El niño con cola
Había una vez una familia como cualquier otra, con gente como cualquier otra y que vivía la vida como cualquier otra.
La familia estaba compuesta por un padre, una madre y dos niños que no tenían problema alguno en saber quiénes eran; o al menos nunca se les había ocurrido preguntarlo, pues les servía tomar aquello que decían sobre ellos.
Pero la historia estaba por cambiar cuando la mamá dio a luz a un nuevo integrante, al que le pusieron de nombre Dante. Dante se mostró distinto al resto desde que nació.
El médico no tardó en notar que era un bebé diferente y su madre supo al verlo que no era como el resto de sus hijos.
El caso es que Dante había nacido con una cola. A los pocos años de haber nacido, ya había ocasionado más preguntas y cuestionamientos a la familia que toda una vida de existencia, pero no fue hasta que aprendió a caminar y a hablar que todo se salió de control.
Horror y lástima
Resulta que mientras Dante caminaba, la cola, que había crecido junto con él y que ahora parecía un hermoso adorno peludo, como la de un zorro, se movía de manera hipnótica, haciendo que todo el mundo se fijara únicamente en ella y no en el pobre Dante.
Dante era un niño muy dulce, un tanto introvertido, pero esa actitud debía de ser producto de haberse dado cuenta desde muy pequeño de las irreverentes miradas que despertaba. A él le gustaba mucho ayudar a su mamá y a su abuela, también cantar, pero lo que más amaba en todo el mundo era bailar junto con su hermosa cola peluda.
Cada vez que los adultos veían cómo giraba y saltaba moviendo su cola con una absoluta destreza, hacían cara de horror o de lástima, pensando en qué futuro podría tener un niño de su condición.
Cuando llegó el tiempo de ir a clases, Dante se vistió con todos sus lujos. Ese día peinó su flequillo y le pidió a su mamá que le pusiera esas zapatillas rojas que había recibido como regalo de cumpleaños y que habían sido su obsesión desde que salieron al mercado… Estaba realmente hermoso, un querubín con partes iguales de belleza y de ternura.
Pero pocos vieron esas cualidades, pues, como siempre, al entrar al colegio tanto sus compañeros como su maestra en lo único que se fijaron fue en la cola que salía reluciente y parecía flotar a sus espaldas, casi con vida propia.
Las burlas y el desprecio no se hicieron esperar, al punto de que por primera vez en su corta vida sintió culpa y vergüenza de ser quien era:
–¿Por qué habré nacido con esta cola? ¿Por qué no puedo ser como el resto?
Es sabido que todas las colas, cuando su portador se entristece o se avergüenza de ellas, se bajan y parecen perder movilidad, se meten entre las patas o piernas como para esconderse, tristes y mustias como la de un perrito recién retado. Así estaban la cola de Dante y él mismo. Pues ya no se sentía feliz con ser quien era.
Todas las mañanas se tomaba el trabajo de esconderla para tratar de pasar inadvertido; sin embargo, hay cosas que no pueden ser tapadas nunca, y una cola es una de ellas.
Una maestra oportuna
Por fortuna, no pasó mucho tiempo hasta que por un cambio de maestras llegó la señorita Violeta. Ella había generado mucho revuelo en el salón de Dante porque era muy hermosa, llena de colores y divertida. Violeta notó enseguida que Dante estaba en un rincón, callado, casi sin levantar la cabeza, por lo que se acercó para ver qué le estaba sucediendo.
Viendo de cerca pudo darse cuenta de que Dante tenía amarrada una cola, que ahora parecía una colita deprimida, lo que le provocaba incomodidad y dolor.
–¿Por qué ocultás esa hermosa cola?
–¿Qué tiene de hermosa? Si todos se burlan de mí por tenerla.
–Yo también tengo una, aunque no es tan linda ni hermosa como la tuya. Y levantándose un poco el delantal, salió a relucir una colita como la de un ratón. Y por primera vez Dante se dio cuenta de que no estaba solo.
Bajo la mirada amorosa de Violeta y de otras pocas personas especiales, Dante encontró la belleza de su existencia, dejó de sentirse solo y excluido, y si bien las miradas no se detuvieron, la fortaleza que fue cobrando al enamorarse de sí fue tal que pudo seguir teniendo la libertad de bailar como tanto le gustaba y de cambiar la vida de todas aquellas personas que tuvieron el privilegio de cruzarse con este niño con cola.
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