Exclusión social: violencia y delincuencia urbana
Podemos cansarnos de una propuesta política determinada y cambiarla; podemos modificar nuestros hábitos y reemplazarlos por otros. Pero a lo que nos hemos resignado –y consideramos como inmodificable, lamentablemente– es al incremento constante en las tasas de criminalidad y de delincuencia urbana. Y eso parece que no cambia.
Ya sea como parte de un fenómeno propio del crecimiento de las grandes ciudades, como producto del crecimiento en los índices de pobreza o como resultado de equivocadas políticas de control de la criminalidad, a diario convivimos sabiendo que tarde o temprano vamos a ser asaltados y despojados de nuestros bienes; sólo que no sabemos cuándo, con exactitud.
Desde finales del siglo XIX, cuando se consolidó el modelo agroexportador y se intensificaron las políticas de apertura hacia la inmigración, Argentina se fue convirtiendo en uno de los países con mayor concentración poblacional en torno de sus grandes ciudades. La concentración poblacional en las grandes urbes trae aparejado, necesariamente, un incremento sostenido en los requerimientos de seguridad, educación, sanidad y transporte, hecho que se ve agudizado ahora notablemente en municipios con un ejido municipal gigantesco como el de Córdoba, de los más grandes de la región.
Uno de los factores que influyen –y esto es un fenómeno observable desde hace dos décadas– es la tolerancia que las autoridades argentinas tienen respecto de quienes hacen del delito urbano su modo de vida. La situación se agrava si se trata de menores, porque la clase política argentina se resiste a tratar el problema de la minoridad en conflicto con la ley penal, mientras que en la mayoría de los países europeos y del primer mundo esta es una cuestión resuelta.
Para el criminólogo argentino Julio Enrique Aparicio, “el delito es un fenómeno pluricausal, heterogéneo, que carece de una explicación genérica válida. Si bien históricamente se ha tratado de señalar a la pobreza como una de las causas de la conducta delictiva, la existencia de un número enormemente mayor de pobres no delincuentes desecha la hipótesis. Lo propio pasa con el desempleo, el urbanismo, las crisis económicas, etcétera. (…) Es cierto que la presencia de lo que podríamos llamar ‘malestar social’ es fuente de problemáticas crecientes de todo orden y que, por ende, es algo negativo. Pero ninguno de los componentes individualmente explica el delito”.
También, con el desarrollo de las sociedades y su evolución, el delito va cambiando. “Como fenómeno social que es, el delito va mutando, transformándose conforme los cambios que se producen en la sociedad. (…) El delito corre como el agua del río: cuando encuentra un obstáculo, modifica su curso y sigue. La creatividad delictiva va paralela a las innovaciones de usos y costumbres de la sociedad”.
El otro fenómeno que nos preocupa es la violencia. El filósofo argentino Víctor Massuh, ya fallecido, nos dice que “la violencia es vieja como el mundo. Es la atmósfera en la que invariablemente transcurre la historia de los hombres. (…) La violencia es el modo por el cual yo avasallo la voluntad del otro, invado su mundo, sus pautas sociales y sus intereses, su estilo de vida, sus valores, y trato de someterlo a mi arbitrio”.
Ese sometimiento es lo que vivimos cuando nos asaltan, y estos dos autores nos iluminan con sus descripciones sobre la pluricausalidad del delito y sobre la violencia. Lo vivimos a diario en Córdoba y así nuestra historia está siendo cruzada por un incremento notable de la tasa delictual, ante la impotencia de todos.
* Profesor de Historia
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