Gurnah Abdulrazak, Nobel de Literatura: “Siento compasión por los ucranianos”
A menudo corolario de una carrera prominente, el Nobel literario suele, asimismo, determinar consagraciones inesperadas: es lo que sucedió el año pasado, cuando el africano Gurnah Abdulrazak (Zanzíbar, hoy Tanzania, 1948) recibió el galardón convirtiéndose en una celebridad de las letras de la noche a la mañana.
Emigrado por elección y radicado en Inglaterra desde su adolescencia, el escritor se ha centrado en la temática del desarraigo y el exilio en sus varias novelas, cuentos y ensayos, redactados en lengua inglesa (un rasgo que le ha ameritado críticas).
La noticia del Nobel fue acompañada por la publicación en español de su novela más celebrada, Paraíso, sobre un niño que atestigua la colonización europea en África oriental a comienzos del siglo 20.
La llegada de A orillas del mar (que, como la anterior, circuló en nuestro idioma en ediciones previas) ameritó una conferencia de prensa por Zoom con más de un centenar de medios hispanoamericanos, acontecimiento difícil de imaginar en épocas prepandémicas. El relato invierte edad y escenario: el comerciante sexagenario Saleh Omar aterriza en un aeropuerto londinense con pocas pertenencias y dispuesto a empezar una nueva vida.
“El desarraigo puede darse cuando las personas están sólo a 10 o 15 kilómetros de casa. Pero yo estoy interesado en movimientos de personas más amplios, que tienen que abandonar sus países obligados por la guerra, la violencia u otras razones –señaló Abdulrazak, de camisa blanca y con una biblioteca a sus espaldas–. En parte esa ha sido mi experiencia personal, durante mi vida adulta he tenido que lidiar con la vida en otro país. Pero hay millones de personas en la misma situación, no sólo en Europa sino en otros lugares. América, Australia, Sudáfrica. Es un fenómeno global que llevamos muchísimos años viendo. Ahora tenemos a personas que viajan desde el sur del mundo hacia el norte y eso está generando problemas en Europa. En términos relativos, es una novedad”.
Y agregó: “En algunas partes, especialmente en Europa, hay una reticencia a los extraños, y eso no es nuevo. Esta reticencia responde a cierto racismo. Desde luego no todos los países han respondido así, Alemania lo hizo muy bien con la acogida de los sirios. España y Portugal también han acogido a muchas personas. Pero en algunos países se habla de estos movimientos de personas como si fueran delincuentes que están aquí para hacernos daño, para robarnos la prosperidad y arruinar nuestras cómodas vidas”.
El interrogante por el estado de cosas signado por la guerra de Ucrania y sus millones de refugiados no se hizo esperar. El narrador dijo: “Siento por los ucranianos compasión, qué más puede uno sentir cuando ve un ataque cruel y malévolo sobre los lugares de muchas personas. Es terrible ser testigos de esto. Ser un extranjero asustado y con necesidad debe ser una situación angustiosa. Pero en cierto modo han tenido suerte, por una razón. Muchos vecinos han respondido con compasión, sobre todo los países vecinos. No todos los pueblos son bien recibidos así. Es triste, aunque no sorprendente, que este tipo de hospitalidad, de preocupación humana, no se extienda a los afganos, a los sirios o a los iraquíes que aparecieron en la frontera entre Polonia y Bielorrusia, que fueron devueltos a sus países después de estar expuestos a la intemperie en pleno invierno. Este comportamiento ha salido ahora a la luz y las autoridades polacas están demostrando una preocupación igual por personas de otras zonas. Esto es una ventaja, como mínimo algo positivo”.
Antes y después
En un paréntesis, Abdulrazak reveló los orígenes de las dos novelas que llegan hoy a los lectores hispanos.
El niño de Paraíso, Yusuf, se le ocurrió al escritor al ver a su padre ya anciano en un retorno a su patria de origen en la década de 1980. La visión le hizo pensar en que su padre había atestiguado probablemente el proceso de colonización de los primeros años del siglo 20.
“Me pregunté cómo sería vivir esa transformación de niño. Esa conquista, la de alguien que viene y te dice ‘bueno, siéntense, disfruten, porque ahora somos nosotros los que mandamos’”, explicitó.
El migrante veterano de A orillas del mar nació, en cambio, de un hecho público: la noticia del secuestro de un avión afgano que aterrizó en el aeropuerto inglés de Stansted en 2000.
Abdulrazak: “En la tele mostraron imágenes de las fuerzas de seguridad convenciendo al secuestrador de que se rindiera y después la salida de los pasajeros. Eran afganos vestidos para visitar a sus familias, no para ir a Londres o a Europa. Entre esas personas apareció este hombre con una barba gris poblada hasta el ombligo. Los secuestradores pidieron asilo, para eso habían secuestrado el avión. Pero al día siguiente todos los pasajeros que había en el avión pidieron también asilo. Y yo pensé, y ese viejecito de la barba, ¿qué hace? ¿Qué tiene en mente? ¿Abandona su país, lo bueno o lo malo que tenga, a su edad? ¿Este hombre entiende lo que hace? Pensé que no sabíamos nada de él, quizás tuviera razones para detestar su vida y ahora se le abría una oportunidad nueva. O tal vez fuera una resignación, una derrota”, apuntó.
¿Cómo cambió la propia vida de Abdulrazak al serle asignado el Nobel? “Es un gran honor. Me ha hecho feliz ganar este premio y sumarme a una lista de autores que tanto admiro y que vienen de otros lugares y atmósferas del mundo y ahora me dicen, ‘vale, puedes entrar a este club’. Es fantástico, maravilloso. Todos deseamos que nos ocurra esto con nuestra producción y nuestra obra. Pero desde luego el cambio también viene por otras vías. Hay personas que te invitan a distintos proyectos, que quieren hablar contigo. En estos momentos estoy muy alegre y contento de responder a todo aquello que puedo responder, pero supongo que en algún momento estará bien volver a tener tiempo para escribir”, concluyó.
- A orillas del mar. De Gurnah Abdulrazak. Editorial Salamandra. 352 páginas. $ 2.499
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