Insomnio y ansiedad, el doble impacto de la crisis en la salud mental
La crisis económica impacta de diversas formas en las emociones de las personas. Ya no es una cuestión de llegar a fin de mes, sino de llegar al viernes. Una lucha por la supervivencia que se define día a día.
Silvia Bentolila, psiquiatra y experta en emergencias, define estos tiempos como una “crisis prolongada de sombra larga”, una respuesta a una situación que sobrevino de la pandemia y de las consecuencias sociales generadas después. El contexto económico, el encierro y la pérdida de vínculos sociales dejarán sus coletazos por los menos por dos años más.
En cambio, las catástrofes (mejor definidas como desastres) se conocen como el impacto que puede generar una amenaza (huracán, terremoto, sequía) en una comunidad vulnerable.
“Cuanta menos vulnerabilidad tengas, menor riesgo de que te impacte una amenaza”, explica Bentolila, integrante del Equipo Regional de Respuesta frente a Emergencias Sanitarias de la Organización Mundial de la Salud.
¿En qué se parecen una crisis y un desastre? En ambos casos los individuos deberán reducir la vulnerabilidad emocional para tener un menor impacto en la salud. “Las emociones pueden ayudarnos a sanar o a enfermarnos”, enfatiza.
Cómo gestionar las emociones
Palabras como “bienestar”, “gestión de las emociones”, “resiliencia” están de moda hoy. Como si colectivamente buscáramos un salvavidas que nos permita surfear la ola.
“Veo mucha tristeza en los ojos de las personas. Rostros con mucha angustia como no veía desde hace mucho tiempo. La pobreza no es solamente un problema de movilidad económica. Cuando se destruye la autoestima, es muy difícil dar marcha atrás”, considera Silvia Quevedo, coordinadora de Somos Barrios de Pie Córdoba.
La referente de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (Utep) advierte que el impacto de la pobreza es mayor en las mujeres que son sostén de hogar. “La desazón, la falta de poder mirar hacia un futuro sobreviene en no querer seguir luchando ni pensando. El universo pasa por el día a día. Si mañana no estoy, eso no es relevante”, expresa.
Los niveles de estrés y ansiedad impactan de distintas maneras. Dentro del universo de quienes tienen sus necesidades básicas satisfechas, especialistas aconsejan gestionar las emociones para reducir la vulnerabilidad afectiva en épocas de crisis.
Entonces podremos escuchar el cuerpo y reconocer las señales de cansancio. Por qué no, la necesidad del silencio. “El cuerpo pide. Cuando no lo escuchamos, se para en seco”, ejemplifica Bentolila. Entonces suceden los “accidentes” que en su gran mayoría son incidentes que se pueden prevenir. Aumentan las enfermedades.
“Transitamos tiempos de ansiedad y de enorme irritabilidad. La gente está tan enojada y frustrada que muchas veces no puede disfrutar de las cosas buenas que tiene”, dice.
Es tiempo donde menos es más. Vivir acelerado muchas veces implica hacer cosas que no necesitamos, cargando con mayor ansiedad. “Si uno se lleva por delante a uno mismo, se lleva por delante a los demás”, asegura Bentolila.
Una salida colectiva
Participar de proyectos colectivos suma, siempre y cuando prevalezca un clima de solidaridad y alegría. A nivel de vínculos, compartir más momentos con las personas que nos hacen bien, “en ambientes donde encontremos cobijo, donde nos sintamos alojados sin ser juzgados ni criticados”, finaliza la especialista.
Bentolila insiste en que la energía intrapsíquica se recarga. Y que es necesario parar “antes de que salte la señal de que estamos con el tanque de reserva”.
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