Grieta, militancia y objetividad: el debate pendiente del periodismo
Hace años que gran parte del periodismo argentino navega en medio de una tormenta desesperante que no deja ver hacia adelante, que no da respiro, que no permite tomarse ni unos minutos para frenar, reposar y pensar cuál es el verdadero rumbo.
Durante más de una década, nos vimos confundidos en el fango del debate por la grieta entre el periodismo oficialista o militante y los llamados “anti-K”.
Para los primeros, el silogismo era de escuela primaria: todas las personas poseen ideas predeterminadas que construyen su subjetividad/todo periodista es persona/ningún periodista puede ser objetivo.
Para el segundo sector, el periodismo militante era una aberración alejada del principio básico del equilibrio periodístico, aunque poco a poco terminó por transformarse en lo mismo que criticaba.
En ambos casos, había argumentos de peso para sostener cada postura. Pero la lucha se disputó en términos absolutos, y eso volvió imposible el debate. Quien pretendió mantener un equilibrio quedó fuera del baile. O era tildado de pertenecer a un sector cuando mostraba algo que no le gustaba al resto, para ser criticado por el sector opuesto al otro día, por decir algo distinto.
Hoy la historia se repite con llamativa analogía. Parece obvio decir que cada gobierno, cada partido, cada sector político suele cometer aciertos y errores, y que eso es lo que se intenta analizar con datos, interpretar con raciocinio y difundir con el mayor equilibrio posible.
A veces, eso puede implicar un elogio implícito; y otras, una crítica, según qué se analice. O ninguna de ambas cosas, ya que de lo que se trata es de mostrar datos que ayuden a entender mejor la realidad, el principal objetivo del periodismo. Y eso no implica necesariamente que siempre haya que usar un adjetivo.
A veces se olvida que no importa si no se logra la objetividad absoluta. Puede que la objetividad periodística no sea más que una búsqueda permanente, pero de seguro no es algo que se abandona con el argumento de que todos tenemos algún sesgo de confirmación.
Volver a las preguntas éticas
La última campaña presidencial fue elocuente: en masa, periodistas de todos los colores y medios sintieron la necesidad de pronunciarse a favor o en contra de cada candidato, advirtiendo el fin de la democracia o del país si ganaba uno u otro.
¿Es esa la misión del periodismo? Quizá lo sea cuando se trata de reaccionar ante actitudes autoritarias que ponen en peligro la vida institucional, pero difícil decir lo mismo cuando se refiere a analizar la realidad cotidiana; desde datos económicos hasta una medida oficial.
Es cierto que los contextos no ayudan: vamos de un populismo a otro, de un extremo a otro, sin pausa para reflexionar sobre la profesión. Ninguno de los últimos gobiernos se privó ni se priva de cruzar la línea roja en materia de presiones a la prensa, de ataques a quienes piensan distinto o de intentos de limitar la libertad de expresión.
Nadie duda de la necesidad de defenderse ante tales actitudes. Y es ahí cuando aparecen los dilemas: ¿cómo mantener el equilibrio? Aun cuando, por nuestra concepción del mundo, un gobierno nos parezca antidemocrático, ¿hasta dónde tenemos derecho a militar contra una gestión que está haciendo todo lo que dijo que iba a hacer, elegida democráticamente por una gran mayoría cansada de todo lo anterior? O, de otra manera, ¿hasta dónde se puede tolerar lo anterior?
La respuesta no es fácil ni clara.
Cito un comentario de Yolanda Ruiz –directora del Consultorio Ético de la Fundación Gabo– a la pregunta: ¿es ético que un periodista defienda a un candidato, partido político o ideología? “El periodismo se debe a la sociedad en su conjunto y no solamente a una parte de ella”, respondió.
En ese sentido, si hay varios candidatos o partidos en una contienda, la ética nos invita a ofrecer a la audiencia información, contexto y análisis sobre las distintas opciones, y también una mirada crítica sobre ellas. No podemos olvidar nuestra labor de veedores de todos los poderes. Lo que más sirve a la democracia es el periodismo independiente que trabaja con rigor y con el menor sesgo posible”.
Varas distintas para medir gobiernos
En estos años, olvidamos principios básicos del periodismo y llegamos a naturalizar cuestiones que tergiversan la profesión. Una de ellas, propia del periodismo de provincias: medir y juzgar con varas muy distintas a las administraciones públicas nacional y provincial.
Mientras que la distancia nos otorga plafón para criticar sin inhibiciones medidas de los gobiernos nacionales, hemos sido incapaces de pararnos de la misma manera frente a las gestiones locales. Cerrar un ministerio de la Mujer en la Nación es un crimen de género, mientras que hacerlo en la Provincia es “un ajuste racional”.
Repudiamos la falta de conferencias de prensa de un presidente, pero toleramos la del gobernador. La crítica de un funcionario nacional nos parece un ataque a la libertad de prensa, pero ante la negación sistemática de información de un gobierno provincial no hacemos ni un tuit.
A la inversa, gran parte del periodismo porteño desconoce e ignora esta situación y tiende a creer que las provincias o bien son feudos, o bien son Disney.
Por otra parte, la lógica de las redes reconvirtió nuestra práctica profesional y sentimos la necesidad de pronunciarnos por todo, creyendo que la sociedad necesita saberlo o que una realidad cambiará porque decimos que estamos a favor o en contra de algo.
Eso nace, también, de pensar que somos imprescindibles en cualquier debate social sólo porque nuestro estrecho círculo de colegas y de amigos también creen eso de sí mismos.
¿Por qué creemos que debemos pronunciarnos por todo, desde cómo alguien trata a una mascota hasta el conflicto israelí-palestino? ¿Aportamos algún valor o contribuimos a banalizar y a “panelizar” el debate? ¿Nos piden tanto o es sólo nuestro ego?
¿Nos paramos igual ante las injusticias de todos los poderes en todos los niveles? ¿Cuándo una medida de gobierno es antipática y cuándo antidemocrática?
¿Cómo hago para mantener el equilibro y la sensibilidad social al mismo tiempo? ¿Siempre tengo que dar mi opinión? ¿Cómo pensar todo esto en medio de la precariedad del sector y de una crisis económica galopante?
En definitiva, más importante que las respuestas a esas preguntas –que pueden ser variadas y sobre las que seguramente no habrá acuerdo– es que dejamos de hacernos las preguntas.
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