El legado de Raúl Alfonsín
Entre 1930 y 1982, se produjeron seis golpes de Estado en Argentina que interrumpieron gobiernos constitucionales. Los bastonazos a la democracia tuvieron lugar en 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976.
El primero puso fin al segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen. El segundo golpe fue perpetrado por el Grupo de Oficiales Unidos contra Ramón Castillo. El tercero, denominado Revolución Libertadora, derrocó a Juan Domingo Perón; el cuarto depuso a Arturo Frondizi, y el quinto destituyó a Arturo lllia, golpe llamado “revolución argentina”. La sexta y última interrupción del régimen democrático fue el denominado “proceso de reorganización nacional” que derrocó a María Estela Martínez de Perón en 1976 y la obligó a marcharse a tejer soledades. Esta etapa se caracterizó por la violación sistemática de derechos humanos.
La Argentina de 1976-1982 puede considerarse, según la concepción moderna del Centro de Estudios Hemisféricos de Defensa, de Washington, como un Estado frágil. Algunas características que debe reunir un Estado para recibir esa calificación son: persecución institucionalizada, pérdida de legitimidad del Estado, incapacidad para garantizar la protección de los derechos civiles elementales y suspensión arbitraria del Estado de derecho.
Estas terribles peculiaridades enunciadas acontecían en la Argentina al momento de adoptarse la decisión de ir a la Guerra de Malvinas. El Informe Rattenbach expuso una inmensa cantidad de errores políticos, militares y estratégicos. Malvinas fue la última carta de un gobierno que accedió al poder con las botas y no por los votos.
En 1983, la Argentina era un tango: pura nostalgia. En ese contexto, el radical Raúl Alfonsín comenzó a recorrer el país recitando el Preámbulo de la Constitución Nacional. Su eslogan de campaña expresaba: “Más que una salida electoral, es una entrada a la vida”. Era la esperanza de que las cantidades navegables de sangre derramada en las páginas de la historia argentina fueran reemplazadas por democracia, Estado de derecho y justicia.
En 1983, tras el triunfo de Alfonsín, el pueblo argentino firmó un nuevo contrato social, para hacer realidad algunos de los antiguos desarrollos teóricos del filósofo Jean-Jacques Rousseau. A partir de entonces, con sus luces y sombras, los mecanismos de la democracia fueron los encargados de resolver las situaciones que se fueron suscitando.
La sanción de las leyes de Defensa Nacional y de Seguridad Interior fueron aportes clave para lograr la subordinación de las Fuerzas Armadas al poder civil.
El juicio a las Juntas, la posterior anulación de las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final, más la orden del entonces presidente Néstor Kirchner de bajar los cuadros de los dictadores Jorge Videla y Reynaldo Bignone del Colegio Militar complementaron los hitos mencionados a favor de la democracia y calaron hondo en la memoria del pueblo argentino.
No obstante, no es correcto afirmar que en la democracia argentina gobierna la mayoría, porque esto no necesariamente es así. La Constitución Nacional establece que cuando la fórmula que resultare más votada en primera vuelta hubiere obtenido más del 45% de los votos, sus integrantes serán proclamados como presidente y vicepresidente de la Nación.
También explicita que en los casos en los que no se logre el 45%, la fórmula que hubiere obtenido el 40% por lo menos de los votos y le saque una diferencia mayor de 10 puntos porcentuales al segundo, será proclamada ganadora. Si la diferencia entre primero y segundo es menor a 10 puntos, habrá balotaje. Lo anterior deja bien claro que gobierna la primera minoría. Cristina Fernández de Kirchner logró en 2011 ser mayoría (obtuvo más del 50% de los votos), pero esto fue un plus de legitimidad, no una condición legal necesaria.
La Argentina necesita una democracia republicana y una república democrática. Pero duele advertir que a algunos les agrada la república, pero no quieren el voto universal.
Alexis de Tocqueville, en su obra La democracia en América, en la que analiza la democracia norteamericana, expresa: “Entre las cosas nuevas que, durante mi permanencia en los Estados Unidos, han llamado mi atención, ninguna me sorprendió más que la igualdad de condiciones”. “Ahora bien, no sé más que dos maneras de hacer prevalecer la igualdad en el mundo político: hay que dar derechos iguales a cada ciudadano, o no dárselos a ninguno”, continuó Tocqueville.
La igualdad de oportunidades es una condición para combatir la inequidad, que más temprano que tarde se transforma en violencia. Cuando la brecha entre ricos y pobres se incrementa, la violencia trota por las calles. Y en estos contextos de fragmentación social, fanatizar a los fanáticos es sumamente peligroso. Fomentar movilizaciones sociales fanatizadas por doquier, es peligroso. No hay que pisarle la cola al diablo.
Por último, sirva este espacio para recordar que la salud institucional de la patria requiere cuidado diario de todo el pueblo argentino. Y que el compromiso democrático y republicano no debe ser sólo un compromiso estético.
* Director del posgrado en Gestión de Gobierno de la Universidad de Belgrano y consultor político
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