La Voz del Interior @lavozcomar: Entrevista a la escritora María Gainza: “El arte me dio una segunda vida”

Entrevista a la escritora María Gainza: “El arte me dio una segunda vida”

Secretamente, a lo largo de la vida, toda persona va acumulando experiencias, desdichas, felicidades, hábitos cotidianos que se van depositando en algún misterioso lugar. Quedan allí hasta que de alguna manera algunos los pueden sacar afuera y exponerlos. Por trabajo, azar, persistencia, casualidad, María Gainza fue recolectando experiencias que flotan entre lo increíble y lo banal (“Sólo a vos te pueden pasar esas cosas”, dice María que le dicen las amigas), y en determinado momento las empezó a recolectar como relatos que forman en su conjunto, en el libro Un puñado de flechas, una extensa y emotiva partitura de las corrientes emocionales de su vida y en las que el arte marca el ritmo estilístico.

Retraída y ajena a las cámaras, a la autora de El nervio óptico y La luz negra no la conmueven las multitudes y declina de que la graben, pero accedió a una larga entrevista, primero, por correo y luego por Meet, sobre algunos aspectos de su obra llena de matices y de filigranas biográficas.

–“Al comienzo y al final siempre la pintura ha regido mi vida”, decís sobre el final del libro “Un puñado de flechas”. Posponer el arreglo de la habitación de tu hija, escribir, viajar, ir a bares, tomar pisco. Todo a causa del arte. ¿Qué tipo de senderos ha marcado el arte en tu vida?

–El arte me dio una segunda vida. O más bien, ensanchó la que me tocó en suerte. Me ha permitido experimentar la riqueza del mundo de una manera más intensa y, a la vez, me ha dado un propósito: una batalla que me saca todas las mañanas de la cama aun cuando sé que es una batalla perdida. La cantidad de sutilezas y pliegues que tiene la vida y la pobreza de los medios de expresión con los que cuento me frustran y fascinan. Es enloquecedor lo difícil que es sortear los convencionalismos que te impone la cabeza, evitar pensar por default, el taimado caballo mental siempre insiste en volver al palenque de los lugares comunes. La realidad no es convencional, la realidad es rarísima, es un misterio, somos nosotros los que no podemos llegar a tocar ese misterio porque pensamos con readymades. Soy una sensualista y necesito crear sensaciones que están dentro de mí. Algo que es más proclive a lograrse con la música o la pintura, pero yo soy sorda y no tengo facilidad con el pincel, así que acá estoy aporreando el teclado. Pero me fui por las ramas, ¿cuál era la pregunta?

–Las citas que salpican tus textos son como pinceladas frescas. Se me ocurre pensar que sos una coleccionista de subrayados. ¿Qué función cumplen las citas en tu método narrativo?

–No las colecciono de manera literal, no tengo las citas catalogadas y clasificadas. Simplemente no puedo leer sin lápiz en la mano y tengo mucha memoria visual. A veces estoy escribiendo y me acuerdo de algo y entonces recurro a mi biblioteca, me paro frente a ella hasta encontrar el ejemplar que busco, pueden pasar largos minutos, y una vez que lo encuentro, me sucede algo raro: suelo acordarme si la cita estaba en página par o impar, al principio, en el medio o al final. Dalí decía: “Soy fenicio, me aprovecho de todo”. Así soy yo también.

–Nunca mostrás todo lo que sabés de arte, es como que el academicismo medio presumido del arte no tiene lugar en tu escritura. Con ingenio poético, transformás el arte en un delicado recorrido muy personal.

–La primera razón por la que no muestro todo lo que sé de arte es que no sé tanto. Parece que manejo cierta erudición, pero es solo un efecto de la escritura. Un disfraz comprado en el barrio del Once. Yo trabajé muchos años en el suplemento “Radar”, donde los que cubrían cine, música, literatura eran firmas increíbles como Alan Pauls, Mariana Enriquez, Rodrigo Fresán, Maria Moreno. Lo primero que noté al entrar era que la sección de plástica estaba como quedada en el tiempo y para escribir las notas de artes visuales aún se usaba un lenguaje leguleyo, acartonado, que dejaba al lector común afuera. Yo quería tener una escritura amable, seductora y elegante a la vez. Entonces empecé a probar otros modos de escribir: básicamente, emulé lo que hacían mis compañeros de suplemento y lo llevé a mi arenero. Sabían bien que quería transmitir de manera clara y poco engolada, y eso también lo aprendí de los historiadores ingleses, de Gombrich y de Keneth Clark, autores cuya prosa es cristalina y nunca sofoca. A eso le sumé que a mí me gusta entretener, ir ligerita y sin cargar las tintas. Cualquier información que quiera transmitir la dejo caer como quien no quiere la cosa.

La escritora María Gainza (Fotografía, Rosana Schoijett, prensa editorial Anagrama)

–Descartaste la idea de ser escritora, leías mucho pero no escribías. Y ahora la pregunta trillada: ¿cuándo empezó todo? Digamos, la escritura orgánica, darles forma a esas experiencias.

–Nunca nadie me lo preguntó. Empezó cuando nació mi hija y dos meses después mi marido enfermó. Entonces dejé mi trabajo en el diario para cuidarlos a ambos y en los ratos libres, que eran poquísimos, hablaba bajo un arce viejo en mi jardín con mi amigo Fabio Kacero (que es un gran artista y escritor). Siempre me he procurado buenos interlocutores. Mi mamá me decía de chica: “Juntate con gente más inteligente que vos”. Un día, Fabio me dijo: “Mariuchi, deberías escribir poesía”. La escribí con resultados módicos, pero de esas historias encolumnadas salió más tarde El nervio óptico.

–”Pero esto es otra historia”, repetís varias veces a lo largo de tus libros. Es como que te quedan muchas cosas para contar… ¿digamos que te quedan muchas hermosas flechas en el carcaj?

–Nunca se sabe, a no ser que seas una escritora natural o profesional, una de esos que nunca dejan de escribir. Yo puedo pasarme semanas sin hacerlo; y si bien durante ese tiempo ando un poco neurótica, me las arreglo para ser civilizada. Escribir siempre te ecualiza. En los momentos en los que no escribo, entro en estado de criptobiosis y aguanto hasta que algo me obsesione lo suficiente como para imantarme hacia la silla. Yo lo llamo “el momento en el que se enciende la termocupla”. El cuento “Bodhi Wind” es un ejemplo claro de una historia que tuve en la cabeza muchos años y no encontraba la manera de escribirla. Fabio tiene un mail del 2019 donde yo ya le hablo de unos murales en una pileta dentro de una película.

Las enseñanzas de Juan Forn

–¿Te has dado cuenta de que la estructura de tus relatos tiene la disposición del policial negro? Juan Forn decía que era la forma básica de escribir: misterio al principio, tratar de desentrañar el misterio, el misterio es dilucidado o al menos algo parece terminar.

–He leído poco policial. Salvo a Raymond Chandler, a quien venero, pero que no lo leo por la trama (que nunca entiendo: la leyenda cuenta que cuando Howard Hawks le preguntó a Chandler si en la novela “El largo adiós” un personaje se suicidaba o lo mataban, el autor le dijo que él tampoco lo sabía). A Chandler lo leo por la atmósfera, la voz y la visión desencantada del mundo. Pero, a la vez, soy adicta al cine negro de los ‘40. Puede que algo de eso se haya colado en mis relatos, aunque jamás lo había pensado y, por otro lado, la forma de mis narraciones es algo amorfa. A veces puedo tener el impulso de un policial, pero enseguida se me deshilacha y se va por las ramas. “Que se joda la trama”, decía Jenny Offill en una entrevista en The Paris Review, “lo que hay que capturar es la sensación de estar vivos”. Juan tenía razón muchas veces, pero no siempre. Aunque nobleza obliga: Juan me enseñó a leer, a escribir y a editarme. Era muy exigente y, en mi experiencia, creo que fue el último gran editor. Tuve suerte de tenerlo a mi lado justo cuando lo necesitaba.

–Hay algo genial en resaltar la pintura argentina y latinoamericana. Es como que encontrás una válvula discreta en el arte cercano, sin necesidad de pensar en las grandes obras legitimadas.

–Es una estrategia de supervivencia que encuentra la narradora de El nervio óptico, que carga con una enfermedad propia y una ajena, y con escasos medios económicos. Entonces ella se tranquiliza a sí misma pensando lo que dice Cézanne: “Lo grandioso acaba por cansar. Hay montañas que, cuando uno está delante, te hacen gritar: ¡me cago en Dios! Pero para el día a día, con un simple cerro hay de sobra”. Pero a mí personalmente me encantaría viajar, casi no he salido de Buenos Aires. Tengo tres destinos que quizás algún día cumpla, o no: ir a Padua a ver la Capilla de los Scrovegni con los murales de Giotto, ir a la Cueva de las Manos en Santa Cruz e ir a Petra, en Jordania. Con ese menú visual, me daría por satisfecha en esta vida.

–Nunca hay música ni músicos ni cita de músicos en tu obra. ¿Casualidad, distancia, repliegue?

–Me gusta mucho la música (quise ser bailarina cuando era joven), pero para trabajar necesito silencio. Es decir que paso buena parte del día en silencio. Si está en casa mi hija, ella es la que musicaliza, como antes lo hacía mi marido, que a su vez era músico. Si estoy con amigos, siempre le pido a alguno que ponga música. No sé a qué se debe eso de delegar en el otro este asunto. Debería escribir para averiguarlo. Aunque, por supuesto, no sé si serviría de algo. Muchas veces escribir, en lugar de cerrar temas, los abre aún más.

–Tus textos son muy autobiográficos. Contame de un libro que estés leyendo, una música que esté sonando en tu casa, una obra que te haya electrizado en esta semana…

–Ahora, mientras escribo sólo escucho unos ruidos en el freezer de la heladera y el golpeteo arrítmico de mis dedos sobre el teclado. En ese nivel de silencio estoy. Si me doy vuelta, sobre mi mesa de luz veo: Guía para viajeros inocentes, de Mark Twain, y Lenz, de Büchner. Son excelentes los dos y funcionan en frecuencias modulares distintas, lo que hace que se puedan leer en simultáneo: Mark Twain te hace reír siempre, no se gasta ni envejece; y el de Büchner lo he releído por lo menos seis veces. Qué librazo, acaso más aún porque quedó incompleto como ¿Quién me defenderá de tu belleza?, de Stendhal, o Plegarias atendidas, de Capote. Te copio un subrayado de Lenz: “Hacia el atardecer lo invadía una extraña angustia, hubiera querido correr tras el sol”. Este libro está en mi cielo literario y no deja de electrizarme para usar tu verbo, que es tan lindo.

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