En el Instituto – Belgrano de este domingo todo puede suceder
¿Podrá Instituto empezar a subir la escarpada pendiente al haber caído de a poco en las profundidades de la Liga Profesional? ¿Será para Belgrano una nueva oportunidad para sonreír y por qué no, para soñar un poco más con recorrer Sudamérica en la próxima temporada?
¿Cede Instituto algo más que la localía al instalarse como anfitrión en el estadio Mario Kempes, al renunciar al grito único de casi 30 mil personas? ¿Esa concesión será aprovechada por un Belgrano triunfante de local y claudicante de visitante? ¿O se equilibrarán las cargas y las posibilidades de ambos en un escenario en el que, según ya se ha visto decenas de veces, las tribunas, aún las más enfervorizadas, no logran determinar el comportamiento de un equipo y mucho menos un resultado?
Hoy, cuando enfrente a los celestes, Instituto tratará de negociar consigo mismo su regreso al primer tramo de este campeonato, en el que brindó su mejor versión, con una buena dinámica y con cierta eficacia, lo que lo llevó a incursionar en la mitad de la tabla de posiciones y a tener en el Monumental de Alta Córdoba el resguardo de puntos esenciales para mantener su ánimo a una buena altura.
Hoy, ya sin Lucas Bovaglio y sí con Diego Dabove, preocupa su situación por sus muy bajas estadísticas, aunque los ánimos parecen haberse templado de nuevo, más allá de la recurrente orfandad de ideas para mostrar la calidad de su fútbol, todavía improlijo y escasamente creativo, sin tantas llegadas al gol y con limitadas posibilidades de llegar al triunfo.
Belgrano se presentará más distendido en números, después de ganarle a Banfield para reforzar su lugar entre los 10 primeros del certamen. De visitante, pero en Córdoba, y ante su propia gente, tendrá que demostrar que esos tropiezos en tierras ajenas no son contagiosos a tan pocos kilómetros de distancia de su reducto querido, el Gigante de Alberdi, el espacio en el que le muestra los dientes a cualquiera y en el que su gente aporta mucho más que fervor y aliento.
¿Qué podría pasar si ambos salen a la cancha sin ataduras ni estrategias conservadoras? Sería bueno que eso sucediera. Siempre es grato verlos jugar con unos metros de libertad a Ulises Sánchez y a Bruno Zapelli, los mayores generadores de buenas jugadas en el equipo de Guillermo Farré. Y vale decir lo mismo en los casos de Gabriel Graciani y Franco Watson, en Instituto. Y aumentaría el nivel del partido que Pablo Vegetti siga apareciendo como un fantasma en el área, o que Santiago Rodríguez o Adrián Martínez hagan lo mismo en cercanías de Nahuel Losada.
También hay otra posibilidad: que el clásico muestre los colmillos y que sea de hacha y tiza, sin espacios, con mucha presión y vehemencia, más cerca del roce que de la gambeta, más proclive al foul y a la obstrucción que al ánimo creativo.
Sea como se presente el encuentro, dos equipos de Córdoba estarán en un Kempes casi lleno. Viéndolos ahora, después de tanto renegar en las aguas del ascenso, no deja de ser una satisfacción disfrutarlos como equipos de primera división. Aunque de nada valdrá ese consuelo ante una derrota, sea quien sea el que se vaya con las manos vacías. Y poco será tenido en cuenta por el equipo que gane, con tres puntos que lo animarán a mirar con esperanza el futuro y a seguir dejando de lado aquel esforzado pasado.
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