El periodismo de catacumbas y la palabra con filo
Sergio Ramírez*
Como soy, antes de nada, un contador de historias, comenzaré recordando una de hace tiempo en Nicaragua. Cuando la dictadura de Somoza agonizaba –aunque él creía que duraría para siempre y quienes le rodeaban se lo hacían creer, como ocurre siempre en las dictaduras–, mandó silenciar todos los medios independientes de prensa porque, como todos los dictadores, creían que era mejor reinar en el silencio que dejar escuchar las voces que lo perturbaban.
Era el año 1978. Sometido al bombardeo de las tanquetas y al asalto militar, destruidas sus rotativas, el diario La Prensa dejó de circular. Antes, el 10 de enero de ese año, su director, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, había sido asesinado por sicarios de la dictadura mientras conducía su carro, solo, en una calle desolada, entre las ruinas dejadas por el terremoto que había destruido Managua pocos años atrás.
Los noticieros de radio, sometidos a la censura primero, también fueron cerrados. Entonces, los periodistas inventaron una forma de llegar a la gente, para que se supiera lo que la dictadura de Somoza quería que no se supiera. La crueldad de la represión, los jóvenes que aparecían muertos cada mañana en parajes cercanos a la capital, los asaltos nocturnos a los domicilios, los presos, las desapariciones, las “operaciones limpieza”.
Y esa forma fue transmitir las noticias dentro de las iglesias. Desde el altar mayor, a veces sin luz eléctrica y a la luz de una vela, los locutores leían los boletines mientras la gente se agolpaba en la nave para escuchar. A ese periodismo se le llamó entonces “periodismo de las catacumbas”.
La historia se muerde la cola
En Nicaragua, la historia tiene un mecanismo vicioso que la hace repetirse. Es una anomalía fatal que aún no se corrige. Una dictadura provoca una revolución para derrocar un dictador, y esa revolución crea un nuevo dictador que a su vez inicia un nuevo ciclo de opresión. Somoza engendra a Ortega. Y el dictador, ofendido por la palabra libre, cierra y ocupa los medios de comunicación, encarcela a los periodistas o los fuerza al exilio. Es la historia mordiéndose la cola.
Otra vez el diario La Prensa ha sido obligado a detener sus rotativas, primero por falta de papel, retenido en la aduana, y después sus instalaciones son ocupadas por la Policía. Su gerente general, Juan Lorenzo Hollman, está preso, sin asistencia médica y con riesgo de perder la vista.
Está presa Cristiana Chamorro Barrios, lo mismo que lo está Pedro Joaquín Chamorro Barrios, periodistas y directivos de La Prensa los dos. Y el tercero de los hermanos, Carlos Fernando Chamorro Barrios, director del periódico Confidencial, huyó por veredas clandestinas para librarse de la orden de prisión. Fue su padre asesinado quien dijo que Nicaragua volvería a ser república, y la lucha común es conseguirlo. No un sultanato, sino una república.
Está preso por segunda vez el periodista y fundador del canal 100% Noticias, Miguel Mora, después de que las instalaciones fueron ocupadas por la Policía en 2018 e ilegalmente confiscadas. Está preso el periodista de radio Miguel Mendoza.
Todos estos periodistas se hallan entre los cerca de 150 prisioneros políticos, siete de ellos candidatos presenciales, y dirigentes políticos, de organizaciones cívicas y de derechos humanos, dirigentes campesinos y estudiantiles, empresarios, banqueros; sin juicio o sometidos a juicios amañados, sin el debido proceso, sin derecho a la defensa, sin abogados, sin asistencia médica y bajo condiciones inhumanas. Todos ellos acusados de los mismos delitos prefabricados en serie, que van desde lavado de dinero hasta terrorismo y actos contra la soberanía nacional.
No olvidemos a esos prisioneros. Mantengamos vivo el hecho de que están presos en una cárcel siniestra, dentro de la gran cárcel en que la dictadura de Ortega ha convertido a Nicaragua. Mantengamos la conciencia de que su causa es justa y necesaria en la defensa de la democracia.
Catacumbas digitales
Decenas de periodistas de prensa escrita, radio y televisión, igual que Carlos Fernando Chamorro, han tenido que huir a través de las fronteras. Y otra vez tenemos un periodismo de las catacumbas, sólo que no ahora en las iglesias, con las noticias leídas a la luz de las velas. Ese periodismo de catacumbas se hace a través de las redes sociales. Desde la clandestinidad, dentro de Nicaragua, o desde el exilio, con periodistas, auxiliados por corresponsales anónimos, la gente se informa a través de emisiones en YouTube, en Facebook Live, a través de pódcasts, de blogspots.
Carlos Fernando Chamorro transmite desde fuera de Nicaragua sus programas de televisión Esta Semana y Esta Noche. 100% Noticias sigue informando. El diario La Prensa conserva su edición digital, mantenida por sus periodistas dentro y fuera del país. Y decenas de sitios más están abiertos, y sus periodistas investigan y denuncian los actos de represión, los abusos, la corrupción, dan voz a los familiares de los prisioneros políticos. Revelan lo que la dictadura quiere que se mantenga escondido y contradicen el discurso oficial y las noticias oficiales que el régimen busca difundir a través de sus múltiples canales de radio y de televisión.
Como nunca, el periodismo de las catacumbas es dueño de la palabra que la dictadura no puede quitar de la boca de quienes, entre las penurias del exilio o los riesgos de la clandestinidad, defienden la libertad de expresión y el derecho de informar.
El peso de las palabras
La dictadura quiere un país inmovilizado por el miedo y el silencio, mientras prepara una farsa electoral que no tiene la menor legitimidad; pero la palabra libre transmitida por las redes, capaz de alcanzar a todo el mundo con un teléfono celular en mano, contradice ese designio. Nunca antes la palabra ha tenido tanto peso como ahora. Y en el sombrío panorama en que vive Nicaragua, sus instituciones pervertidas, el Estado de derecho en ruinas, la persecución policial desatada, es la palabra la que nos salva. La palabra libre que resuena desde las catacumbas. La palabra en resistencia.
Sé que el de Nicaragua no es el único caso donde la represión empieza por la orden policial de imponer el silencio. Es de lo que se trata cuando hablamos de estados policiales. Otros países padecen lo mismo; basta citar a Venezuela o a Cuba. Pero la rebelión empieza siempre por las palabras, y son las palabras la fiel compañía en la lucha por la democracia.
Hablo delante de ustedes no como un político, que dejé de serlo hace mucho tiempo, sino como un escritor comprometido con las palabras, que siempre tienen filo. Es a la palabra con filo a la que temen las dictaduras, sean de izquierda o de derecha. En uno y en otro caso, los métodos de represión son los mismos, y el discurso represivo es el mismo; lo que cambia es el disfraz ideológico, la retórica. Pero aún la retórica llega a parecerse, empezando porque es una retórica trasnochada.
Soy un escritor en el exilio, con sus libros prohibidos dentro de Nicaragua y perseguido bajo los mismos delitos inventados arbitrariamente que tienen a tantos luchadores por la democracia en la cárcel, tanto mujeres como hombres. Y mi contribución a la lucha por la democracia en Nicaragua, y en América latina, seguirán siendo las palabras.
Cuando un régimen que trata de prolongarse indefinidamente en el poder, cualquiera que sea el costo, censura no sólo a los periodistas y persigue no sólo a quienes informan, sino también a un novelista, y manda detener en la aduana sus libros igual que mandó detener el papel con que se imprimía el diario La Prensa, es que ese régimen al fin y al cabo tiene miedo. Miedo a las palabras.
La palabra que no transa
Hoy en día, en América latina la lucha se encuentra planteada entre dictadura y democracia. Los regímenes que pretenden quedarse en el poder para siempre, y por tanto buscan anular la voluntad popular falsificando elecciones, acallar a los medios de prensa y someter bajo un puño a todos los poderes del Estado anulando su independencia, son una anomalía de la historia en pleno siglo 21.
Transar con sus trampas, aceptar legitimarlos, tomar por normal la anormalidad que representan, olvidarse de ellos, aceptar los resultados de sus remedos de elecciones, creer en sus falsas aperturas y en sus negociaciones mentirosas a través de las que sólo buscan apuntalarse, es convertirse en sus cómplices.
Para enfrentar la anormalidad, para contradecir esa realidad paralela que buscan imponernos, es que la palabra libre existe y los medios de comunicación libres existen. La palabra que no transa, que no se cede, que no claudica. Para eso nos ha sido dada, tanto a quienes investigan lo oculto a través de su labor de periodistas y lo publican, cualesquiera que sean los riesgos, como a quienes buscamos crear mundos distintos a través de la creación literaria, sin olvidar que las novelas se asientan en la realidad y no son sino un reflejo de esa realidad, teñida por la anormalidad creada por el poder vicioso, que se erige siempre contra la libertad y la dignidad de los seres humanos.
Las palabras son, en ambos casos, las mismas, las que usa el periodista y las que usa el novelista. Pero, al fin y al cabo, serán temibles para las tiranías mientras sean palabras con filo.
* Escritor, periodista, político y abogado nicaragüense; premio Cervantes; exvicepresidente durante el primer mandato de Daniel Ortega (1984-1990); actualmente, exiliado por huir de la persecución de Ortega.
Discurso pronunciado el 19 de octubre en la apertura de la 77ª Asamblea Anual de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP)
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