El héroe del Talleres campeón: “el Chaco” Benavídez, un resiliente empedernido
“Nunca pensé que en tan poco tiempo me iba a pasar tanto. Me pasó de todo en pocos días. La llegada de Mateito, el error que tuve contra Tigre, el gol que metí después para empatar el partido, y el penal que gracias a Dios pude convertir y nos dio el título en Paraguay. Son las cosas lindas y de las otras que nos da el fútbol y la vida, que siempre nos da revancha. Todavía no caigo, me cuesta”.
Así se expresaba Gastón Benavídez consultado por Deportes La Voz en el Kempes, apenas unas pocas horas después, durante los festejos por el título de la Supercopa Internacional que la “T” ganó en Asunci+on. Todavía le duraba la emoción, con las lágrimas aún brotándole, casi sin tiempo de reponerse y haciendo esfuerzos para atender a cada uno de los periodistas que los requería y de los hinchas que buscaban la foto o el video.
Y es que así fue. Un torrente de sensaciones y costrastes, a sólo días después del nacimiento de su primer hijo, Mateo, del partido contra Tigre que lo tuvo como protagonista en un arco y otro, a un puñado de horas de ese penal inolvidable que marcó en la Nueva Olla, y con el que Talleres ganó, frente al mismísimo River, el anhelado título nacional que esperaba.
De la amargura a la gloria interminable en un par de trancos largos, como esos que “el Chaco” mete en cada trepada en velocidad por la banda derecha. Un combo de fuerza, energía positiva, resistencia y resiliencia, que no sabe de sacrificios y esfuerzos. Que también incluye personalidad, buena vibra y profesionalismo.
Eso es Gastón Benavídez para Talleres: un ejemplo de resiliencia, de caer y levantarse, de ponerse de pie después del golpe de aparente nocaut y de volver a ocupar el centro del ring dispuesto a seguir dando batalla.
Por eso, al hijo de Alcides, el papá nacido en Morteros pero chaqueño por adopción y de quien heredó su apodo, todavia sigue disfrutando y gozando. De Mateo, quien llegó a su vida con la copa bajo el brazo, como djo tras el triunfo contra River. Del título, que llevará su nombre adherido para siempre cuando las próximas generaciones de hinchas matadores vean las imágenes de aquellas horas perennes.
Y, pór supuesto, de la vida, que como el fútbol, le seguirá deparando golpes y alegrías, desazones y euforias, calvarios y redenciones. Más oportunidades para volver a mostrarse como lo que es: un resiliente empedernido.
Como lo fue en Tiro Federal de Morteros, Estudiantes de Río Cuarto, Arsenal y ahora en Talleres, mientras espera que, seguramente pronto, Lionel Scaloni le abra las puertas de la selección argentina, el sueño mayor que moviliza cada uno de sus días.
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