La Voz del Interior @lavozcomar: Estado de excepción

Estado de excepción

La política argentina está en estado de excepción hace tiempo. El primero fue fruto de un partido cuyo “primer tiempo”, valga la redundancia, no fue sucedido naturalmente por un segundo, lo que dejó espacio a un fenómeno sin antecedentes locales ni internacionales.

En particular, un sistema presidencial en los papeles sustituido en su funcionamiento real por un mecanismo informal, en el que la jefatura política residió en una vicepresidencia refractaria a ejercer las funciones ejecutivas propias del ocupante del sillón de Rivadavia y sí las funciones de bloqueo naturales del Poder Legislativo y hasta del Judicial.

Hablando mal y pronto, resulta imposible encontrar un mejor título, para la cuarta o quizá quinta experiencia del kirchnerismo, que “durmiendo con el enemigo”.

No hay ninguna otra circunstancia que explique cómo el saliente prescindente –¡sí, prescindente!–, Alberto Fernández haya podido dilapidar con semejante desidia el estado de excepción originado por la pandemia. Por cierto, una circunstancia ideal para afrontar con una ejecutividad propia de tiempos de guerra la vieja agenda de problemas estructurales que tiene en punto muerto a nuestro país desde hace más de una década.

En particular, ello abarcaba desde la renegociación exprés de la deuda con el Fondo Monetario y con los acreedores privados, hasta la corrección de algunos de los múltiples desequilibrios de la macro y de la microeconomía. Sin embargo, sobre llovido fue mojado.

El estado de excepción virtual originado por un inédito sistema vicepresidencial que fuera sucedido por el estado de excepción real producido por la pandemia, terminó siendo coronado por un inédito procedimiento de asamblea legislativa virtual, en el que el entonces presidente de la Cámara de Diputados Sergio Massa vio la oportunidad de convertir semejante crisis de gobernabilidad en una gestión económica que, sin el menor anclaje político ni visión técnica, lo depositara mágicamente en el sillón de Rivadavia.

La mesa servida para un rey, ¿león?

En semejante contexto, la polémica generada por la aseveración del actual procurador del Tesoro de la Nación, Rodolfo Barra, de que nuestro Presidente es una figura análoga al rey no debería causar ninguna sorpresa. Tampoco es tan original esa referencia vertida en su reciente columna publicada en Infobae, ya que el padre de nuestra Constitución, Juan Bautista Alberdi –tan ponderado por el presidente Javier Milei, en el plano individual como por su pertenencia a la generación de 1837– fue contundente al respecto, en varias oportunidades.

“Los nuevos estados de la América antes española necesitan reyes con el nombre de presidentes”. Asimismo, cuando el tucumano se refiere a la solución dada por la constitución chilena en cuanto a un “presidente constitucional que pueda asumir las facultades de un rey, en el instante que la anarquía le desobedece como presidente republicano”.

En tal aspecto, habiendo transcurrido más de 150 años de tales reflexiones, vale plantearse el interrogante respecto de su actualidad, en particular qué sentido profundo puede tener hoy semejante tour a mediados del siglo XIX, a la etapa de nuestra organización nacional. En cierto sentido, puede decirse que sí lo tiene. Y ello es lo que tiene en estado de shock a todo el sistema político y al círculo rojo que, hasta último momento, osciló entre una primera apuesta a Horacio Rodríguez Larreta y una última a Sergio Massa.

La consecuencia, más que la causa

De ninguna manera Milei puede ser una respuesta coyuntural a la experiencia de una mala gestión, sino, por el contrario, una respuesta terminal del electorado a una saga de administraciones que oscilaron entre el impulso a políticas sin racionalidad económica, Cristina Fernández a la cabeza o, por el contrario, presidentes como Mauricio Macri o Alberto Fernández, que optaron por el camino de la adaptación y supervivencia, con una lógica del tipo “soldado vivo sirve para la próxima guerra”.

A esta altura, la pregunta del millón gira alrededor de la factibilidad del proceso de reformas planteado por la flamante administración Milei en un formato tipo catarata, y con herramientas legales que juegan al fleje e implican un rol de convidado de piedra de instituciones republicanas fundamentales, como el Congreso de la Nación.

En tal aspecto, está claro que Milei no fue el creador del virtual estado de excepción que hoy alcanza a nuestro régimen político sino, más bien, lo contrario.

Más que causa, el flamante Presidente es la consecuencia y el rostro incómodo del virtual estado de excepción que envuelve a una Argentina que ensayó una solución extrema al borde del abismo y en un clima de hartazgo social por la falta de respuestas y la perversión del rol básico del liderazgo político: delinear un rumbo de país y atraer a una masa crítica de electores y actores políticos, sociales y empresariales que sustenten tal programa de gobierno.

A falta de ello, lo único que hizo Milei fue dejar en evidencia que los sucesivos reyes originados por el sistema político tradicional estuvieron desnudos. Era lógico. Ninguno de ellos quiso convalidar la existencia del estado de excepción que disuelve tanto compromisos como los vínculos dentro de un sistema político pro statu quo que siempre optó por el cambio de contexto más que por la siempre necesaria reformulación de sus componentes.

Tal Argentina se agotó y Milei no es más que el testigo molesto de este default político que nos puso en un riesgo serio de disolución nacional como el que vivimos por última vez hace 22 años, en diciembre de 2001.

* Analista político

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