La ciencia argentina, en proceso de descomposición
El desfinanciamiento del sistema científico implementado por el Gobierno nacional está generando el cierre de numerosas líneas de investigación y una nueva fuga de cerebros.
El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), el organismo más grande del sistema y el que más se destaca por la promoción de la carrera de investigador, es la institución donde mejor se puede observar esta situación.
Los recortes presupuestarios que decidió el Gobierno de Javier Milei a poco de asumir provocaron una disminución en la cantidad de becas que se otorgaron este año, tanto para doctorados como para posdoctorados. Esas becas son el punto de partida de la carrera de investigador: son años de formación que no cuentan efectivamente como un trabajo –de modo que no tienen aportes jubilatorios, por ejemplo– y en los que son dirigidos por investigadores con experiencia.
Una vez terminada la beca, deben postularse para ingresar a la carrera de investigador y atravesar un proceso de selección. Pero los ingresos están literalmente congelados: los aspirantes del año pasado que obtuvieron un resultado favorable y debían ingresar en 2024 aún no fueron efectivizados, y no se sabe cuándo podrán hacerlo. Por cierto, el congelamiento de ingresos alcanza a técnicos y profesionales que el Conicet cataloga como personal de apoyo a la investigación.
Por la disminución de la cantidad de becas que se otorgan anualmente, la imposibilidad de que se concreten nuevos ingresos de investigadores y de personal de apoyo y la regular jubilación de los de mayor edad, la planta del Conicet se achica, los más experimentados se retiran y no hay suficientes jóvenes para reemplazarlos. Es entendible que se haya buscado revisar los criterios de selección, pero la demora en resolver resiente la formación de recursos humanos altamente calificados, algo que lleva mucho tiempo recuperar.
En ese contexto, las convocatorias a becas doctorales están dejando de ser interesantes y muchos profesionales jóvenes prefieren postularse en institutos del exterior para seguir con sus carreras.
La falta de fondos también ha ocasionado suspensiones y hasta cancelaciones de numerosas líneas de investigación que no cuentan con los insumos necesarios para sostenerse en el tiempo. La Sociedad Argentina en Investigación en Neurociencias, por ejemplo, registró que en los proyectos de laboratorio se redujo la dotación de animales en un 30% porque no había dinero suficiente para mantener el plantel con el que se venía trabajando.
Como si no bastara con este cuadro, la semana pasada Manuel García Solá, director ad honorem del Conicet, debió renunciar tras denunciar “persecución ideológica” a becarios e investigadores.
El renunciante sostuvo que era inadmisible que se hubiera frenado el ingreso de unos 800 investigadores y personal de apoyo cuyo proceso de evaluación estaba listo hace tiempo, y que el jefe de Gabinete, en nombre del Gobierno, manifestara que recién ingresarían cuando hubiera presupuesto y se comprobara que los temas a los que se abocarían resultasen pertinentes. Esa nueva evaluación, a cargo del Gobierno, no sería científica sino política, razonó García Solá.
Un país que no invierte en ciencia y tecnología se niega la posibilidad de proyectarse a futuro. Un país que sólo hace ciencia y tecnología siguiendo únicamente criterios de mercado o bajo un paradigma ideológico determinado, se niega la posibilidad de interactuar en la dinámica internacional del presente, cuya pluralidad ideológica es esencial.
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