El laboratorio del doctor Milei
Una semana atrás, los comicios para elegir a los candidatos a la presidencia de Argentina fueron ganados por Javier Milei, un economista despeinado y en habitual estado de cólera, que promete rearmar el país, con entusiasmo similar al de los niños que desarman un castillo hecho con rastis y, usando las mismas piezas del mecano creen que podrán construir un robot o una bicicleta.
Milei es la versión argentina de los políticos outsiders, que ya disfrutaron los brasileños con Jair Bolsonaro, los peruanos con Alberto Fujimori y Pedro Castillo, y los estadounidenses con Donald Trump.
Todas esas experiencias resultaron fallidas, tuvieron finales traumáticos y amenazaron con poner en riesgo la continuidad democrática.
Un mago a la derecha
Así es como ahora los argentinos, para celebrar los 40 años de republicanismo ininterrumpido desde 1983, amagan con abandonar las dos mayorías entre las que se han hamacado durante estas décadas, para saltar a la calesita –o al tobogán– que propone este personaje histriónico, nacido al calor de los spots de los estudios televisivos y que se ofrece como el nuevo redentor del estruendoso fracaso argentino.
Es decir, luego de haber gozado dos décadas de una propuesta política que ofreció soluciones mágicas y populistas de izquierda, que no habían sido exitosas en lugar alguno del mundo y que deja al país con más de un 40 por ciento de pobreza, sin reservas y al borde de la hiperinflación, ahora los argentinos se preparan para disfrutar de una propuesta que ofrece soluciones mágicas populistas de derecha que no han sido exitosas en lugar alguno del mundo y promete salvar al país del más de 40% de pobreza, la falta de reservas y el abismo de la hiperinflación.
Los outsiders políticos son síntoma del debilitamiento de los sistemas democráticos y del desencanto y cansancio de las mayorías con el menú que le ofrece la partidocracia tradicional.
Cansada de masticar fideos, la patria argenta quiere volver a sus orígenes carnívoros. Y para eso se apresta a elegir a un político autotitulado león, que sacude el prime time televisivo con teorías políticas y económicas que no han superado la prueba de laboratorio alguno.
Mi perro dinamita
Este seductor dinamitero quiere implosionar el Banco Central, fusilar al agonizante peso argentino, descuartizar el Estado con una motosierra y provocar la quiebra de las escuelas que no sean lo suficientemente marquetineras para atraer a los clientes antes llamados estudiantes.
Al no distinguir realidad de teorías académicas, propone un mercado de órganos humanos y dejar morir a los bebés con cardiopatías congénitas porque son un gasto elevado y porque los gobiernos no deben interferir en el curso natural de la vida de los individuos.
En estos días de efervescencia, con los rugidos del felino Milei desde lo alto del monte electoral, no suma audiencia recordar que los países exitosos crecieron sin soluciones mágicas, lentamente, con cambios graduales y constantes, y sin necesidad de colocar cartuchos de dinamita debajo de templo alguno.
Tampoco sirve demonizar a sus millones de seguidores porque, en definitiva, buscan legítimamente lo mismo que los votantes de las otras opciones políticas: huir del círculo del gran fracaso nacional.
Sólo que hay varios colectivos y no todos llevan hacia el mismo lugar. Con las mismas piezas del rasti, se puede armar una rueda o una nave imaginaria que jamás podrá volar.
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