La Voz del Interior @lavozcomar: El Papa, el amor y la homosexualidad

El Papa, el amor y la homosexualidad

El Papa avanza con el freno de mano puesto. Da pasos cortos y titubeantes, que ponen en evidencia que no lo empuja la convicción, sino el signo de los tiempos.

Francisco da esos pasos cortos (aunque en el marco de la Iglesia Católica resulten saltos inmensos) porque sabe que la aceptación de la diversidad sexual continuará aunque la religión se oponga. Pero todavía está lejos de aceptar la cuestión de fondo; eso que la Iglesia Católica y todas las demás religiones jamás tuvieron en cuenta: el amor como esencia del vínculo matrimonial.

La razón fundamental del matrimonio es el amor entre los cónyuges. Pero ninguna religión le ha dado la centralidad excluyente que debe tener en la sociedad conyugal. Y resulta particularmente extraño en una fe que, desde sus fundamentos filosóficos (los evangelios), hizo del amor una definición teológica.

Desconocer esta centralidad explica que el catolicismo, como las demás religiones, haya atravesado la historia bendiciendo casamientos pactados entre familias, clanes o estados. También casamientos forzados y aquellos en los que el hombre compraba a la mujer pagando por ella a sus padres, entre otros. No dar centralidad al amor en el matrimonio explica también la oposición histórica de la Iglesia al divorcio.

Que dos personas dejen de amarse es irrelevante para la doctrina de la “indisolubilidad del matrimonio”. Desde la perspectiva de la religión, lo correcto es que dos personas sigan juntas, aunque hayan pasado a despreciarse o estén enamoradas de otras personas.

En el Sínodo sobre la Familia, Francisco dio un paso significativo, aunque también corto y tambaleante. En el documento final, llamado Amoris Laetitia (La alegría del amor), propone permitir a las personas divorciadas confesarse y comulgar, y explica que la Iglesia debe ser “más compasiva con los imperfectos”.

Aquel paso enfrentó a Francisco con el sector más oscurantista, liderado por el prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, Ludwig Müller, pero caracterizar como “imperfectos” a los divorciados evidencia la persistencia en el rechazo a que sea la existencia o no del amor lo que justifique el matrimonio o su disolución.

Respecto del vínculo entre personas del mismo sexo, aceptar la “unión civil” es un salto inmenso dentro de la Iglesia y en el terreno de la religión, pero no llega a la cuestión de fondo: la aceptación de que dos personas del mismo sexo pueden amarse y, por lo tanto, tienen derecho al matrimonio.

En el documental en el que alude al tema, el Papa argumenta a favor de la unión civil diciendo que los homosexuales “tienen derecho a una cobertura legal”.

Como razón, es muy pobre. Una razón burocrática y gris. La cortedad del avance aparece también en otra frase: los homosexuales “son hijos de Dios”. Por cierto, hubiera sido peor que los siguiese considerando “un plan del demonio”, como en la imagen utilizada en sus tiempos cardenalicios.

Los pasos que ni la Iglesia ni el Pontífice dieron aún son considerar el amor como el vínculo fundamental en el matrimonio y aceptar que dos personas del mismo sexo pueden amarse y ese sentimiento tiene el mismo valor que en los heterosexuales.

La mayor revolución cultural desde las revoluciones atlánticas de fines del siglo XVIII y principios del XIX ocurrió en las últimas décadas: la aceptación de que la homosexualidad no es sólo un deseo sexual. Aceptar que se trata principalmente del amor entre personas del mismo sexo. Por no tener en cuenta este rasgo es que en el catolicismo, como en las otras religiones, la homosexualidad fue considerada sodomía.

Desde la perspectiva religiosa, la homosexualidad es un instinto desviado y la sexualidad está exclusivamente referida a la forma de acoplamiento.

Entender la sexualidad desde la perspectiva del amor amplía la concepción que se tiene sobre el matrimonio.

El actual jefe de la Iglesia Católica libró su primera batalla pública contra el matrimonio igualitario en 2009, cuando enfrentó al entonces jefe de Gobierno porteño por no apelar la sentencia judicial que habilitó el casamiento entre Alex Freire y José María Di Bello; primero en Argentina entre personas del mismo género.

Allí comenzó su aversión por Mauricio Macri. Después, cuando el Congreso debatía el matrimonio igualitario, habló de plan del demonio. Y ya sentado en el trono de Pedro, empezó a dar pasitos titubeantes. Un día se preguntaba “quién soy yo para juzgarlos”, pero después sugería a los padres de niños con rasgos homosexuales que recurrieran “a la psiquiatría” para curarlos.

Ahora, da el paso de admitir “la convivencia civil”, con el argumento del “derecho” de las parejas homosexuales “a estar cubiertas legalmente”. Un salto inmenso en la Iglesia. Pero en la aceptación de lo humano, un paso pequeño, justificado con un argumento burocrático y gris.

Francisco. Al Papa no lo empuja la convicción sino el signo de los tiempos. (AP)

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