En Vermont, la asamblea municipal es la democracia encarnada. ¿Qué puede aprender el resto del país?
ELMORE, Vermont, EE.UU. (AP) — Julie quiere más donaciones para la despensa de alimentos. Kipp está ocupada tejiendo un jersey. Shorty está listo para preguntar por qué se gasta tanto en un camión. El café, el pan recién horneado y las donas ya están preparados. Ochenta y siete votantes se han apretujado en el Ayuntamiento de Elmore.
La asamblea municipal está a punto de comenzar.
En todo Estados Unidos, la gente está asqueada de la política. Muchos se sienten impotentes y alejados de sus representantes a todos los niveles, y especialmente de los de Washington. Hace tiempo que el tono se volvió desagradable, y muchos se sienten obligados a elegir un bando y ver a los del otro lado como adversarios.
Pero en algunas zonas de Nueva Inglaterra, la democracia se lleva a cabo de forma diferente. La gente todavía puede participar directa y personalmente. Un día al año, los ciudadanos se reúnen para debatir asuntos locales. Hablan, escuchan, debaten y votan. Y en lugares como Elmore, una vez que todo ha terminado, se sientan juntos a comer.
La asamblea municipal es una tradición que, en Vermont, se remonta a hace más de 250 años, antes de la fundación de la república. Pero la tradición está amenazada. Mucha gente cree que ya no tiene tiempo o capacidad para asistir a esas reuniones. El año pasado, los residentes de la vecina Morristown votaron a favor de cambiar a un sistema de votación secreta, poniendo fin a su tradición de reuniones municipales.
No es el caso de Elmore, de 886 habitantes. Sus vecinos están acostumbrados a aferrarse a las tradiciones. Han luchado por mantener abiertas su oficina de correos, su tienda y su escuela, la última escuela unitaria del estado. El otoño pasado, los residentes de Elmore votaron en proporción de 2-1 a favor de mantener sus reuniones municipales.
Así que, el primer martes de marzo, a las 9 de la mañana, el moderador Jon Gailmor se pone en pie sobre un escenario elevado.
“Buenos días a todos y bienvenidos a la democracia”, dice. “Esto es lo auténtico, y todos deberíamos estar orgullosos de hacerlo”.
COMUNIDAD Y GOBIERNO DE LA MANO
Elmore se autodenomina el lugar más bello de Vermont. El pueblo bordea un lago, que a principios de marzo está salpicado de gente que pesca en el hielo. Más allá se eleva una montaña. Por la noche, el vapor sale de las azucareras, donde la savia de arce se convierte en jarabe.
El corazón del pueblo es la tienda. “Siempre he dicho que es una criatura viva, que respira. No me pertenece ella a mí, sino yo a ella”, dice Kathy Miller, de 63 años, que compró la tienda con su marido, Warren, en 1983. La gente venía no sólo a comprar leche y a recoger el correo, sino también a utilizar el fax, a buscar un plomero o simplemente a intercambiar chismes.
En 2020 murió Warren. Le encantaba coleccionar cosas: carteles publicitarios, manijas de grifos de cerveza, tablas de snowboard. En casa, Miller revisa algunas de sus colecciones y habla de vender cosas. Su sensación de pérdida es profunda. Su mejor amigo, el hombre con el que trabajaba todos los días, se ha ido.
El año en que murió, las restricciones de COVID-19 también afectaron al negocio, y Miller se vio en apuros. Entonces la gente del pueblo empezó a darle dinero por adelantado. “Un caballero me dio 5.000 dólares sólo para mantener la tienda”, dice Miller, con la voz entrecortada.
Miller siguió al frente de la tienda otros 18 meses antes de que la comprara un fideicomiso comunitario, creado para garantizar que la tienda siguiera abierta. En la actualidad, la tienda está a cargo de Jason Clark. Miller ayuda cuando no está sirviendo comidas en un comedor. Y todavía cobra sus facturas en el apartado postal número 1.
Miller recuerda que, tras unirse a la asociación estatal de tiendas de abarrotes en la década de 1980, testificó ante el Congreso sobre el impacto de las comisiones de las tarjetas de crédito. Por aquel entonces, creía que los pequeños podían tener voz en la política nacional. Pero hoy día, dice, Washington se ha alejado de lo básico. Demasiado grande, dice. Demasiado desordenado. Se ha salido de su eje.
Su marido fue representante republicano en la legislatura estatal de Vermont, y Miller se describe a sí misma como una republicana que no acepta ciegamente las cosas. Señala que tanto Vermont como Elmore se han vuelto más demócratas a lo largo de los años. Pero en la asamblea municipal, dice, las diferencias políticas no significan nada.
“No hay hostilidad”, afirma. “La gente puede hablar de las cosas. Te das la mano con tu vecino cuando te vas”.
En la asamblea municipal, Miller propone aumentar los fondos para la biblioteca de 1.000 a 3.000 dólares anuales, para reflejar el aumento en el número de usuarios y de los gastos. Los conciudadanos están de acuerdo.
UN MODERADOR QUE MANTIENE LAS COSAS MODERADAS
Gailmor, de 75 años, es un cantautor que aporta un toque de espectáculo a su papel de moderador.
“En primavera empezarán los reavalúos de sus casas”, dice mientras lee una lista seca de anuncios. Pero luego, entre risas, añade: “Así que arréglenlas”.
Se describe a sí mismo como un votante independiente que ha apoyado tanto a republicanos como a demócratas a lo largo de los años.
El día antes de la reunión, Gailmor toca su guitarra en la biblioteca de Morristown. Está ayudando a un grupo de ancianos a ensayar las canciones que han escrito para un próximo espectáculo. Deben interpretar dos de las ocho canciones, pero no logran escogerlas. En lugar de eso, deciden interpretarlas todas.
Los ancianos adoran a Gailmor, que dice que de alguna manera ha envejecido para convertirse en uno de ellos. Bromean sobre los “llaneros” —personas que no han nacido en Vermont— y han ideado una canción que celebra el deshielo primaveral: “Así que saquen los tragos, no hay nada que perder, aceptemos el fango, es el blues de la temporada del lodo”.
Gailmor se mudó a Elmore por primera vez en 1980 y dice que la tradición de las asambleas municipales le pareció casi milagrosa. No era un político el que hablaba, sino gente real la que participaba. Se sintió tan inspirado que incluso escribió una canción sobre ello. La interpreta para los mayores.
“Saluda a la gente del pueblo, escucha los chismes y las bromas, remoja una dona en una buena taza de café”, canta Gailmor. “Busca tu silla favorita, planta ahí tus nalgas: vamos al grano, no lo dudes”.
En las asambleas municipales, la gente a veces va más allá de las votaciones sobre asuntos locales y decide adoptar una postura sobre los temas nacionales del momento. En su casa, Gailmor sostiene una fotografía de su esposa, Cathy Murphy, fallecida hace dos años. Captada por un fotógrafo de The Associated Press, la imagen muestra a Murphy en una reunión del pueblo de Elmore en la década de 1980, cuando se pronunciaba en contra de las armas nucleares como parte del movimiento Nuclear Freeze.
“Te sientes importante”, dice Gailmor. “Sientes que te escuchan”.
Este año, Elmore decide posicionarse sobre otro tema más amplio adoptando una declaración de inclusión. En ella se afirma que la ciudad acogerá a todas las personas independientemente de su raza, religión, orientación sexual o identidad de género.
UN “CIVISMO FORZADO” QUE FUNCIONA
“Civismo forzado”. Frank Bryan, profesor jubilado de la Universidad de Vermont que escribió un libro sobre las asambleas municipales, acuñó ese término para describir el modo en que las personas que tratan sus desacuerdos en persona se ven obligadas a reconocer la humanidad común de los demás de un modo que las interacciones políticas a mayor escala no permiten.
Eso no significa que todo salga siempre bien. En la década que lleva Gailmor como moderador, destaca un incidente. Invocó las reglas para impedir que un hombre hablara repetidamente sobre un tema concreto. El hombre se enfureció y se acercó a Gailmor después de la reunión para decirle que tenía ganas de cortarle la cabeza. Se marchó enfadado y luego se fue del pueblo. La enemistad con Gailmor nunca se resolvió.
Miller dice que aprendió su propia lección sobre la política pueblerina después de colocar un cartel político sobre opciones escolares en su tienda. Tuvo un cliente que no quiso volver y dejó de hablarle, dice. Aun así, confía en la nobleza del sistema en el que participa.
El mero hecho de que los votantes se presenten durante horas una mañana entre semana es todo un reto. Morristown es uno de los muchos pueblos de Vermont que han puesto fin a la tradición de las asambleas municipales. Richard Watts, director del Centro de Investigación sobre Vermont de la UVM, afirma que la gente de los pueblos más grandes tiende a sentir menos conexión.
Cuando una ciudad pasa al voto secreto —también conocido como voto australiano porque los estados de ese país fueron los primeros en adoptar este sistema a mediados del siglo XIX— hay un inconveniente clave: Suele ser una votación directa de sí o no. Eso significa que la gente no puede hacer ajustes ni debatir los temas. Y para algunos, el debate abierto y colegiado es lo genial de todo el sistema.
“Siempre habrá desacuerdos y, a veces, bandos”, dice Miller. “Pero no es odio. No hay la rabia que veo en la televisión”.
POR QUÉ LA GENTE PARTICIPA (Y SIGUE PARTICIPANDO)
En la reunión, los asistentes hojean el informe municipal, en el que aparece una foto de Brent Hosking y una nota de agradecimiento por sus 25 años de servicio como jefe de bomberos voluntarios de Elmore.
Hosking, un profesor jubilado de artes industriales de 74 años, compró una antigua granja en Elmore en 1979. Lo que ha surgido en su propiedad desde entonces es testimonio de su incesante actividad. Ha construido un granero enorme, un ampliación de su casa y una azucarera para elaborar jarabe de arce. Vehículos antiguos están esparcidos por su granja como cadáveres de animales, proyectos para otro día.
Ha instalado grifos en 400 árboles de arce —una operación pequeña comparada con la de algunos de sus vecinos— y aún utiliza cubos para llevar la savia de algunos de ellos a la caldera. Él y su mujer, Sharon Fortune, venden parte del jarabe que producen en casa y utilizan el resto. No sólo en su pan tostado y panqueques, sino también en salsa para espaguetis, en estofados, al horno, sobre las palomitas de maíz y en su café de la mañana.
“La gente del pueblo, si viene a comer, dice: ’Bueno, ¿esto lleva jarabe de arce?”, dice Hosking, soltando una risita.
Ayudó a fundar el cuerpo de bomberos en 1983, después de que los vecinos se cansaran de pagar a las ciudades vecinas para extinguir incendios. Reciben llamadas por accidentes de coche, incendios estructurales y excursionistas desprevenidos que se quedan varados en el monte Elmore.
Participar ha contribuido a fomentar el sentido de comunidad, afirma Hosking. Sabe que los demás le cubrirán las espaldas, como cuando estaba de vacaciones y otros voluntarios del departamento acorralaron al ganado que se le había escapado y lo devolvieron a su granja. Las reuniones municipales ayudan a fomentar ese sentimiento de comunidad. Es el momento de conocer al vecino, lo cual es importante en una ciudad pequeña.
Hosking dice ser demócrata, pero apoya al gobernador republicano moderado de Vermont, Phil Scott. Como a muchos de sus conciudadanos, no le gusta el giro que ha tomado la política nacional.
“Te sientes impotente, porque lo único que haces es depositar un voto”, dice Hosking. “Parece que se pierde. Y creo que mucha gente en la nación se siente igual”.
SE HIZO DEMOCRACIA; ES HORA DE COMER
La asamblea municipal de Elmore ha durado casi cuatro horas. Lo que ha ocurrido es una muestra representativa de la democracia, de personas que eligen por sí mismas cómo vivir, trabajar y gobernar.
— En primer lugar, una gran sorpresa: Nancy Davis se postula como candidata a un puesto en la comisión del cementerio, enfrentándose a John Fish. Nadie recuerda unas elecciones al cementerio tan reñidas. Davis, relativamente nueva en Elmore, quiere involucrarse más.
A partir de ahí, empieza la democracia. La gente escribe sus votos en trozos de papel verde tamaño Post-it y los introduce en un viejo buzón. Tres escrutadores cuentan los resultados: Fish 37, Davis 36, y un voto nulo de alguien que ha votado por ambos candidatos.
— Un apasionado discurso de Julie Bomengen consigue 500 dólares más para el programa comunitario de intercambio de alimentos de la comunidad de Lamoille, lo que eleva la contribución anual de Elmore a 750 dólares.
— Varias personas han criticado las costumbres de gasto de la ciudad. Otros argumentan que la sustitución de equipos como el camión de mantenimiento de carreteras sólo acabará costando más si se sigue postergando. “Acabamos de gastar dos millones y medio en este nuevo garaje, y luego salimos y ponemos 300.000 dólares en un nuevo camión. Creo que es un poco exagerado”, dice Shorty Towne a la multitud.
— Tras un exhaustivo debate, el presupuesto anual de la ciudad de Elmore, de 1,1 millones de dólares, se aprueba en una votación a viva voz. No hay disensos.
— Tras una encuesta sobre las preferencias de la gente, se rechaza la propuesta de cambiar la asamblea municipal del próximo año a un sábado para fomentar la asistencia. A Elmore, después de todo, le gustan sus tradiciones.
Gailmor, que ha sido votado para otro año como moderador, elogia a los habitantes del pueblo por celebrar una asamblea especialmente animada y concurrida. Kipp Bovey, que ha participado activamente, ha avanzado mucho en el tejido de su jersey. Towne ha dado su opinión sobre el camión. La democracia se ha desplegado en un pequeño lienzo. ¿Y la tan discutida polarización política estadounidense? No está a la vista.
Es hora de levantar la sesión.
“El almuerzo está frío”, dice Gailmor. “Pero será en la iglesia”.
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David R. Martin, periodista de The Associated Press, contribuyó a este despacho. La AP recibe apoyo de varias fundaciones privadas para mejorar su cobertura explicativa de las elecciones y la democracia. La AP es la única responsable de todo el contenido.
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