El rol de los intelectuales
Un intelectual no se define sólo por el hecho de que trabaja su intelecto. Quien esto hace bien podría ser un experto o un erudito.
Un experto es alguien que domina un tema desde sus fundamentos hacia la aplicación del conocimiento. Un erudito es alguien que posee riqueza de información dentro de un tópico o varios, pero su método de procesar los datos no responde a un criterio de rigurosidad respecto de la búsqueda de la verdad o de fundamentos del conocimiento.
Por contrapartida, un intelectual es alguien que investiga sobre las fuentes del conocimiento, pone en duda las afirmaciones relevantes y procura aportar elementos que expliquen con mayor profundidad el sistema de causalidades que hace a determinados comportamientos sociales, si se trata de analizar, por ejemplo, la vida política de un país.
En otros ciclos históricos, al intelectual se lo asociaba con el planteo de utopías o con el cuestionamiento social que lograba poner en jaque los fundamentos de las estructuras vigentes. Regis Meyran, en el prólogo del libro ¿Qué fue de los intelectuales?, de Enzo Traverso, expresa que luego del fracaso del socialismo real, el desconcierto, la perplejidad y la desilusión de muchos que profesaban esa ideología cercenaron su creatividad.
El golpe fue tremendo; aparecieron en el firmamento los expositores del pensamiento escéptico, los conversos radicales dentro de un sistema mercantilista de carácter alienante, como muy bien lo describe Byung Chul Hang (Psicopolítica, 2014) y quienes suscriben a una vuelta del pensamiento nacionalista de carácter populista. No es de extrañar que, ante la nueva crisis que golpea al capitalismo, aparecieran respuestas similares a las de principios del siglo 20.
Este desenlace, la frustración ideológica en países como la Argentina, produce en muchos intelectuales la necesidad de encontrar una salida.
Esto se manifiesta en un revisionismo ideológico que los lleva a aferrarse a un pensamiento conservador y elitista (supuestamente revolucionario), tras el ropaje de un lenguaje propio de décadas superadas por un mundo que ha mutado totalmente. En otros, a creer en el mercado como la panacea que permita salir de un estancamiento que lleva cinco décadas, al menos, sin tener en cuenta el fracaso del neoliberalismo dentro de nuestra específica realidad.
Sin embargo, existen intelectuales que admiran las experiencias autoritarias aún vigentes, por lo que cabe pensar que adhieren a una visión de ejercicio del poder en manos de minorías esclarecidas, que actúan en nombre del pueblo. Desde esa posición, es posible que aspiren a una solución parecida para nuestro postrado país.
Son pensadores que perdieron la audacia de cuestionar y que se solazan hablando de un pasado que no dejó de ser parte importante de la escenografía de la decadencia que se vive.
Misión del intelectual
El intelectual se identifica con el pensamiento crítico, cuestiona el poder, objeta el discurso dominante, lo pone en tela de juicio y provoca la discordia. Este accionar le acarrea resistencia en las organizaciones políticas dominantes y cierta incomprensión de quienes no logran atisbar los fundamentos de una crisis que carcome al Estado.
Cualquiera sea la calidad humana de la persona que pretende tener un discurso de carácter intelectual verá cercenada su libertad de pensamiento si pertenece a un partido o a una organización política.
Su integración puede transformarlo en un experto, por ejemplo, de la comunicación o del desarrollo de una específica función en línea con el discurso oficial, en aras de su legítima ambición por obtener algún tipo de reconocimiento y poder.
Es el caso de León Trotsky. Como jefe del ejército y como uno de los líderes de la revolución bolchevique, decidió la ejecución de rehenes, legalizó la censura y justificó la represión de los marinos durante la insurrección de Kronstadt (1921). Luego, al recuperar su rol de intelectual en toda su acepción, fue expulsado del partido. Recordemos que Jean-Paul Sartre se vio compelido a ignorar las atrocidades del régimen estalinista para no perder su fe en el comunismo.
La clave de la lucha de los intelectuales, para que sea genuina, es el abandono del pensamiento dogmático y la búsqueda de creatividad, sujeta a valores muy claros respecto de la libertad y de la dignidad de las personas. Por ende, confrontará a “iluminados” creídos de que sólo ellos pueden conducir al pueblo. Intencionalidad que se encubre esgrimiendo frases que hablan de la injusticia y de la liberación de los oprimidos.
En el siglo 20, la opción de los intelectuales progresistas era estar con la burguesía o estar con el proletariado. Hoy, luego de la caída de la Unión Soviética y del fracaso del socialismo cubano, la opción se dirime entre la dignidad del desarrollo en libertad o el subdesarrollo en beneficio de minorías políticas o capitalistas. Un espíritu libre es ajeno a dogmas y a intereses que pudieran coartar su libertad.
No estoy diciendo que los intelectuales no deberían adscribirse a un partido o a un movimiento; sólo expreso que esa condición los hará perder la libertad de pensamiento e incluso los hará corresponsables de situaciones que pudieran transgredir los derechos humanos o la ética cívica.
* Doctor en Ciencia Política (UNC-CEA); ensayista y educador
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