La Voz del Interior @lavozcomar: Jugar es algo serio

Jugar es algo serio

A la sombra de un árbol, una niña juega con hilos de dos colores; intenta tejer una pulsera. Le quedan sin vender dos plantas que, por el calor, muestran hojas tristes; o resignadas.

En la segunda hora de clase, un niño juega con su imaginación. Matemática no es su materia preferida y noviembre se ha hecho eterno. En este momento, y en dupla con Julián Álvarez, marcan el gol del triunfo en la final de las finales.

Lee y escribe desde los 4 años, toca el violín desde los 5 y, ya en primero, resuelve cálculos complejos. Por momentos extraña jugar: es decir hacer cosas que, aunque le salgan mal, sus padres seguirán igual de orgullosos.

Sentado en un rincón, un niño juega en silencio con dos maderas; son asombrosamente iguales a pesar de que las encontró en medio del derrumbe de su casa, después del ataque.

A pocos minutos del final, la delantera se anima a hacer una jugada de más. Ganan por buena diferencia y le parece el momento justo. Sin embargo, los gritos desde el banco la vuelven a la realidad: están compitiendo, no jugando.

Desde los 13 años no soporta a sus padres. Siente que le prohíben todo y que no la comprenden. Sin embargo, y por momentos, añora jugar y reír con ellos.

Jugar para siempre

El juego infantil es algo realmente serio, que jamás debería ser confundido con entretenimiento.

Saltar en un pelotero es divertido, pero sólo se transforma en juego cuando se comparte; imitando acrobacias, acertando y fallando en las caídas, pero siempre junto a pares que marcan límites y jerarquías.

Es posible jugar en el colegio y no sólo en el recreo. En horas de clase basta con reunir pasión del docente, algo de humor en común y recuperar el gustito por el conocimiento.

También, muchos dilemas familiares se podrían resolver jugando; hablando, negociando todo lo que ayude a comprender, a perdonar y, con suerte, a avanzar.

Jugar es mucho más que patear penales. Significa ser retado por inconductas y después ser abrazado. Es ser alguna vez postergado para luego ser ansiosamente buscado. Es quedar último en la fila, pero sabiendo que, finalmente, su momento llegará.

Más aún: ciertas comidas son jugables si, en verdad, se valora disponer de comida en el plato. Lo mismo ocurre con el abrigo, con las obligaciones y hasta con los deseos.

Los mayores no deberían olvidar jugar en pareja, ya que los niños –observadores implacables del mundo de los adultos– andan sedientos de modelos de amor.

Jugar es quizás lo más importante en la infancia, en tanto cada uno sea protagonista de su propia vida, guionista de sus argumentos, escenógrafo de sus lugares y autor de los diálogos.

Transitar la niñez jugando –en los momentos claros, los oscuros y en todos los grises intermedios– permite elegir senderos propios. Quizás no muy alejados de lo que sueñan sus padres (o de lo que no lograron), pero con una pizca de originalidad.

Antes de los 5 años es sencillo; a esas edades el juego es inevitable. El problema aparece después, cuando las apretadas agendas infantiles relegan el juego a breves momentos en los que se corta la luz o se agotan las baterías.

O cuando adultos disponibles se permiten jugar quitando banalidad al verbo.

Reconociendo que, al jugar, la vida se torna más amable.

* Médico

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