La Voz del Interior @lavozcomar: El Partido Justicialista ha muerto

El Partido Justicialista ha muerto

Nunca me sentí cómodo en una estructura que usaba el concepto de la justicia social para llegar al poder y, una vez allí, la sacrificaba al servicio de intereses personales. Así, muchos gobernaron en nombre del Partido Justicialista en los últimos 50 años con la siguiente paradoja: se fueron más ricos de lo que llegaron y dejaron al país más pobre de lo que lo encontraron.

Cuando Juan Domingo Perón murió, en 1974, la Argentina tenía 20 millones de habitantes y 4% de pobres. Hoy, el país tiene 48 millones de habitantes y 56% son pobres. En cinco décadas, la población se multiplicó por dos; y la pobreza, por 14. ¿Quién es responsable de convertir a la Argentina en una fábrica de personas en condiciones de pobreza?

Seguramente, todos un poco. Pero 26 años de gobiernos “justicialistas” en ese período hablan de una responsabilidad ineludible de una marca partidaria que no supo, no pudo o no quiso cumplir con la misión que le encargó su fundador.

Un sello que perdió la capacidad de expresar sus valores, que no forma dirigentes ni convoca a discutir nuevas ideas para el futuro; un sello así, que se desempolva cada cuatro años, es un sello sin vida. A nadie convoca ni representa, excepto a quienes se acercan a ver cuál es la suya.

El PJ, como herramienta electoral, ha muerto. Pelearse por ese sello es como disputarse los remos de un barco que se está hundiendo. En cambio, en la Argentina de hoy, sigue más vigente que nunca la búsqueda de la justicia social para todos, desde Ushuaia hasta la Quiaca.

Sin justicia, no hay comunidad; sin comunidad, no hay ser humano.

Todo lo que nos afecta en una comunidad tiene su raíz en la justicia. La justicia ordena los tres tipos de relaciones que constituyen una sociedad: las relaciones entre individuos (justicia conmutativa); la relación de los individuos hacia el todo (justicia legal), y las relaciones del todo hacia los individuos (justicia distributiva).

En estas tres formas de la justicia está la armonía de una comunidad. Dislocada una de las patas, la comunidad tambalea. Niños, jóvenes, ancianos y las personas más pobres son los primeros en sufrir este dislocamiento. Porque el hilo se corta por lo más delgado. Por eso, la mayoría de las formas de infelicidad que hoy conocemos tienen su raíz en los distintos rostros que adquiere la injusticia.

Cuando uno hace una autopsia para ver de qué mueren las comunidades, en casi todos los casos hay un suicidio colectivo desde el momento que abandonamos la justicia como criterio de organización social.

Primero, se empieza de manera disimulada; luego se normaliza, y finalmente se institucionaliza en forma descarada.

Vicios como la corrupción, la violencia y hasta el asesinato por considerar al otro distinto son parte de este mecanismo. Así se llega al problema de instituciones que crecen torcidas y provocan el fracaso de los países, como señalan los flamantes premios Nobel de Economía, Daron Acemoglu y James Robinson. Pero en la raíz está el abandono de la justicia como causa de todos los males.

Para que reine la justicia social

La vocación de justicia de un pueblo no puede ser encorsetada por un partido que perdió su vitalidad, así como el cauce de un río no puede ser frenado por un árbol muerto caído en su camino.

Los nuevos caminos que hoy exige la justicia social imponen la necesidad de generar acuerdos urgentes para resolver viejos problemas pendientes. Uno de esos caminos es garantizar una educación de calidad de 0 a 18 años para todos los niños y los jóvenes de la patria, especialmente para quienes están sufriendo por el hambre y son jaqueados por el narcotráfico.

Otro camino imprescindible es abrir una mesa de diálogo entre empresarios, sindicatos, gobiernos, ciencia y tecnología, con el objetivo de garantizar un trabajo de calidad para cada familia.

Es decir, reconstruir la educación y el trabajo como puentes hacia el futuro de una Argentina mejor. Sin justicia social, no habrá igualdad de oportunidades. Sin igualdad, la libertad es una quimera o un privilegio de unos pocos, a quienes no les interesa que nada cambie.

La justicia ha sido una búsqueda constante entre filósofos, gobernantes y pensadores de toda la historia. Aristóteles decía que era “más bella que el lucero de la mañana”, y en la tradición de pueblos judeocristianos recordaban que “los que enseñen a amar la justicia brillarán más que las estrellas del firmamento”.

Nuestro pueblo se ha encontrado con momentos en los que la justicia brilló con más fuerza alumbrando los caminos de nuestra historia, y también con períodos de sombra.

Cuando Perón se despidió de los trabajadores en la Plaza de Mayo, anunció que tenía un solo heredero: el pueblo. Hoy, que ese pueblo camina por un lado y el sello electoral por otro, ensimismado en disputas por asientos en el poder, es imprescindible retomar con mayor esfuerzo que nunca el compromiso por una patria libre, justa y soberana, empezando por el servicio a quienes menos tienen.

La Argentina tiene hoy dos caminos: buscar la justicia para edificar una nueva comunidad o la desintegración social por la vía del sálvese quien pueda.

* Presidente de la Fundación Proyecto Argentina

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