La Voz del Interior @lavozcomar: Inés Garland: Mi mirada está muy ligada a la falta de libertad y a las jaulas de los mandatos

Inés Garland: Mi mirada está muy ligada a la falta de libertad y a las jaulas de los mandatos

Inés Garland acaba de editar su último libro bajo el título de Diario de una mudanza; y si bien las primeras líneas acusan un cambio de hogar, con el correr del texto se entiende que la palabra “mudanza” adquiere en su obra un sentido más amplio.

En su diario –que a priori parece autobiográfico pero ella se encargará de asegurar que hay mucho de ficción– aparecen los cambios en el cuerpo: “Soy una mujer llena de arena, voy dejando rastros de mi propia erosión cada día”.

Se repite varias veces la palabra menopausia y la diferencia poco conocida con el climaterio: “Es un error llamar menopausia al climaterio. La menopausia es solo un día, el día en el que la mujer tiene su última menstruación”.

Ahora, y desde el otro lado del teléfono, confirma que hay una falta de vocabulario para describir ese período en el que la mujer muda, envejece. Y si bien su libro se asoció solo a ese tema, ella aclara que “no habla solo de la menopausia” y cuenta, además, que tampoco es “estrictamente un diario”.

Sobre el origen del libro y de la temática, Garland advierte que se trató de un proceso en el que, como siempre, tenía escritos sueltos que con el tiempo fueron hilvanados en este diario ficticio.

El disparador fueron algunos textos que ella desordenadamente iba escribiendo sobre sus propios síntomas y que, a través de la charla con amigos, tomaron relevancia y salieron de la anécdota particular para transformarse en un sentir colectivo después de que ella escribió un artículo en la revista La Forma breve.

El artículo arranca así: “Mi madre decía que a partir de cierta edad ya no se trata de agradar sino de no desagradar”.

Garland reconoce que “fue tal la respuesta de las mujeres por ese simple fragmento” que se vio en la obligación de seguir con el tema. “Muchas me escribieron y se acercaron para decirme que el artículo hablaba por ellas y me dije: ‘Este es un asunto que tengo que seguir’, y ahí me senté a seguirlo y a ver cómo lo armaba”.

−¿Cómo fue darle un orden? ¿Te costó ese proceso?

−Me costó muchísimo, puedo llegar a hacer, no sé, 20 versiones de cada cosa, de cada fragmento. Tenía desparramado una cantidad de anotaciones y les daba vueltas, las subía, las bajaba, las copiaba y pegaba, me volví loca. El personaje del carpintero (N del R: un enamorado de la protagonista), en una de las primeras versiones terminadas, recién aparecía en la página 70, y me di cuenta de que el carpintero tenía mucho texto, y que era como si la novela estuviera renga, entonces lo fui adelantando de esa manera, fui dejando miguitas…

−¿Cuánto hay de ficción y cuánto de autobiográfico?

−Lo que me pasa a mí es que agarro una punta de algo que no sé lo que es y empiezo a desarrollarla, a veces es una punta autobiográfica, a veces es algo que me contaron, a veces es algo que me pareció, que me imaginé, que vi. Empiezo a tirar un hilo muy delicadamente y empiezo a hacer la historia. A veces tengo un buen pedazo de la historia, pero de repente el texto me pide otra cosa, y yo voy para donde me pide. O sea, no me importa la verdad, me interesa algo que está por debajo y que muchas veces es más verdadero que la realidad…

En tu libro planteás temas que están en discusión, como el amor romántico o los mandatos…

−El tema de los mandatos y de los mandatos maternos sobre las mujeres es algo que está en toda mi escritura y siempre me interesa y siempre me interesó. Creo que mi recorrido, en mi vida y en mi escritura, también es el deseo de liberarme de esos mandatos. Y de algún modo, no sé si logro liberarme, lo que hago es mirarlos… más que mirarlos, los mandatos aparecen. Mi mirada sobre el mundo está muy ligada a la falta de libertad y a las jaulas de los mandatos, tanto para hombres como para mujeres. Entonces, siempre sale de algún modo. ¿Cómo te enseñaron a mirar o cómo te enseñaron a pensarte? ¿Cómo te enseñaron a mirarte en el espejo? Es un tema que me obsesiona y aparece siempre. La verdad es que puedo pensar mil cuentos míos que tienen que ver con eso. Aunque no lo busque, emerge de alguna manera, aunque escriba sobre el espacio exterior.

−Hay en tu libro una mirada sobre la sexualidad adulta, sobre el deseo en el climaterio, sobre la vergüenza, ¿aún son temas tabú?

−Por supuesto. La sexualidad, la edad… Son temas que en realidad me parece que estamos tratando de explicarnos los unos a los otros… los escritores, los artistas, y son temas que nos afectan a todos.

Inmediatamente, la escritora frena la charla para buscar una cita de Annie Ernaux que resume su sentir al respecto. Siente que no puede continuar la charla hasta que no la encuentre. En su libro (y en esta entrevista también) hay varios momentos como este. Momentos en los que Garland necesita imperiosamente encontrar la palabra justa, la frase certera, lo que no puede decirse con sinónimos.

−¿Esa búsqueda de la palabra adecuada, de la sonoridad, del significado exacto que tanto te atormenta tiene que ver con tu rol de traductora?

−No. Yo creo que la traducción vino a partir de ahí. Me vuelve loca encontrar la palabra que sea la que mejor llega al otro lado. Creo que es una gran ilusión de comunicación con los demás, una búsqueda de no sentirme tan sola, de que no nos sintamos tan solos, de unión. Es difícil porque también el lenguaje da para tanta confusión. Entonces, buscar la manera justa de decirlo tiene mucho que ver con eso también.

−Y cuando escribís, eso te demanda tiempo…

−Sí, hay gente que lo escribe de cualquier manera y después dice “esto va”, yo no. Me quedo parada. De repente, digo “no, no es esta la palabra, no”. En las traducciones también tardo una vida. Siempre pido mucho tiempo para entregar porque me obsesiono, doy vueltas, busco el sinónimo, digo “no es, no es, no es, no es…”. ¡Hasta que aparece… y es una felicidad!

−En tu libro también salen a la luz los malestares del cuerpo que tenemos muchos, quizás por las largas horas en la computadora. Es como si el cuerpo mismo nos estuviera diciendo que hay algo que no cierra…

−Es que yo creo que la escritura está en el cuerpo. Entonces sí, el malestar viene por estar muchas horas sentada, pero también si no lo hago me agarran otros malestares. Yo sé que el cuerpo es un temazo, sin duda. Lo viví, lo vivo a veces como un lastre y, en realidad, es una muy mala relación con el cuerpo, porque pensar que uno es solo mente y no cuerpo es un error gigantesco. Y la armonía entre los dos es importantísima, pero lo aprendí tarde.

  • Diario de una mudanza. De Inés Garland. Editorial Alfaguara. 253 páginas

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