Entre expectativas y desencantos: el enigma del tercer tercio
Luego de las elecciones generales de 2023, descubrimos que el país había quedado dividido en tres tercios. Tal como lo había anticipado Cristina Kirchner, la grieta bipolar se había convertido en un trío novedoso. Ahora, jugaban el kirchnerismo (o la enésima variante del peronismo), Juntos por el Cambio y La Libertad Avanza.
Los números decían que a Sergio Massa (9.853.492 votos) le había alcanzado para terminar en el primer lugar, pero no para ganar; y a Javier Milei (8.034.990), para sostener su piso de las primarias y con eso entrar al balotaje.
El dilema se abría para los que habían votado por Patricia Bullrich y Juntos por el Cambio, la opción de centroderecha más institucional y menos radical que la de los libertarios. Para aquellas personas que habían quedado huérfanas de representación política, el escenario que se les avecinaba era, en muchos casos, dantesco (“Nos obligan a elegir entre Drácula y Frankenstein”, sintetizaba el siempre creativo Luis Juez).
Finalmente, Bullrich y Mauricio Macri decidieron apoyar a Milei en el balotaje y semanas después, y en forma casi matemática, aquellos votos (6.379.023 exactamente) se trasladaron a la opción libertaria. El triunfo de las Fuerzas del Cielo fue abrumador: sumaron 14.414.013 voluntades para derrotar a Massa y avanzar sobre la Casa Rosada.
Fue entonces cuando aquel tercer tercio prestado, que había optado primero por Juntos por el Cambio, comenzó su peregrinaje por el duro camino que significó haber elegido a los libertarios más por espanto que por amor. Algo que, tarde o temprano, comenzaría a crujir.
Lo dicen las encuestas: aquel tercio ha mantenido su apoyo, pero, por ejemplo, la imagen de Milei ha fluctuado según el mes (algunas veces “buena”, otras “regular”), y esa relación está lejos de haberse convertido en incondicional.
El enigma viene ahora. ¿Qué pasará con esa gente, refractaria a la violencia verbal del Presidente, siempre con expectativas institucionales y defensora de un sistema democrático que privilegia la convivencia por sobre la discriminación? ¿Seguirá votando a alguien que promete ir a buscar a “los zurdos hijos de puta hasta el último rincón del planeta” y que afirma que la “diversidad” es un “cáncer”? ¿Apoyará a una fuerza política que quiere eliminar la figura del femicidio?
“Si las elecciones fueran hoy, tendríamos el 50% de los votos”, le dijo Milei a la agencia Bloomberg esta semana. Un poco de relato. Su especulación no se corresponde con varias encuestas que le dan un 45% promedio para el desafío de este año.
Si ese es el número, no está mal, pero significaría que en dos años ha perdido 10 puntos en relación con el balotaje.
Rodrigo de Loredo es quizá el que mejor expresa este dilema. Integrante, otrora, de lo que fue Juntos por el Cambio, no para de repetir que no forma parte de este gobierno, pero que apoya y apoyará lo que sea positivo para el país y se opondrá a lo negativo. Y como integrante de aquel tercer tercio, su acercamiento a La Libertad Avanza siempre fue incómodo, y hoy parece mantenerse alineado al Presidente más porque hace cálculos a futuro en Córdoba que por convicción.
Y, sobre todo, porque del otro lado sigue estando el kirchnerismo.
La oposición
La obstinación de Cristina Kirchner (de vacaciones en el modesto Monte Hermoso, fotos despojadas, pobrismo calculado) por tomar las riendas del peronismo ahora opositor es, hasta hoy, la amalgama que mantiene a ese tercer tercio a bordo del barco que conduce Milei.
Además de la notable capacidad del Presidente para seguir generando expectativas después de un ajuste feroz (al que él llama “sinceramiento”), todo lo que hace Unión por la Patria por su cuenta contribuye a que muchísimos votantes prestados sigan apoyando al libertario. En eso, el mérito es de los opositores.
El kirchnerismo se opone a todo. Sin vueltas. Es una máquina de impedir en el Congreso, esperando a viva voz que Milei se caiga y para eso alista referentes, como Juan Grabois, que llaman a construir un frente antimileísta (con Lilita Carrió, si hiciera falta) para, literalmente, derrumbar al Gobierno. Y sin escatimar insultos, porque la violencia verbal no es privativa de los libertarios.
Con semejante colaboración de parte de una fuerza política que entregó un país destruido, al borde de la hiperinflación, sin reservas y con un presidente acusado de violencia de género, ¿qué opción le quedará este año al tercer tercio más que taparse la nariz y volver a votar por Milei? Esa parece ser la especulación del Presidente y de su “círculo de hierro”, cuyos integrantes no ven espacio posible para los desencantados.
Excepto que De Loredo, los restos del PRO y otras fuerzas que ya confluyeron asuman su rol histórico y mantengan en pie una opción necesaria para el país. El control parlamentario, la independencia ideológica y la convivencia democrática en gran medida están en manos de ese tercer tercio.
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