Giselle Parodi, hija de Sonia Torres: Todos los días de mi vida pido encontrar a mi sobrino
Giselle Parodi es la hija menor de Sonia Torres, la única que queda de los tres hijos que tuvo la abuela de Plaza de Mayo que hace casi medio siglo busca a su nieto apropiado en la última dictadura militar.
A 47 años del nacimiento de su sobrino, cuenta cómo fue convivir con la búsqueda constante en su vida: la de su hermana, la de su cuñado y la de su sobrino. También cuenta sobre su voluntariado durante la adolescencia en la Casa Cuna y en plena dictadura.
Giselle tiene 65 años, es psicomotricista, tiene tres hijos y da clases de tango. Siempre mantuvo un perfil bajo y no era de hablar con los medios. De hecho, asegura que mucha gente que la conoce se enteró hace poco de que es hija de Sonia. Pero su relato revela historias aún desconocidas de una de las etapas más terroríficas de la Argentina.
Estuvo detenida dos días en 1975. Con apenas 15 años, escuchó cómo torturaban a su hermana y vivió siendo perseguida por los militares y con el teléfono pinchado durante 10 años. En su paso por la Casa Cuna, vio cómo el Ejército custodiaba un sector donde había cunas con bebés que decían “NN” y cree que puede haber visto a su sobrino sin poder reconocerlo.
Silvina Parodi y su esposo, Daniel Francisco Orozco, fueron secuestrados de su casa de barrio Alberdi, el 26 de marzo de 1976 a dos días del golpe militar. Silvina cursaba un embarazo de 6 meses y su hijo, según se pudo reconstruir a lo largo de estos años, nació en la cárcel del Buen Pastor el 14 de junio de ese año. Su mamá lo llamó Daniel Efraín o Efraín Daniel Orozco Parodi. El bebé estuvo dos días con ella y luego no se supo nada más del pequeño.
Giselle mantiene firme sus esperanzas en encontrar a su sobrino. “Todos los días de mi vida pido encontrarlo. Con o sin mamá (Sonia) lo vamos a seguir buscando. Se lo debemos a él, para que sepa sus orígenes. No se trata de forzar a nadie, ni arrancar nada, sino sólo que sepa quién es y que él pueda tener a disposición esa información”, explicó. “En mi familia hemos privilegiado vivir desde el amor y no desde el odio ni la venganza. Desde el amor buscamos justicia y verdad”, agregó.
–¿Cómo era tu vida antes de la desaparición de Silvina?
–Éramos una familia de clase media, muy unidos a pesar de que mis padres ya estaban separados cuando yo era adolescente. Mis hermanos y yo éramos muy deportistas, mis padres siempre nos inculcaron el deporte (sobre todo la natación) y el arte, y siempre nos incentivaron a hacer algo por los demás. Por eso yo era voluntaria de la Casa Cuna, desde 1973. Mi madre tenía una farmacia y mi padre era agrimensor, éramos una familia más de clase media.
–¿Cómo era Silvina?
–Ella era muy pensante, le iba bien en todo. Había estudiado en el Manuel Belgrano y cursaba primer año de Ciencias Económicas, allí conoció a Daniel que estaba en cuarto año. En la adolescencia salía con ella y mi hermano Luis. Me hubiese gustado disfrutarla más, a ella pero también a Luis, que murió de un ataque de asma a los 38 años. Tanto mis hermanos como yo teníamos incorporado el trabajo por los demás, el interés social, participábamos de los clubes estudiantiles de nuestras escuelas. Yo cursaba en el Jesús María, ellos en el Belgrano. Tiempo después me enteré que mi hermana militaba en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), pero era una militante intelectual. Ella se casa con Daniel en enero de 1975 y a fines de ese año queda embarazada de mi sobrino.
–¿Cuándo comenzaron a ser perseguidos?
–En 1975, un año antes del golpe, allanan la casa de mi padre y nos llevan a todos detenidos. Allí estuve dos días, con 15 años, y escuché cómo torturaban a mi hermana y a mi cuñado. A mi familia la liberan y a Silvina y Daniel los dejan detenidos 15 días. El día del golpe (24 de marzo del ‘76) mi mamá viene corriendo a avisarnos y pedirnos que todos nos fuéramos de la casa. Nosotros vivíamos con mi papá y mi hermana con su esposo. Nos vamos todos a casas de amigos. Dos días después mi hermana va al médico y vuelve a buscar ropa a su casa y allí los estaban esperando y los secuestran. Les pegaron muchísimo, según nos contaron los vecinos y les robaron absolutamente todo de la casa. Nosotros empezamos a tener milicos parados en la puerta de mi casa en forma constante, a mí me seguían al colegio, luego al Cabred donde cursaba. Nos pincharon el teléfono durante 10 años. Mucho tiempo después dimos con las escuchas de todos esos años. En un momento de mi vida me plantee: “O vivís, o tenés miedo”. Y elegí vivir, seguir con mi vida a pesar de tener seguimiento constante.
–¿Cómo buscaron al hijo de Silvina?
–Cuando nos enteramos de que había nacido el hijo de Silvina, comenzó una búsqueda incesante. Mis padres pasaron por morgues, hospitales, la justicia, el clero y los propios militares. La búsqueda se convirtió en algo absolutamente cotidiano de mi vida. Era y es todos los días, con mi mamá a la cabeza, pero con toda la familia y amigos por detrás.
–¿Cómo fue tu paso por la Casa Cuna?
–Desde 1973 yo era voluntaria de la Casa Cuna, era un trabajo de mucho compromiso, no era caridad. Éramos un grupo de más de 100 chicos, de entre 13 y 16 años que cuidábamos los niños de allí, los sacábamos a pasear. Las monjas nos habilitaban a llevarlos a nuestras casa en ciertas fechas como las fiestas. En la Casa Cuna pude ver cómo en el primer piso, al cual no nos permitían el acceso, los militares se ponían batas blancas y custodiaban unas cunas blancas con bebés, que tenían un cartel de “NN”. Eran los hijos de los desaparecidos y las monjas de allí, aunque no todas, estaban complotadas con ellos. Entregaban niños y bebés. Luego supe que toda la información estaba registrada en el subsuelo del hospital, pero todo eso desapareció. De un día para el otro nos prohíben a los voluntarios sacar a los niños de paseo. Pregunté por qué y la monja Asunción Medrano me dice: “Vos tenés un bebé que cuidar en tu casa”. Ella me dice que Silvina había tenido el bebé y creía que mi sobrino estaba con mi familia. Ante eso fuimos al Buen Pastror a averiguar, ella acepta acompañarme (fue muy valiente) y nos niegan todo. Nos dicen que habían traslado a Silvina “al sur”. Luego supimos que la llevaron a La Perla y la asesinaron allí. Esta monja declaró luego en la Conadep. En esa época, cuando los milicos que hacían guardia en el primer piso de la Casa Cuna y se iban al baño, yo me metía para ver los bebés. Debo haber visto seguramente a mi sobrino, pero no lo pude reconocer.
La que sabía todo era la directora de la Casa Cuna, la monja Monserrat Trigo. Ella manejaba absolutamente todo, negociaba los niños. A fines del ‘76 o principios del ‘77 un tío militar de uno de los voluntarios nos dice que estábamos en una “lista negra”, sólo por ser voluntarios de allí. Luego de eso un día llegamos y teníamos la puerta con candado. No nos dejaron entrar nunca más.
–¿Qué pasó con la monja Monserrat?
–Yo la fui a ver hace años, estaba en la congregación del Padre Claret. Ella me conocía por ser voluntaria de la Casa Cuna y hablamos un rato. Cuando le pregunté de mi sobrino no me dio información, cortó la comunicación. Ella fue citada para el juicio de La Perla, luego del testimonio de compañeras de celda de Silvina que la involucraron a ella y a una exjueza federal. Una semana antes del juicio, en 2015, el Vaticano le da una orden de traslado a Barcelona porque tenía una hermana enferma. No supimos nunca más de ella.
–¿Cómo sigue hoy la búsqueda?
–La gente nos pasaba siempre información sobre la posible aparición de mi sobrino, nos acercábamos pero no era. La democracia trajo alivio, necesitábamos un poder constitucional a quien acudir. Sin embargo, tenemos muchos pedidos de ADN en la justicia, pero aún en democracia la justicia no ayudó en las primeras décadas. Incluso todavía hay abierto un pedido de ADN que tiene como 15 años. En el medio hemos recibido amenazas, sobre todo mi mamá y también ataques. En 2006 entraron a mi casa y le dieron una golpiza tremenda a mi madre. No robaron nada. Era para amedrentarla. La esperanza siempre está. Todos los días de mi vida pido encontrarlo, hago cosas para ello y tengo la idea de que va a aparecer. Siempre estamos buscando desde el amor, sin odio, sin deseo de venganza a nadie. También he criado a mis hijos en esto y ellos participan hoy de Abuelas. En todo este proceso que lleva 40 años, Abuelas ha hecho grandes aportes a la noción de identidad, a la búsqueda y no solamente de niños apropiados por la dictadura. Entendimos por qué es necesario que una persona sepa sus orígenes, de dónde viene. La idea no es ir a arrancar niños (ahora adultos) de sus entornos, sino que sepa la verdad y que él verá qué hace luego con eso. Por eso yo lo busco, no sólo porque se lo debo a mi hermana sino porque se lo debo a él. Y lo vamos a seguir buscando, con o sin mi mamá.
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