada por la escasa confiabilidad que sucesivos gobiernos argentinos han suscitado en esos y otros asuntos en la comunidad internacional.

Si algo se debe echar en falta en este problema, es la incoherencia de la diplomacia argentina de los pasados 40 años, que ha pendulado entre la rigidez, la indiferencia y toques groseros como las relaciones carnales propuestas por el excéntrico canciller menemista Guido Di Tella, sin obviar que nunca hemos podido conciliar miradas sobre una propuesta que incluya los intereses de los isleños y un plan para el futuro de las islas.

Como sea, deberíamos congratularnos de que la discusión siga vigente a uno y otro lado del océano, y hacernos cargo de una vez de que el presente estancamiento sólo podrá ser superado con más diplomacia y una firme coherencia que no eluda ideas superadoras.

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