La Voz del Interior @lavozcomar: Errar es humano: los ideales de perfección en tiempos de inteligencia artificial

Errar es humano: los ideales de perfección en tiempos de inteligencia artificial

¿Sabías que algunas obras maestras surgieron a partir de un error? En la primera película de El Padrino, de Francis Ford Coppola, hay una escena intrigante que despierta curiosidad en los cinéfilos. Cuando Michael (el personaje de Al Pacino) tiene su bautismo de fuego, mata a un mafioso de una familia enemiga en un restaurante y sale corriendo. El suspenso, la puesta en escena, el guión y la actuación son impecables. Pero el detalle curioso surge de una imperfección técnica: tras efectuar el disparo, Pacino corre apresurado en dirección a la cámara (como estaba planeado) pero toca el trípode con el pie y genera un leve movimiento que altera la toma.

La búsqueda del plano perfecto habría requerido volver a filmar la escena, pero se dice que Coppola eligió dejar ese pequeño error para transmitir el sentido de urgencia y nerviosismo de Michael al escapar. Yo me imagino otras razones para haberla dejado. Quizá el director se dio cuenta tarde o no hubo tiempo o dinero para rehacerla. Pero celebro la idea de convertir lo imperfecto, donde sea que se encuentre en el proceso creativo, en una obra maestra. Después de todo, además de un enorme director de cine, Coppola es un ser humano. Y comete errores, como nosotros.

El problema de la indiferencia

Por estos días estuve escuchando música creada con inteligencia artificial. Y recordé este ejemplo de El Padrino mientras reflexionaba sobre la perfección en el arte y cómo constituye un valor en las discusiones sobre contenidos artificialmente creados.

Estamos fascinados con la capacidad de estas tecnologías para imitar el arte de calidad, y nos horrorizamos con sus errores, deformaciones y “alucinaciones”. Inclusive críticos musicales se sorprenden por la capacidad imitativa de la IA, como es el caso del famoso productor Rick Beato. En uno de sus últimos videos, Rick analiza la plataforma Udio y relata su experiencia visiblemente movilizado por esta temática y las dudas que genera para la sostenibilidad de la industria musical.

Pero en el mismo video da la pauta de la que es, a mi juicio, una de las dimensiones más importantes en este análisis. Dice que sus hijos se dan cuenta de que las canciones están hechas con inteligencia artificial. A él le suenan bien, pero a ellos las canciones les suenan metálicas, falsas. Para algunas personas el truco se ve. O se siente. Hay algo ahí que no está bien. Hay una conexión que falta.

Muchos se enfocan en qué tan parecidas a una realidad ideal son las creaciones de la inteligencia artificial. Y se apresuran a tratar de eliminar imperfecciones propias del estado actual de la tecnología sin preguntarse de dónde vienen. O para qué están ahí. Esas imperfecciones también fueron aprendidas. Creo que es posible que la música creada con inteligencia artificial suene metálica y robótica por la forma en la que nos acostumbramos a producir y escuchar música en general.

Nos habituamos a escuchar la música con exceso de filtros, corrección de afinación (autotune), corrección de tempo, y con un volumen cada vez más alto y comprimido para que suene rimbombante en parlantes milimétricos de dispositivos móviles. Consumimos la música a la velocidad frenética con la que es creada. Sin tiempo para disfrutarla o notar esas diferencias. Y es ahí donde radica el problema de la calidad: la inteligencia artificial puede que nos esté devolviendo un reflejo algo exagerado de lo mismo que estamos produciendo. Como un espejo deforme. Y al mismo tiempo, el vértigo del consumo hace que aceptemos paulatinamente que esas diferencias de calidad ya no sean importantes. Esa indiferencia, más que la capacidad de la tecnología, es lo que pone en serio peligro el trabajo de los músicos.

Una respuesta posible a los dilemas de la calidad de las creaciones artificiales podría estar en entrenar a los sistemas de IA para imitar nuestras imperfecciones. Esto resulta paradójico porque estaríamos pidiendo a una máquina hecha para ser mejor que nosotros que se vuelva peor, imperfecta, para convencernos de que se acerca más al ideal que tenemos de ella. Una paradoja bien humana, que también observamos en esa obsesión que tenemos por crear ídolos sólo para verlos caer.

La imperfección como táctica

El sistema capitalista extremo de la productividad como único objetivo se lleva bien con esta forma de hacer y consumir cultura. Este sistema nos acostumbró a los superestímulos. Mucho de todo, todo el tiempo, para vender más y generar reacciones. Vivimos en un loop de ansiedad y depresión, no sólo en la cultura, también en la política y en el trabajo. Siempre tras el mandato de consumir y reaccionar, las actividades más carentes de sentido que me puedo imaginar.

Ojalá en el futuro cercano este afán de encontrar la humanidad en las máquinas nos lleve a conectarnos con la nuestra. Y mediante una reivindicación de la imperfección, a revalorizar el tiempo libre, el aburrimiento y la insuficiencia. Todos ellos son aspectos asociados tanto a la creatividad como a las emociones (por ejemplo, en el famoso “momento eureka”, donde la inspiración viene cuando no se busca).

Dejar que el mundo interior encuentre el lugar para expresarse en lo cotidiano puede resultarnos incómodo y poco productivo. Pero nos permite conectar con los espacios que habitamos y las personas que nos rodean. Hay quienes encuentran en la conexión con lo cotidiano una oportunidad de resistir las estructuras de poder, como el filósofo frances Michel De Certeau. Resistencia que se manifiesta a través de lo que él llama “tácticas”, astucias que tuercen el sentido original de las estructuras y sistemas que nos vienen dados. Así, podemos subvertir y hacer propios los textos (memes, fan fictions), los espacios urbanos (graffitis, lugares de reunión) y el arte (remixes, memes, etc.) Como vemos, el arte es un vehículo ideal para este ejercicio de hackeo.

Una revalorización de la imperfección implicaría tomarse el tiempo para crear y disfrutar de las creaciones de otros. Alejarse un poco de la vorágine del consumo, de la feria de novedades permanentes y del mandato de la diversión. Lo que necesitamos en el arte (y quizá en muchos otros aspectos) es una experiencia de todas las imperfecciones. Una sublimación de lo que nos asusta. Y experimentarla, idealmente, en compañía con otros que sienten lo mismo y recrean la obra cuando la comparten, la comentan o la transforman.

Compartir desde la insuficiencia

Hay cosas que parecen perfectas, como la letra o la melodía de una canción que refleja precisamente lo que sentimos. Ante una gran obra, a menudo nos preguntamos cómo puede ser que alguien con las mismas emociones que nosotros sea capaz de crear algo extraordinario. La clave ahí está en las experiencias y emociones compartidas. Lo que hace especial al arte es que nos acerca a esa contradicción entre nuestra propia imperfección y la belleza que inspira. En este sentido: ¿qué conexión puede ofrecernos una máquina que perfeccione las imperfecciones para imitar una experiencia humana?

Es importante cambiar el foco de las cuestiones para no asignar a la inteligencia artificial capacidades extraordinarias y potestades creativas que son propias de los seres humanos. Para no confundir la luna con el dedo que la señala, como dice el refrán. La IA puede ser una herramienta fabulosa para procesar información y facilitar tareas repetitivas. Y para eso es una posible aliada del arte en todas sus formas, siempre que se atiendan los problemas económicos que surgen de la explotación de artistas para su entrenamiento (porque la tecnología nunca está desconectada de la forma en la que se financia, se controla y se explota).

De lo contrario, los pronósticos agoreros del impacto de la inteligencia artificial pueden hacerse realidad. Pero no por las extraordinarias capacidades que sus creadores convenientemente le asignan, sino por el costo de olvidar el factor humano que se entrelaza en su creación y su uso. Y desde el punto de vista del arte, los riesgos existenciales para la humanidad vendrán por la pérdida de la experiencia insuficiente y fallida que le da sentido a las creaciones.

* Analista de políticas de internet

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