La Voz del Interior @lavozcomar: Entrevista al Chango Spasiuk: Todos salimos enriquecidos del intercambio con el otro

Entrevista al Chango Spasiuk: Todos salimos enriquecidos del intercambio con el otro

Durante la pandemia, muchos cultivaron un optimismo que, desde hoy, se percibe ridículo. Es que en el aislamiento se creía que afloraría la solidaridad, que las inequidades se atenuarían, que la humanidad aprendería la lección al punto de convertir al mundo en un lugar mejor para vivir.

Dispuesto frente a un humeante café con leche y el grabador, Chango Spasiuk dice no recordar si él surfeó todo esa ola filosofal, pero inmediatamente aporta que, aunque preocupado por la incertidumbre, en la cuarentena vio la oportunidad de realizar un sueño artístico impensable en el frenesí de la vieja realidad.

¿Cuál era ese sueño? El del disco hogareño, que en su caso se publicó ya en la nueva y junto con músicos notables, que aportaron diversidad instrumental desde diferentes partes del mundo.

Eiké es el nombre de la obra en cuestión, que presentará en Quality Espacio el próximo 23 de septiembre. En lengua guaraní, esa palabra alude a la invitación a entrar a un espacio interior.

“La casa como espacio simbólico del corazón, lugar que ofrece al invitado una silla ritual donde se asienta la palabra –alma en forma de música, según antiguas tradiciones–”, fundamenta la museóloga paraguaya Alejandra Peña Gill, amiga de Chango.

“Todos los artistas en algún momento fantaseamos con hacer algo solitario, como esos discos de Egberto Gismonti en familia o como otros hechos en plan contemplativo. Fantaseé con eso en el living de mi casa y con el piano con el que compongo mi música”, suma el misionero.

“El disco arrancó por la Improvisación para Juana… No suena tan bien ese piano porque ni siquiera sabía cómo salvar la grabación. Y cuando la quise salvar, borré tres de los cuatro micrófonos abiertos. Quedó uno solo. Después cuando aprendí a salvar, porque soy de la generación que grababa con “el Portugués” Da Silva o Amilcar Gilabert, hice un montón de improvisaciones más. Pero ninguna tenía el encanto de esa primera”, detalla.

“Quedó esa con un sonido más o menos del piano, aunque con la idea muy espontánea y potente. Y después dije: ‘¿Qué pasaría si lo que tengo en mi cabeza lo proyecto complementado con una trompeta de jazz, un laúd, una korá de África?’. Fue a partir de ahí que les propuse participar a mis músicos amigos y admirados, de manera remota. Y todos me contestaron que sí; les mandé las canciones y lo que me mandaron fue muy superador”, refuerza sobre el modo de producción de una obra que revisita sus clásicos y estrena temas dedicados a sus hijas.

Chango Spasiuk invita a reflexionar qué hace cada uno para afectar positivamente a su entorno. (Ramiro Pereyra/ La Voz)

A continuación, Chango se pone enfático al detallar que el violonchelo que le mandó Jacques Morelenbaum desde Río de Janeiro fue más de lo que había imaginado; que el laúd que le mandó Majid Bekkas desde Marruecos fue mucho más de lo que había imaginado.

“Hay algunas ideas que ya había desarrollado en este disco, pero los resultados no fueron tan buenos como los que se lograron con los invitados”, revela.

“Lo cierto es que el disco se volvió muy global –refuerza–. Más allá de eso, me gustó contrastar cómo suena Tristeza con los bendires y con el laúd; cómo suena Mejillas coloradas con el korá del senegalés Boubacar Cissoko, o bien cómo suena Canción de amor para Lucía con el arpa paraguaya de Sixto Corbalán… O contrastar que el ronroco de Santaolalla (de Los Ángeles), la gaita de Carlos Núñez (de Galicia) y la guitarra de Per Einar Watle (de Noruega) ayudaron a ensanchar mi música”.

Chango Spasiuk y un hogar estimulante

El aporte de Alejandra Peña Gil le permitió a Chango Spasiuk concluir que la conversión de su casa “en un espacio creativo y de estímulo anímico” también les servía a sus escuchas.

“El disco es una invitación para el que me escucha. O para el que me considera o me valora desde hace tantos años, con el que he creado un vínculo muy singular. No será parte de un público muy masivo, pero sí de otro muy conectado emocionalmente con todo lo que hago, digo y comparto”, sostiene.

–Analizaste el disco en términos culturalistas. ¿Llegaste a conclusiones con respecto a conexiones impensadas entre raíces musicales distintas en lo formal?

–Más allá de eso, digo que es posible conectar con lo distinto si hay una voluntad de hacerlo. Si estiro la mano y del otro lado hay otro estirando la suya, se genera un espacio de diálogo muy interesante y se dejan enseñanzas. Vivimos renegando del otro, no sabemos si podemos acercarnos a él o no. Y la realidad es que siempre vale la pena estirar la mano porque el otro tiene algo para darte y enseñarte. Del intercambio todos salimos enriquecidos. Es un ejercicio que he venido haciendo a mi manera, pero en este nuevo disco se dio como una sincronicidad que, creo, hubiese sido imposible fuera de la pandemia.

–¿Por qué creés que es así?

–Es que, tanto ahora como antes de la pandemia, las agendas de los invitados convertirían en inviable el proyecto. Y por el living de mi casa se filtraría el ruido de los autos y todo ese rollo urbano. De cualquier modo, para el vivo me gusta el desafío de llevar digitalmente el aporte de estos invitados para dispararlos desde una computadora y tocar analógicamente alrededor de ellos. Esa interacción entre lo orgánico y lo inorgánico es habitual en la música pop, en el trap y, por supuesto, en la electrónica. A lo mejor hay una sola persona arriba del escenario y disparan 20 sonidos. En nuestro caso, somos 10 músicos y un solo sonido disparado.

–Cuando revisitás una obra compuesta y grabada por vos, tal como lo hiciste en “Eiké, ¿te viene cierta insatisfacción por la versión original?

–Cuando grabás una canción, la grabás lo mejor que podés. Y cuando pasa el tiempo, si podés volver a grabarla y darle una vuelta de rosca, lo hacés. Me pasó con Tierra colorada: en Tarefero de mis pagos (2004) fue una improvisación mientras que en Pynandi (2009) se convirtió en un tema poderoso. Y ni hablar del disco en vivo en el Colón (Tierra colorada en el Teatro Colón, de 2014): lo orquestamos y se volvió una bomba atómica. Y ahora, por ejemplo, con el pianista cordobés Matías Martino estamos haciendo un songbook, un libro de partituras mías escritas para piano. Para ese proyecto, precisamente, trabajamos la idea de un arreglo para dos pianos de Tierra colorada. Me gusta pensar hasta dónde se puede estirar estéticamente una canción. No siempre resulta, pero vale la pena experimentarlo.

Chango Spasiuk y un debate cultural “muy playito”

–¿Tenés control sobre los “masters” de tus discos?

–De La ponzoña (1996) para acá, sí. De mis tres primeros discos (Chango Spasiuk, 1989; Contrastes, 1990; y Bailemos y…, 1992), no. Pero, de todos modos, con sus repertorios hice el compilado The Charm of chamamé (2003) para un sello alemán. Polcas de mi tierra (1999) y Chamamé crudo (2001) son de (la label independiente) Acqua; Tarefero de mis pagos (2004) también es de un sello alemán; y Pynandi (2008), de otro norteamericano. Pero puedo disponer de todos en el país y en Latinoamérica. Tierra colorada en el Teatro Colón (2014), Otras músicas (2016) y Hielo Azul Tierra Roja (2020) están bajo mi control.

–Y ya que hiciste ese relevamiento, pregunto: ¿estás satisfecho con el camino recorrido?

–Si miro para atrás, hay cosas que me dan ternura, otras que no me gustan y otras que, siento, podría haber hecho mejor. Lo que hice, lo hice como pude con las herramientas y la experiencia con las que contaba. Pero mi energía está puesta en lo que quiero hacer ahora, en lo que estoy tocando. A mí me gusta la música que estoy tocando ahora, me gusta la banda que tengo ahora, me gusta viajar con el equipo que tengo ahora, me gustan los conciertos que doy ahora hacia todos los lugares. Me gusta ir de Cocomarola a Spinetta, de Spinetta a Astor, y de Astor a todas mis miradas con respecto a la tradición.

–¿Te preocupa el curso sociopolítico del país? ¿Qué se puede hacer desde la cultura ante una debacle generalizada?

–Es un gran error pensar que la música es solo para entretenernos. Es subestimar la capacidad transformadora que tiene. A veces observo hacia dónde va el debate sobre la cultura y lo siento como un insulto. Sin ser un intelectual, siento que es demasiado básico, mecánico y repetitivo. “Muy playito”, como diríamos en Misiones. La cultura nos da la oportunidad de interpelarnos de una manera mucho más profunda. Nos atraviesa con un poco de memoria, con un poco de cohesión de toda la diversidad de la cual estamos hechos… Con todos esos elementos deberíamos sentarnos a reflexionar qué tipo de comunidad queremos, en qué dirección queremos ir y qué significa calidad de vida desde este lugar del mundo. Porque este lugar del mundo tiene su manera de ser que no es la mejor ni tampoco es la peor. Es una manera de ser que está atravesada por la historia que nos tocó vivir y que no podemos desconocer. Para mí, un concierto es un espacio para pensar en voz alta sobre todas esas cuestiones.

En este punto, Chango Spasiuk puntualizó que es difícil hacer una lectura mirando para atrás sin caer en el cliché de construir desde el dolor “cuando todo el tiempo hay oportunidades y espacios que interpelan y hacen reflexionar sobre dónde están parados tus pies”.

“Si uno se pone a pensar en las pruebas que pasamos y las comparo con los momentos que atravesaron mi padre o mi abuelo, escapando en barco de la guerra y el hambre, la verdad que lo mío no tiene tanta fuerza”, subraya.

–Entonces, Chango, ¿qué concluimos?

–Ayer estaba leyendo un libro de Atahualpa Yupanqui. En un tramo, un periodista le pregunta: “¿Por qué usted está tan serio, por qué es tan amargado con todo lo que hace?”, y él le contesta: “No tengo ningún motivo personal e individual para estar amargado, a mí lo que me duele no es mi propia vida, a mí lo que me duele es el otro que está enfrente de mí, me duele la vida del otro, me duele la propia comunidad a la cual yo pertenezco”. Es un gran ejercicio comprender lo que nos sucede e indagar lo que siente el otro para, a partir de ahí, ver qué aporto de modo constructivo. Mi modo es no subestimar a la gente, ser respetuoso de la capacidad intelectual y emocional de la persona que tengo frente a mí.

En vivo

Chango Spasiuk presentará Eiké en el Quality Espacio (avenida Cruz Roja 200), el 23 de septiembre, a las 21. Lo hará junto a Pablo Farhat (violín), Diego Arolfo (voz y guitarra), Marcos Villalba (percusión, guitarra y voz), Eugenia Turovetzky (violoncello) y Enzo Demartini (acordeón y guitarra). Según adelantó Chango a VOS, de los invitados al disco sólo estará presente el arpista paraguayo Sixto Corbalán. Entradas disponibles, aquí.

Más información

Daniel Franco, el acordeonista de “La Mona” renacido tras el Covid-19: “La música cura”

https://www.lavoz.com.ar/vos/musica/entrevista-al-chango-spasiuk-todos-salimos-enriquecidos-del-intercambio-con-el-otro/


Compartilo en Twitter

Compartilo en WhatsApp

Leer en https://www.lavoz.com.ar/vos/musica/entrevista-al-chango-spasiuk-todos-salimos-enriquecidos-del-intercambio-con-el-otro/

Deja una respuesta