La crisis golpea a los comedores populares
Los merenderos y los comedores comunitarios se han convertido en una forma de auxilio a la pobreza que crece y que sufren los sectores más postergados de la Argentina, debido a una crisis económica que se prolonga sin que se vea una solución inmediata.
Son, además, una contención a ciertas desatenciones de los gobiernos a la hora de cumplir con los programas de apoyo a esas personas vulnerables.
Se trata, ni más ni menos, de recibir un plato de comida caliente o una taza de mate cocido. La alimentación como un derecho que ningún plan de ajuste o de defensa superlativa de los equilibrios fiscales puede ignorar. Es decir, pretender arreglar a cualquier costo los déficits propios y heredados.
Sin embargo, la creciente demanda de alimentos ha puesto en serios aprietos a centenares de comedores y de merenderos, tanto en la ciudad de Córdoba como en el interior de la provincia.
Como dimos cuenta en un informe sobre esta problemática que publicamos días atrás, las instituciones y los propios vecinos que colaboran de manera solidaria con la donación de productos alimenticios admiten que encuentran dificultades por un factor de innegable relación con el incremento de la pobreza: las cantidades de comida que hasta no hace mucho ofrecían a niños y a niñas ahora deben “estirarlas” para dar de comer a madres y a padres.
El problema repercute en las ciudades más pobladas de la provincia, con la Capital en punta, además de Río Cuarto, San Francisco, Alta Gracia, Río Tercero y Río Segundo. En rigor, la enumeración alcanza igualmente a pueblos y a pequeñas localidades del territorio cordobés.
¿Es posible que el Estado con sus tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) permanezca ocupado en otras cuestiones mientras hay datos irrefutables que nos dicen que en Argentina hay gente que pasa hambre? Ni que hablar de niños, niñas y adolescentes sumergidos en esa adversidad.
Es cierto que los gobiernos municipales y otras instituciones, entre ellas, la Iglesia católica, proveen de insumos de manera mensual, pero cada vez alcanzan menos para una concurrencia que crece.
“Vemos que la crisis económica se agudiza y que ya no alcanza la mercadería. Cada vez hay más gente que nos golpea la puerta”, relata elocuente Lourdes Criado, una de las tantas referentes sociales.
La Iglesia católica advirtió que el 10% de la población sufre hambre y que la comida a los sectores menos favorecidos no puede ser la variable de ajuste. La advertencia fue difundida en febrero pasado por la Conferencia Episcopal, en un mensaje inequívoco a la administración del presidente Javier Milei. Pero, a tenor de la amarga realidad actual, no es complicado concluir en que poco se ha progresado en ese sentido.
Habrá que admitir que la asistencia de comedores y de merenderos es de invalorable utilidad para auxiliar a millones de personas en todo el país, aunque deja al descubierto la magnitud de la crisis y la ausencia del Estado en un tema de enorme sensibilidad social y humanitaria.
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