El Mercosur y los riesgos del pensamiento insular
La mentalidad insular que desde tiempos inmemoriales caracteriza a los progresismos conduce siempre al mismo punto: un aislacionismo que se entiende como la defensa de principios inclaudicables y se presenta como gesta patriótica.
De más está recordar el altísimo costo de dichas gestas patrióticas, ensayadas al solo efecto de satisfacer el afán heroico de la propia tropa. Tropa que ostenta una aquilatada maestría en derrotas de toda laya.
Argentina parece estar encaminándose otra vez al mismo escenario, en el que hemos fracasado una y otra vez, lo cual evidencia una notable incapacidad para aprender de errores propios y ajenos, enredada como está en un ideologismo infantil. Y el Mercosur se muestra como la ocasión propicia para hacer de nuevo lo que antes ya se hizo mal. Así ha quedado patentizado en los cruces nada diplomáticos de la reciente reunión (virtual, por decisión de Argentina) de mandatarios de los países asociados.
Todo ello en el marco no muy celebratorio del 30º aniversario del espacio comercial.
La ausencia de una cancillería atenta y profesional y de un Presidente que manifiesta desconocimiento y falta de modales en todo lo atinente a la relación con el resto del mundo permitieron evidenciar signos de una fractura que podría llegar a producirse a menos que los protagonistas entiendan lo que está en juego.
Y lo que está en juego es la capacidad de la región de actuar como bloque ante un mundo que lo viene haciendo así desde hace mucho, y al que le convienen los acuerdos bilaterales antes que los multilaterales. Y aun más.
Hay una manifiesta incapacidad para entender que, por exceso o por defecto, el Mercosur no ha estado a la altura de lo que socios como Paraguay o Uruguay esperaban, tanto como el dato de que el mundo no es el mismo de 30 años atrás.
Ni los países que conforman este acuerdo.
El Mercosur necesita insertarse en un mundo diferente, y además compensar a sus miembros por el escaso crecimiento de Brasil y el lamentable retroceso de Argentina.
En otras palabras, que los socios no pueden esperar a que países con serias dificultades de gestión solucionen sus problemas de antigua data, retrasando al conjunto.
Pero sucede que por estas latitudes se prefieren las declaraciones y gestos tribuneros que siempre generan costos antes que avanzar en el necesario diseño de mecanismos más eficientes y competitivos para lidiar con un mundo que –debe recordarse esto, aunque duela– hace tiempo le perdió la paciencia a nuestro país.
Enredada en su falta de gestión y escaso conocimiento de lo que sucede en el mundo, Argentina se resigna a recostarse sobre sí misma, lo que equivale a meter la cabeza en la arena a la espera de que pase el peligro, ignorando el mandato filosófico: adaptarse o perecer.
Es el ejemplo perfecto de ese pensamiento insular propio de quienes tienen la certeza de que el resto del mundo está equivocado.
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