La Voz del Interior @lavozcomar: Hablar de la guerra con los chicos

Hablar de la guerra con los chicos

¿Cómo explicar a niños y a niñas la guerra? ¿Cómo hablar con cada uno, pero no de los intereses geopolíticos, sino de la tragedia; del sinsentido de las pérdidas humanas?

Quienes interpelan son chicos y chicas expuestos cotidianamente a pantallas que los desbordan con datos angustiantes; en muchos casos, esto ocurre en quienes no superaron aún el desgaste emocional sufrido durante la pandemia.

Las preguntas infantiles sobre la guerra repiten algunos miedos de cuando surgió el Covid-19. Al iniciarse la pandemia, se instaló la percepción de incertidumbre y ansiedad, porque el mundo estaba en peligro. Con las iniciales medidas preventivas, y luego con las vacunas, los síntomas infantiles parecieron ceder.

Pasó la ola de Ómicron y el virus parecía dar un respiro, pero la invasión rusa a Ucrania reavivó incertezas. Es decir, volvieron algunos síntomas.

¿Guerra focal o mundial? ¿Ataques nucleares? ¿Peligro para la humanidad? O, en términos infantiles, ¿estamos en peligro?

La experiencia pandémica significó vivir largo tiempo bajo amenaza, sin vislumbrar el final, a lo que los chicos respondieron con trastornos en su conducta. Alteraciones en el sueño y en la alimentación, dificultad para concretar actividades, temor al alejarse de sus cuidadores y otros comportamientos atípicos que alteraron la vida familiar.

El conflicto bélico, lejano geográficamente pero muy cerca, vuelve a generar zozobra.

Dificultades para saber la verdad

Arthur Ponsonby, político británico pacifista, escribió una frase contenida en su libro Falsedad en tiempos de guerra. Mentiras propagandísticas de la Primera Guerra Mundial: “Cuando se declara la guerra, la verdad es la primera víctima”.

Famosa desde entonces, hoy cobra vigencia en tiempos de posverdad, en los que la manipulación, la desinformación y la censura informativa son moneda corriente y resulta difícil comprender la realidad; más aún, transmitirla a los chicos.

Las noticias que reciben chicos y chicas ya no dependen de los adultos; circulan libremente, por lo que, antes de hablar con ellos, conviene saber la edad de quien pregunta y de qué información dispone.

Los menores de 6 años usualmente están más preocupados por lo cotidiano: el inicio de clases, pelear con sus hermanos y jugar. Para ellos, es suficiente ver el gesto sereno de sus adultos para saber que la guerra no es su problema.

Los mayores están más sensibilizados y requieren de más respuestas. Con ellos resulta imprescindible acompañar en el análisis de las noticias, centrando los diálogos en el presente: en lo que parece que de verdad ocurre y no en lo que podría suceder. Frases breves con descripciones simples podrían desactivar temores antes de que se transformen en pesadillas, dolores diversos o contracturas musculares.

Los adolescentes constituyen un grupo diferente, ya que hoy la adolescencia no comienza necesariamente a la edad del desarrollo genital, sino en el momento en que reciben su primer teléfono inteligente. Esa conexión con el mundo cambia sus intereses, sus actividades y, en especial, sus incertidumbres, alojadas en la natural sensibilidad social que germina en esa etapa vital.

Tal vez escuchar lo que piensan sea más valioso que explicarles la guerra. Descubrir que, más allá de la genuina preocupación por la paz mundial, cada uno podría estar preocupado por conflictos más cercanos.

Toda confrontación externa suele remitir a violencias personales, ocultas o postergadas.

Hablar con los adolescentes, espantar sus fantasmas y acompañarlos podría, tal vez, prevenir que en el futuro encaren sus vidas como una guerra.

* Médico

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