El origen multicausal de las enfermedades
Volvió a inclinarse sobre el microscopio y reconoció (una vez más) aquellas minúsculas partículas. Levantó la cabeza, se frotó los ojos y pensó: “Esta es la causa”.
Caminó por la habitación. ¿Con quién compartiría ese hallazgo? Louis Pasteur no era médico.
Se había doctorado en Física y Química, pero ahora se hallaba sumergido en un mundo nuevo. Ya no cabían dudas: la médula espinal del conejo infectado por rabia estaba plagada de microbios.
Aquella noche no durmió. Tres de sus cinco hijos habían fallecido por tifus, una enfermedad que quizás, sólo quizás, él podría haber identificado.
Corría la década de 1860 y nada auguraba que aquel descubrimiento daría por tierra con una teoría milenaria según la cual las infecciones ocurrían como consecuencia del desequilibrio de los “humores corporales”.
Ajustó sus escritos y presentó la idea ante la comunidad científica. La reacción de rechazo fue inmediata.
El propio Robert Koch, médico alemán reconocido por sus investigaciones sobre malaria, cólera y tuberculosis, descalificó a Pasteur por su falta de experiencia clínica.
Otro médico, Paul Ehrlich, dejó escrito tiempo después: “Pasteur era un genio intuitivo y enriqueció la medicina sin haber visto a un solo enfermo. Para Koch, en cambio, sólo tenía valor lo basado en la experiencia. Las ideas de Pasteur tenían alas, la genialidad de Koch consistía en la sana razón elevada al cuadrado”.
Ehrlich era respetado por sus notables aportes científicos, como el desarrollo del concepto de “bala mágica”, una sustancia capaz de eliminar organismos patógenos sin efectos secundarios.
Con vaivenes, pero imparable, se consolidaba la “teoría germinal” –microbiológica– de las enfermedades infecciosas, que identificaba el origen en la entrada de gérmenes al cuerpo y su propagación a través de procesos químicos como la descomposición y la fermentación.
Sobre estos avances, sobrevendrían conceptos fundamentales como la higiene, la esterilización, el desarrollo de vacunas y de drogas antibióticas, y el control de epidemias.
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Transcurridos 120 años, la interpretación del origen de los trastornos infecciosos cambió.
Hoy se asume que una enfermedad se produce por la combinación de al menos tres factores: la presencia de agentes invasivos, un huésped susceptible y un medio predisponente.
Esta denominada “tríada ecológica” grafica la “teoría multicausal”, modelo aplicable tanto a enfermedades infecciosas como a prácticamente todos los trastornos de salud humana.
Son numerosas las condiciones físicas y emocionales que pueden afectar la capacidad inmunológica de niños y de adolescentes: el cansancio extremo, una pobre alimentación, el escaso consumo de agua y situaciones de tensión o angustia persistente.
El clima, en tanto, también predispone a enfermar; no sólo por las bruscas modificaciones de temperatura, viento y humedad ambientales, sino también por ciertos climas familiares y sociales adversos.
Quizás Pasteur sea el personaje más recordado de esta historia; la pasteurización de los alimentos se recuerda (y se agradece) en cada comida. Koch y Ehrlich –ganadores cada uno en su tiempo del premio Nobel de Medicina y Fisiología– son referentes científicos ineludibles.
Juntos constituyen el trío imbatible que –en algún sitio que desconocemos– sigue de cerca la evolución de estos y otros conceptos.
Han limado sus diferencias y no dejan de admirarse frente a los avances científicos y su complejidad.
Están pendientes de que no volvamos atrás, rogando, cada uno a su manera, que la interpretación de una enfermedad humana considere todos los factores posibles.
Constituiría una falta de respeto hacia ellos imaginar que el sufrimiento de una persona podría deberse sólo a una causa.
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