Festival de Cannes: el amor por los trabajadores en el filme Hojas caídas
Han pasado los días y en Cannes no hay favoritos claros para llevarse la Palma de Oro. Lo que sí es indudable es que no hubo hasta ahora ninguna película que fuera tan amada por el público y la audiencia como Fallen Leaves (Hojas caídas), la nueva película de Aki Kaurismäki.
El cineasta finlandés llegó al Teatro Lumière y lo primero que hizo fue pedirle la cámara a quien lo filmaba en la transmisión en directo que se proyecta además en la pantalla gigantesca de la sala. Cuando el camarógrafo accedió al pedido del cineasta, Kaurismäki lo filmó y quien está detrás de cámara pasó a ser el protagonista.
La travesura del cineasta fue aplaudida en la sala repleta que esperaba por él. Pero no solo se trató de una broma amable; fue la exposición de una posición frente al cine. ¿Quién ha filmado mejor la vida del proletariado que el señor Kaurismäki?
La trama de “Hojas caídas”
En Hojas caídas el cineasta cuenta una historia de amor entre una empleada de un supermercado y un hombre que cambia constantemente de trabajo debido a que toma mucho y lo despiden. Se conocen azarosamente en un bar, pero la relación tarda en consolidarse porque la suerte no está de su lado o porque todavía no están listos para hacerlo. Hay inconvenientes que sortear y el relato avanza prodigando un amable suspenso. Es imposible que no lleguen a amarse, pero nunca se sabe bien cómo ni cuándo.
Con esa anécdota mínima, Kaurismäki puede decir de todo sin renunciar a delinear un cuento utópico en la mejor tradición de Chaplin, a quien honra con la altura que se requiere. En una radio vetusta en la casa de la protagonista se escuchan los partes de la guerra en Ucrania; a ambos protagonistas los echan de sus trabajos sin piedad alguna.
Todo eso sucede sin apelar al drama excesivo ni a formas de representación canallas. La crueldad es el sistema, y el modo de filmarlo y tomar distancia de él pasa por recurrir a una estética que se distancia del realismo y lo sustituye por una puesta en escena depurada que luce deliberadamente artificial pero lleva a una forma misteriosa de verdad.
La última de Kaurismäki es una película feliz como pocas, con algunas bromas cinéfilas hermosas, porque a los amantes les gusta ir al cine, y con algunas secuencias de ternura inigualable. Desde el momento en que la protagonista adopta a un perro, todo aquello que hizo grande al cine se introduce con la aparición de ese animal hermoso.
Los gestos del perro y la interacción con los dos protagonistas son breves momentos en los que se verifica la benevolencia como una virtud posible y en el que la dignidad de los desposeídos se irradia sin más. En el cierre se repite la escena final de Tiempos modernos. Todo lo que está bien en el cine y en el mundo es lo que se materializa en Hojas caídas. Belleza, bondad, verdad.
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