Hora de eliminar la reelección presidencial
“Te apuesto un champán francés a que Cristina no buscará su reelección”. De más está decirlo, perdí por goleada esa apuesta con un colega. Corrían los primeros días de junio de 2011 y mi expresión de deseos tenía una explicación muy sencilla: el kirchnerismo había desatado una suerte de guerra civil con la resolución 125, en mayo de 2008, y a partir de allí, una serie de iniciativas que dejarían huellas sociales y políticas profundas.
Entre otras, la llamada ley de medios, la estatización de las AFJP, la asignación universal por hijo, la estatización de Aerolíneas Argentinas y la ley de primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (Paso).
Fue toda una batería de proyectos destinados a recuperar la centralidad política tras el duro trance de la derrota ante Francisco de Narváez en la provincia de Buenos Aires, en las elecciones de medio término de 2009. Por cierto, una debacle electoral ante un outsider proveniente del mundo empresarial, que hasta incluyó un amague de renuncia por parte del matrimonio Kirchner.
Precisamente, todo ese torbellino de acontecimientos –coronados por la sorpresiva muerte de su marido, expresidente y hasta aquel momento jefe político del peronismo, acaecida en octubre de 2010– me llevó a imaginar una Cristina Kirchner actuando con la sabiduría deportiva que tuvo Carlos Monzón al momento de retirarse del boxeo cuando era campeón.
La puerta del infierno
Mi intuición me falló, pero no respecto de lo que vendría luego. Ni siquiera hizo falta que se destapara la carta del 54%, que fue todo un récord electoral para la democracia recuperada en 1983, in memoriam Raúl Alfonsín.
El solo anuncio de la fórmula presidencial integrada por un aventurero de la política como Amado Boudou, a la par de la unción del extitular del Afsca Gabriel Mariotto como candidato a vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, dejaba en claro cuál era el tono de la nueva época que abría la actual vicepresidenta de la Nación en aquella instancia: ir por todo y un poquito más allá.
Ante semejante desborde, en casi todos nosotros se activa un mecanismo mental similar a aquel que exhibe Oppenheimer, la magistral película de Christopher Nolan: la plena conciencia de la apertura de las puertas del infierno ante la aparición de un suceso inesperado, combinado con un proceso político muy turbulento en desarrollo.
Observado en retrospectiva, hoy me caben pocas dudas de que la coincidencia entre aquellos sucesos y la activación de la profunda dinámica de estancamiento económico y sostenido deterioro del clima de convivencia política en nuestro país, que desembocó en la victoria federal de Javier Milei en estas elecciones primarias, tienen en realidad poco y nada de coincidencia. En particular, la economía se desequilibra a instancias de la descompensación de la política, en un marco general donde el orden de los factores sí que altera el producto. Y mucho.
Hora de una cirugía mayor
En una zona que combina la misma expresión de deseos de 2011, pero también la observación reflexiva de los resultados obtenidos a la fecha, hoy imagino una reforma constitucional superacotada, que al estilo de las enmiendas constitucionales norteamericanas, elimine el portal al infierno creado por el artículo 90 de nuestra Constitución Nacional. Es decir, aquel que habilita al presidente y al vicepresidente a postularse a la reelección o para sucederse recíprocamente por un solo período consecutivo.
Por si queda alguna duda, hablo de volver al esquema original de 1853, en ese ámbito acotado.
Al respecto, soy plenamente consciente de que, de realizar una apuesta acerca de la viabilidad pero no de la oportunidad de la medida, la perdería con seguridad nuevamente. Sin embargo, con la evidencia a esta altura de las consecuencias de la caja de Pandora abierta en 1994 por aquello que Milei bautizó “la casta política”, ya no podemos esquivar más el debate.
Las dos crisis más profundas, pero a la vez más persistentes, de nuestra nueva etapa democrática tienen que ver con la dinámica de una dirigencia política que tiende cíclicamente a inmortalizarse a través de la inyección de anabólicos a una serie de dispositivos económicos que mostraron algún gran éxito temporario.
Para ser más preciso, la crisis terminal de 2001 tiene tanta raíz política en la iniciativa de perpetuación de la convertibilidad en 1995 como la de 2023 la tiene en la búsqueda de extensión a la eternidad de los razonables mecanismos de emergencia pergeñados en 2001-2003 con el fin de superar la crisis del sistema de convertibilidad.
En tal sentido, no resulta nada casual que ambos procesos de eternización hayan estado marcados por ideas políticamente de escasa operatividad, como las “reformas de segunda generación” en la década de 1990 o la creación interminable y mágica de “nuevos derechos” en esta etapa kirchnerista.
La idea y el debate pueden sonar alocados, pero en ocasión del cumplimiento de los 40 años de democracia, no podemos perder de vista tanto los resultados generados por un sistema que no conoció en Argentina más que interrupciones permanentes y la ausencia de una gimnasia de competencia sostenida entre las siempre imprescindibles elites políticas.
En tal sentido, al haber pasado tanta agua bajo el puente, no podemos esconder más la cabeza en el suelo como los avestruces. Festejaremos el 40° aniversario de nuestro sistema democrático con la irrupción de un líder que representa un profundo desafío y cuestionamiento al mismo. Por cierto, a una arquitectura política que sólo mirando para otro lado podemos decir que padece de vicios coyunturales.
¡Absolutamente no! Está claro que son debilidades profundamente estructurales. En una lista de mayor a menor importancia, la que más salta a la vista es la borrachera de poder de todo el sistema político, que condujo a la instauración de un esquema marcado a fuego por los ensayos de perpetuación en el poder y la ausencia de un clima de estimulante competencia política permanente.
Es hora de honrar a nuestros padres fundadores con un service bien profundo del mismo, que en simultáneo debería incluir la eliminación de las elecciones de medio término así como de las Paso, dos dispositivos que, por su redundancia, sólo contribuyen con la degradación de la instancia sagrada donde los ciudadanos eligen a sus representantes.
* Analista político, autor de “Estados Unidos versus China, Argentina en la nueva guerra fría tecnológica”
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